Bolívar desde Colombia: de pie, desnudo y cóndor

Artes Plásticas

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Tanto en Colombia como en Venezuela, Bolívar es un sujeto histórico importante, en ambos países está vivo, en conversación con el presente: como símbolo y como idea. En Venezuela, en cada ciudad y pueblo del país, por remoto que sea, hay una plaza Bolívar como plaza central, con su respectiva estatua

«(…)hay que ver centenares de acciones suyas, inexplicables para quienes las presenciaban, para pensar que aquel hombre tal vez estaba loco»
En busca de Bolívar, William Ospina.

A Bolívar lo tenemos atravesado en las pupilas y en el pecho, después de todo es el héroe de la patria, así nos lo enseñaron y así permanece en nuestro imaginario, a pesar de las injurias. Reconocer la centralidad de Bolívar como personaje histórico, como estadista, como amalgama de nuestra identidad nacional y hasta latinoamericana pareciera una obviedad, no obstante, si estamos dispuestos a reflexionar, esta obviedad se puede convertir en otra cosa: en una interpelación o en una pregunta.

Tanto en Colombia como en Venezuela, Bolívar es un sujeto histórico importante, en ambos países está vivo, en conversación con el presente: como símbolo y como idea. En Venezuela, en cada ciudad y pueblo del país, por remoto que sea, hay una plaza Bolívar como plaza central, con su respectiva estatua, generalmente grandilocuente. La omnipresencia de estas plazas a lo largo del territorio parece ser el resultado de un decreto nacional, aunque la inexistencia de una ley que expresamente haya ordenado la creación de las mismas nos hace pensar que los distintos gobiernos: nacionales, estadales y locales, brindaron especial atención a la consolidación de estas plazas para honrar la figura de El libertador, en lo que fue una suerte de proyecto nacional tácito. En Colombia también existen, aunque tienen una pequeña variación en el nombre, le han agregado la preposición “de”: Plaza de Bolívar; y no están de forma omnipresente en todo el territorio, además, en donde las hay, las estatuas no son como las venezolanas, pues en Colombia la veneración a El libertador es mucho más moderada y un tanto más interesante. Veamos algunos ejemplos.

Bolívar pedestre

La plaza central de Bogotá, la capital de Colombia, es la plaza de Bolívar, allí encontramos una figura de Bolívar que podríamos adjetivar como modesta, a juzgar por sus dimensiones frente a lo que la rodea y si la comparamos con las estatuas venezolanas. Esta plaza es una Plaza Mayor al estilo español, con 13.903 metros cuadrados y una capacidad aproximada de 55.600 personas, rodeada por grandes edificios como la Catedral Primada de la ciudad, el Capitolio Nacional, el Palacio Liévano, el Palacio de Justicia y el Museo de la Independencia, en medio de todo eso, a un costado de la plaza, encontramos la estatua de Bolívar hecha en 1844 por el escultor italiano Pietro Tenerani. Se trata de la primera estatua pública y pedestre de Bolívar, este parece estar en su tamaño natural sobre un pedestal de 2,8 metros de altura. Aun cuando la estatua es objetivamente pequeña, tiene algo que le imprime un carácter de magnificencia y es la postura de Bolívar, que se encuentra de pie, con una capa que le cubre casi completamente y de forma muy elegante el uniforme militar, asemejando a los emperadores romanos. Empuña la espada con su mano derecha y sostiene un pergamino con la mano izquierda en un gesto de estadista inusual para la mirada venezolana.

Las otras plazas de Bolívar en Colombia suelen austeras, con bolívares en tamaños naturales o apenas bustos sencillos, excepto por lo que ocurre en Pereira y en Manizales, en donde está el Bolívar desnudo y el Bolívar cóndor, monumentos que son obras de arte.

El Bolívar desnudo

Pereira es una ciudad pequeña, sin gracia. Con un clima triste, de subtrópico, hace calor y llueve torrencialmente de forma alternativa. Es la capital del departamento de Risaralda y la ciudad más poblada del eje cafetero. En esta ciudad hay un monumento que llama poderosamente la atención y que se convierte en lo más interesante que tiene: El Bolívar desnudo.

Este trabajo del virtuoso escultor antioqueño Rodrigo Arenas Betancourt se encuentra en la plaza de Bolívar, en el centro comercial de la ciudad, viendo hacia la catedral de Nuestra Señora de la Pobreza, quizás en un gesto desafiante. Aunque para los más conservadores pudiera ser un Bolívar transgredido, pues su instalación se hizo contra todo pronóstico y no sin escándalos; a todas luces es un Bolívar transgresor, basta con verlo para sentirse interpelado.

Le han despojado de algo que en nuestro imaginario se ha fundido con él y que es, sobre todo y desafortunadamente, símbolo del poder: el uniforme militar, con sus charreteras y medallas, con sus botas de campaña y su espada. Pero este despojo no es una degradación, Arenas Betancourt lo ha desnudado para convertirlo en un titán, pues él mismo confesó que se trataba de un “Bolívar-Prometeo”, de allí que El libertador lleve en su mano derecha una llama. La desnudez se hace evidente en su torso y en sus piernas finamente tallados al estilo escultura griega, de esas que resaltan la musculatura de los cuerpos; va cabalgando a pelo sobre un caballo fornido que corre velozmente y que ha sido capturado por el escultor en el preciso momento en el que tanto sus patas delanteras, como las traseras, se suspenden en el aire, de allí que Bolívar y el caballo parezcan estar flotando. El libertador sostiene con la mano izquierda la crin. Además del movimiento que proyecta la estatua, también se proyecta un sonido: el relincho del caballo, que se supone en la apertura de la boca del animal. La base de la estatua está formada por lo que parecen ser unas banderas de fuego.

Pensar en un Bolívar-Prometeo es un ejercicio que los venezolanos no nos permitiríamos, primero, porque el habitus así lo ha impuesto, además, porque en este país con rasgos autoritarios desde tiempos inmemoriales, existe una ley que regula la utilización de la imagen de El libertador que, sin lugar a duda, hubiera dificultado tal instalación, pues pareciera que Bolívar, para los venezolanos, no puede ser otra cosa que un militar. La genialidad de Arenas Betancourt es aún mayor vista desde Venezuela porque conceptualmente su obra proyecta la capacidad y la disposición para imaginar y crear otro Bolívares posibles. El encargo de un “Bolívar diferente” trajo a la realidad un Bolívar-titán que robó el fuego a los dioses y nos trajo una llama que no es aquella del conocimiento pero tampoco la de la libertad, sino la de un proyecto político, porque la libertad de una nación sin un proyecto político no es más que una deriva.

Más allá del concepto, alucinante en sí mismo y único en su estilo a nivel mundial, las dimensiones de la estatua para la ciudad en la que se encuentra es un asunto desconcertante. Es una obra de 9 metros de altura por 9 metros de largo, con un peso de 14 toneladas, fue fundido en bronce en Acapulco, México, y transportado por barco hasta el puerto de Buenaventura, departamento de Valle del Cauca, y luego por tierra, en tren, hasta la extinta estación del ferrocarril de Pereira. Al presenciar esta obra es natural preguntarse ¿Por qué existe este monumento en Pereira? Y es que parece parte de una escenografía que nada tiene que ver con la ciudad, pues Pereira no encarna valores que pudieran asociarse fácilmente al proyecto bolivariano: no es una ciudad ilustrada, no ha parido genios militares, no ocurrió allí algún evento relacionado con la independencia, no es una ciudad con relevancia política o militar para el país, y sin embargo, alberga esta monumental obra de arte.

La explicación formal de este acontecimiento la encontramos revisando los testimonios de los cronistas de la ciudad, quienes señalan que Pereira se proyectaba para su centenario como una ciudad en desarrollo, en pleno crecimiento económico y poblacional aspiraba a convertirse en una ciudad moderna, por eso sus autoridades, específicamente el alcalde de la ciudad Lázaro Nicholls, quiso instalar un monumento que condensara este sentimiento epocal, de allí que encargara al maestro Arenas un “Bolívar diferente” y efectivamente fue eso lo que la ciudad obtuvo: un Bolívar extraordinario.

El hecho de que la obra no se parezca a la ciudad, que no diga nada verdaderamente representativo de sus habitantes, excepto que en algún momento histórico la élite política decidió que este monumento encarnaría el deseo de desarrollo, crecimiento y progreso es muy elocuente, pues nos habla de nuestras ciudades y de nuestros monumentos, muchas veces impuestos, muchas veces aislados de nuestra realidad y que aun así terminan siendo importantes y representativos, al menos eso sugiere la venta de souvenirs en las tiendas de artesanías pereiranas. La función del monumento en esta ciudad ocurre a la inversa: no se construyó porque era representativo, es representativo porque se construyó.

El Bolívar cóndor

Y en una ciudad próxima a Pereira, Manizales, encontramos la segunda representación artística monumental de Bolívar: el Bolívar cóndor, otra apuesta arriesgada y controvertida del escultor Arenas Betancourt. Se trata de un Bolívar transfigurado, mítico, en principio impredecible y al final indescifrable. Se erige sobre un pedestal rectangular vertical de 12,9 metros de altura que se alza desde el costado derecho de la plaza. Mide 13 metros de altura (el pedestal y la escultura alcanzan una altura de casi 26 metros) y pesa aproximadamente 25 toneladas.

El Bolívar cóndor es en términos de dimensiones una monstruosidad y en términos conceptuales también, pues resulta monstruosa la fusión de un ave con un hombre. La figura tiene dos piernas robustas, todo el peso del cuerpo reposa sobre la pierna izquierda mientras que la derecha está suspendida en el aire, en un ademán de movimiento equilibrista. En el torso se produce la transformación: las costillas se transforman en el pecho de un ave, que además está abierto a la mitad, simulando un desgarro, como si el cobre, material en el que está fundida la pieza, se hubiera roto dejando entrever una cavidad. El ala izquierda se abre horizontalmente, como si fuera un ala que rompe a volar, mientras que el ala derecha se alza al cielo, verticalmente, dejando ver una perforación. La cabeza del cóndor se proyecta hacia adelante. Hasta este momento no hay nada que haga referencia a Bolívar, pero si la escultura se observa de frente se verá una especie de máscara veneciana tipo Volto: es el rostro de un Bolívar sereno con la cuenca del ojo derecho vaciada y el ojo izquierdo anómalo, sostenido por 3 lanzas que nacen del costado superior izquierdo del pedestal. En la base de este, hay dos perfiles en negativo de El libertador.

Tratar de entender a este Bolívar es un ejercicio fascinante, principalmente porque no es una figura agradable de ver, hay bastante de horror y brutalidad en el diseño, lo cual resulta coherente si consideramos el origen del encargo vinculado al fuego que consumió a la ciudad, a los sucesos trascendentes que ocurrieron al artista en el decurso de la obra y a la singularidad misma del escultor.

Manizales, durante los años veinte, sufrió 3 incendios que abrasaron la ciudad: el primero ocurrió el 19 de julio de 1922 y consumió una manzana entera; el segundo y más devastador fue el 3 y 4 de julio de 1925 y consumió 32 manzanas del centro de la ciudad, solo se salvó la alcaldía, parte de la catedral de madera y una manzana; al año siguiente, el 20 de marzo de 1926 se produciría otro incendio que arrasó definitivamente con la catedral y 3 manzanas de la ciudad. Como consecuencia de este infortunio, el obispo decidió iniciar el proyecto de construcción de la imponente catedral actual.

La escultura fue encargada al maestro Arenas como parte de un proyecto de remodelación de la plaza para que esta y la escultura de Bolívar estuvieran más integradas con la imponente Catedral Basílica Nuestra Señora del Rosario, que es de diseño arquitectónico neogótico. En el neogótico se tomaban referencias y elementos del gótico como las formas angulosas, puntiagudas, la disposición vertical de los elementos, los conceptos mitológicos, fantásticos, híbridos; pero además se le imprimía un romanticismo y una emocionalidad que buscaba perturbar al espectador. En las gárgolas, quimeras y otros elementos decorativos podían verse fusiones de hombres y animales, también era común que tuvieran algo de horroroso, de demoniaco en su constitución. Estos elementos se hacen evidentes en el Bolívar cóndor pero desentonan con la imagen que tenemos de Bolívar. La fusión del hombre con el animal le imprime un carácter mágico-mitológico; la selección del cóndor de los andes como el animal en el que se transfigura Bolívar es una alegoría poderosa en tanto esta es una de las aves voladoras más grandes del mundo, es el ave nacional de Colombia, su imagen se asocia con la libertad y la majestuosidad de los andes y en culturas andinas prehispánicas es un ave mensajera entre el mundo terrenal y el mundo espiritual. Podríamos pensar, también, en un ave fénix como concepto generador, sobre todo si tenemos en consideración la relación de esta ciudad con el fuego.

Hay otras alegorías menos obvias y más lacerantes en este trabajo, como las roturas, las perforaciones, la ceguera… y es que la escultura parece haber sido concebida con el pecho abierto y el ala perforada, simbolizando heridas profundas y dolorosas en El libertador o en la república. Heridas que nos cuesta asumir porque preferimos vanagloriarnos de un culto a su figura que lejos de reivindicar su proyecto lo banaliza. Para algunos la postura de la estatua sugiere una ambivalencia, pues no está definido si el hombre-ave está por emprender el vuelo o si está posándose en una superficie. Nosotros imaginamos otra posibilidad: creemos que la posición equilibrista es producto del impacto de algo que le perfora el ala, con lo que sería una postura de resistencia tras una embestida violenta.

También hay daños posteriores, como el de los ojos de Bolívar o algunas irregularidades en la superficie del cóndor. La esposa de Arenas Betancourt, María Elena Quintero, relató que el maestro agredió la obra con un cincel y un machete tras ser liberado de un secuestro del que fue víctima y que le mantuvo en cautiverio 81 días, desde el 18 de octubre 1987, durante la época de mayor violencia en el país. Este acto de violencia hacia la obra pudiera interpretarse como la frustración y el dolor al salir de una experiencia tan terrible como lo es un secuestro, o como una descarga de ira contra su propio ser, pues fue secuestrado por ser una persona talentosa, de relevancia nacional e internacional que posiblemente tenía suficiente dinero para pagar su rescate, como en efecto ocurrió; pero no es excluyente la interpretación de este suceso como una expresión artística consciente del momento histórico crítico que atravesaba la república de Colombia, quizás una forma de confrontar lo que hemos hecho con la libertad, en lo que nos hemos convertido, la herida que hemos producido a Bolívar encarnado en su proyecto, que es la república y que termina por herirnos a nosotros mismos.

Crissia Contreras
Socióloga. Investiga sobre administración pública y Estudios organizacionales. Escribe para El exilio una columna sobre arte y sociedad.

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