En la casa del Doctor Hughes, el medico de los pobres, es recibido quien lo necesite, y el aparente sordomudo de Timothée aprovecha esta oportunidad. Les muestra a los miembros de la casa su manejo en la “magia”, y le revela al doctor por medio de escritura que es “el hijo de Dios”, atrapando el interés del mismo y de su hija Joséphine, quien más bien se encuentra inquietada por la llegada de este extraño ya visto. Timothée queda grabado en el sueño de la joven, representado en una mariposa de papel.
La mañana llega junto con la inquietud de Joséphine; un acercamiento a este forastero será su infortunio o su excusa. Basta con un toque descendente en su espalda y una rociada de nada en las habas de la chica para que el vagabundo la disponga a su placer, la “case” a su destino con él, sellándola con su propia sangre interrumpida entre sus piernas. Aquí empieza el desconcierto de la audiencia, al ver cómo esta joven emprende un viaje guiado por fuerzas invisibles que la hacen ir tras ese tosco ser, casi animal, armado sólo con los trucos que él llama como magnetismo.
La fuerza de voluntad es conocida como algo intangible según el poseedor y subjetiva en el resto de las personas; pero encontrarse con algo que refleje lo contrario a lo que cada individuo asume, se sale de los parámetros de comprensión y aceptación con los que cada quien se compara. El viaje de este hechicero y hechizada (o viceversa) por el vacío de los bosques, enredados entre sus instintos salvajes y carnales, sin buscar nada más que reforzar las ataduras del otro, salvo por momentos de cordura donde esta raptada a aparente voluntad busca ayuda para volver a su casa, nos ofrece el matiz al que puede llegar un individuo; hasta dónde llega la aceptación de los actos propios mezclada con la voluntad de otros, y cómo este resultado puede servir como excusa fiel y ciega de aquello a lo que se ha podido evitar y no se ha hecho, por “fuerzas que no se comprenden”; como lo expuso y defendió Joséphine en la corte para condenar a su raptor.
La aventura de los jóvenes termina en diferentes maneras. La última vez que se miran se sonríen, como si estuvieran consientes del engaño de cada uno y cómo se dejaron engañar por el otro; un “hasta algún día” con gestos. Acabada la película, el público se levanta y se marcha, cada quien con lo que le ha quedado; disgusto, simpleza, curiosidad, satisfacción. Lo que la voluntad de cada quien le deja.
Marian Velandia Cátedra de Periodismo Cultural, ULA Táchira.

