A propósito de la obra teatral Gazapa

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En hora buena para las actrices, para el director y para la Escuela Regional por esta producción que ha puesto la vara bien alta. Así pues, reconforta saber que dos nuevas actrices se suman a esta lucha asimétrica y despiadada por mantener vivo en el Táchira un teatro experimental que no se quede en el mero experimento

o el gol de Tiernovski que hizo la diferencia

Por: Osvaldo Barreto

Hablar de teatro en el Táchira o en San Cristóbal hoy en día, es hablar de una cruda realidad. Podríamos escribir cientos de páginas sobre las deficiencias, el abandono del sector teatral por parte del estado, de los mínimos recursos con los que cuentan los teatreros y de cómo eso deviene en producciones poco agraciadas. También tenemos que recordar que hemos tenido épocas pujantes, con festivales que arroparon la frontera, pero de eso hace un buen rato. Sin embargo, no pretendo convertir esto en una queja lastimera, sino todo lo contrario, porque he visto hace unos días una puesta en escena de la Escuela Regional de Teatro del Táchira que me ha devuelto el optimismo. Se trata de GAZAPA, una obra dirigida por el profesor Omar González (El Tierno) y actuada por las estudiantes Johannel Perales y Day Bustamante.


Uno suele suponer que las puestas en escena estudiantiles no alcanzan un nivel adecuado, con GAZAPA esa idea se derrumba.
La propuesta en extremo arriesgada por asumir la creación de la obra desde cero incluyendo la dramaturgia, se compromete con: una carga simbólica interesante, la creación de imágenes potentes estéticamente, el abordaje de problemáticas sociales que reflejan nuestra identidad nacional y latinoamericana, y lo que considero el eje central de la obra que es la exposición en escena del ser humano actual, un humano desfragmentado, dividido, golpeado, desequilibrado, habitante habitual de la frontera entre la locura y la razón.

Las actrices a un mismo nivel actoral entran en sintonía durante cuatro actos que se vuelven metateatrales y en tal sentido pedagógicos, porque hacen apologías y reseñas de grandes directores de la historia del teatro moderno, colocándolos en un pedestal, hablando del teatro como si fuera una panacea para luego desmontarlo todo con desenfado haciendo mofa de su propio director (El Tiernovski), diciéndonos con ello que todo es cuestionable, criticable y que es nuestro deber como espectadores hacer el ejercicio dialéctico.


Finalmente he de subrayar con agrado una escena, a mi juicio de las más potentes, en que las actrices se convierten en garzas y bailan al son de una cumbia. Esto puede leerse como un discurso transespecista que subraya el estado de fragmentación del ser humano actual.


En hora buena para las actrices, para el director y para la Escuela Regional por esta producción que ha puesto la vara bien alta. Así pues, reconforta saber que dos nuevas actrices se suman a esta lucha asimétrica y despiadada por mantener vivo en el Táchira un teatro experimental que no se quede en el mero experimento, sino que obedezca a procesos teatrales complejos, investigativos y referenciados, que busquen nuevas formas de decir, de narrar o de contar esas cosas que incomodan y nos definen.


San Cristóbal, junio de 2025

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