Por Ender Rodríguez
(Para un ensayo trans e in-disciplinario no tan divertido ni devocional).
A Jonuel Brigue
“Fracasa el que quiere volverse bestia, fracasa el que quiere volverse héroe o dios, fracasa el que no quiere nada más que lograr una cierta comodidad. Fracasa el amor, fracasa la ciencia. Pero a pesar de todo eso, no cesa ni ceja el amor por la propia existencia.”
José Manuel Briceño Guerrero
De una costilla de hombre, éste se sacó a una hembra. Se rompió el molde blando -como la carne-. La serpiente se comió la costilla y Lucifer sacó a bailar a Eva. Fin de la historia. La Biblia no es una “pura verdad”, ni es libro de recetas. Más sin embargo, se trajo de los pelos al carpintero Jesucristo, elevado judío entre rascacielos-habitables cósmicos.
El presente texto ni es totalmente sacado del ateísmo espiritual de su autor, ni es budista ni es persa, menos aún sahariano. Es un intento seudo-investigativo que atraviesa como flechas, vastos conocimientos que estallan a su vez, y quizá sin piedad, en la “razón oculta” y en la “religiosidad de hierro”, la inamovible, la poderosa. No se pretende decir una imprudente o testaruda verdad absoluta. Se pretende aumentar la duda, crear más que preguntas. Se busca una sola cosa: hurgar, hurgar, hurgar. Dr. House, serie norteamericana estrenada por FOX, nos dice: “Todos mienten”. Podría él llegar hasta a decir con ironía: “Y dios también”. Parafraseando a Facundo Cabral (1937-2011), El diablo es un personaje enmascarado del mismo dios, para cuando éste debe causar endemoniadas fatalidades o cuestiones de dudosa moral. Hay mentiras cuasi piadosas e inconscientes pero, hay mentiras conscientemente peligrosas y/o políticas relacionadas directamente con la búsqueda del poder así diosificado por seres religiosos o no. Da igual. El problema del poder (Adler), sobretodo “divinizado” y “divinizable”, es un problema humano, lo asumieron tipos como Hitler o “supuestos santos”, líderes de la denominada (y sin pensar) como “derecha” o “izquierda”; lo vivieron igualmente personajes mayas o aztecas. También lo asume con excitación cualquier blancuzco y pedófilo Papa del Vaticano, cuya oración “devota” es celebrada por millones de fans, y televisada como reality show del hoy. En cuanto al asunto bélico, o a lo que se asume como “guerra” (suicidio colectivo aceptado por contrato) y según el propio Tio Sam: “In god we trust” (En dios confiamos) para invadir cien países, Benedetti vocifera: “El mundo se deshace / explota / gime … El mundo desafina con el hombre… Pobre mundo de mierda y de huesitos va rodando redondo en el espacio…” Bajo la luna todo se sabe, a excepción de los destellos de los mundos invisibles, y sus otros mundos de demonios medio felices y raquíticos dioses azules. En el paso de los siglos, las dudas que escapan a la encapsulada “razón”, no dejan de sucumbir lentamente ante el elixir de lo que se cree cierto, ante la “muerte del pensar” y su implacable “no pensar”.
En este planeta de suicidios y flores, la extraña cosa humana, tan amada y demencial llamada “guerra” sea o no creída como “santa”, no nos deja en paz. Pero guerra puede ser todo. En el barrio “con el plomo al aire”; en la casa con palabras que hieren, la mujer peleando al hombre-ebrio o el cuerazo tradicional del abuelo sonando; en la mente hay “odios de confusión”, etc. Hace falta Confucio por cierto. No nos deja en quietud ni un instante la agresividad invisible del ser.
Quienes habitan esta aldea global en llamas, cruzan sus dedos cada vez que suena la alarma planetaria, cada vez que ronca la tierra o que surcan los cielos las gaviotas más grisáceas de la industria del confort. Cada vez llegan más “Dogs of the war”. El unicornio añil que tanto revoloteaba en las praderas de la infancia del ser humano, nunca fue el mismo después de la lluvia de fuego en Nagasaki o cuando Chernobyl y el futuro deseable que mentía.
Los y las sapiens/demens quizás son también, incluyendo a este mal servidor, lo mejor de la potencia creativa sin límites y lo peor de la competencia entre especies.
Parafraseando a algunos pensadores los seres humanos: Somos cañas pensantes (Pascal), lobos para el hombre (Hobbes), animales que se engañan a sí mismos (Ernst), animales simbolizantes (Cassier), animales espirituales (Lavelle), y en fin, animales interrogantes (K. Rahner).
Los hermanos mayores de los antiguos homínidos, venidos de lo profundo del África, hijos del primer homo –y su femenino-, esculturas de dioses a imagen y semejanza según dicen, son capaces de ser luz y sombra, sueño de historias o sendero hacia el abismo y los “infiernos”. Es descabellado ser capaces de hacer la poesía más sensible al espíritu humano; reproducir lo mejor de la creación audiovisual del último siglo en Blue-ray; amar a una dulce mujer o a su par o en cuadrado; orar desde lo más interno del alma y al mismo tiempo, crear las bombas más destructivas e invencibles.
Se suele respirar clorofluorocarbonados estando entre los bosques mientras cae la lluvia ácida alrededor y al llegar a casa, prender la tele y reír torpemente con los Simpsons o El Chavo del ocho. Se entra luego, en una catedral a “saludar curas” en esos espacios cuasi-sagrados plagados de “almas muertas” y agrietados santos de cerámica. Quizá somos un mar de complejidades y mundos internos-externos conectados (Taoismo), indetenibles y misteriosos, inevitables, indescifrables. En general, así son o somos los humanos en cadena de extrañas cadenas de interconexión sin imaginarlo. Esto lo plantean teorías científicas encontradas o en encontronazo. ¿Qué será el ser o qué tendrá por dentro, y por qué pareciese que posee micro y macrouniversos? ¿Acaso el ser será nulidad y totalidad, claroscuro, yin y yang, dios-demonio, sueños de libertad y súbita muerte entre cantos del más allá?
No lo sabemos bien. Imaginárselo es ejercicio de exploración al estilo Verne.
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¿Será que somos tan geniales, o tan “descubridores” o hermosos como seres humanos, que los reinos de las aguas, las nebulosas o la tierra viva de Lovelock, “pecará” de envidia a la hora de retarnos? ¿Cómo no recordar a aquellos niños en Croacia con sus ropas olorientas a tiempos y auroras, con las telas sin color abriendo como flores un mapa nuevo de destierros y cantos? Así suele ser la imaginación como transporte mental para grabar documentales de vida (sin vida). Millones de millones de caminantes en fronteras, desplazados, refugiadas o desgarrados todos y todas de sus vidas, son mayormente mujeres y niños, ya no las madres y sensuales cómplices de la vitalidad fecunda, ya no los niños de sonrisas y saltos vigorosos. Es decir, hay una sola familia humana aunque terriblemente dividida y fragmentada o enfrentada, diariamente, por miles y miles de intereses, religiones, obstinaciones, poderes, etc.
¿Cómo no dejar de ver a unos hutus quebrando las costillas de unos tutsis en el continente madre por intereses económicos e imperios, odio étnico o “religión en guerra”, en ese continente negro que ha parido el universo de los seres? ¿Cómo no recordar la vieja historia de los y las parientes que viajaban por las tierras de este mundo de glaciares, hace más de medio trillón de lunas? ¿Cómo no dejar de recordar los mitos sagrados imaginando a Kenami pidiendo algo de mandioca fresca a Wanadi en una naciente, en algún lugar donde los guacamayos podrían haber volado en círculos andantes como mordiendo universos robados a la mente?
¿Cómo olvidar que ya no son extraños miserables los que habitan el Nilo de furias y el Tibet de nieblas que estallan en el cerebro de quienes esperan su retorno a otra era o a algún karma futurista? ¿Cómo no volar laberintos, quebrando los nudos de aquella soga de hilachas de cada parte de la vida cortada a veces en las puntas de encuentro?
¿Cómo no recordar que supuestamente un embrión cósmico de vidas y de cantos de hechiceros nos trajo a todos en los genes mismos del parto o incesto primario?
¿Cómo no recordar que una presunta eva negra según la ciencia, nos hizo a todos hermanos y hermanas de colores y olores, de sangres y amores tan confusos? Ya nadie está solo en este extraño agujero de cimas, de uniones y desuniones, mezclas y familias que a veces se odian.
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Ya no hay razas puras o inseparables, y lo que llaman ADN tiene un lenguaje común en los seres humanos, crean o no en dios, dioses, brujerías, demonios, ratas peludas extraterrestres, etc. Las estructuras son bastante parecidas, son los mismos hombres amarillentos-carne y mujeres-tierra, seres marrones y de todos los colores. Las diferencias apenas se sienten. Son todos y todas, unidades de diversos y diversas de uno en uno, amarillos, ocres, y sutiles matices de colores piel. Así habla la ciencia poetizándola digamos. África está en todas las naciones y todos las naciones están mezcladas sin saberlo. Las placas tectónicas chocaron y se unieron en un sexo fecundo y promiscuo, se fue uniendo todo con todo, aún en las particularidades y sus millones de diferencias. Pero así, son parte de lo mismo. Esto es aceptado por muchos, pero no por todos o todas. Los rituales comprueban esa supuesta unidad, los mitos también. De eso habla Lévi-Strauss en su estructuralismo. Morin-Kern, haciendo referencia al Big bang (1993, 49), nos dice también: “…Sabemos sin desear saberlo que somos hijos del cosmos, que lleva en sí nuestro nacimiento, nuestro devenir y nuestra muerte…” . Antes de irnos separando del engranaje animal evolutivo, éramos “uno -y todos- con ese todo” en poiesis (Maturana). Unidos a nuestro mundo vegetal-mineral-animal-espacial-espiritual. ¿Cómo ignorar que la explosión de hace quizás veinte millones de años, nos hablaba de una historia común? ¿Cómo olvidar que hace miles de millones de años cuando la tierra estaba ardiendo y entre nubes oscuras, unos primeros seres se movían en las aguas como abriendo un camino para errantes y parientes? ¿Cómo no saber que el jabalí es fertilidad y las serpientes y dragones celtas pueden esconder secretos y males?iii


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En una especie de licuadora se incluirán planteamientos propios del Taoísmo y de Osho para dilucidar el siguiente texto: La duda es la insistencia del individuo en querer saborear , experimentar, deleitarse y asomarse a la verdad. Son muy pocas las personas que dudan. La duda no es negativismo en extremo. Dudar y preguntar puede ser muy liberador, uno mismo se convierte en pregunta. Hay algo terrible que sucede con las religiones: Nadie ha encontrado a dios, ningún cristiano, ni hindú o mahometano…. Y sin embargo, lo adoraron y adoraron, hasta el final, llenos de temor, pena, obligados a practicar rituales y agobiados por ciertos “pecados”. Las religiones y en particular los sacerdotes, han explotado el miedo, el temor, le han dado a dios una mentira que cubre la herida. Por tanto, desde el inicio de los tiempos, se creó mentalmente a dios para dar respuesta supuestamente al terror, al vacío, a la nada, al supuesto sin sentido… Tú llevas en tu interior otro mundo que desconoces, tal vez más grande que el de afuera. Dios es sólo una idea del hombre: si los caballos tuvieran ideas conscientes, deberían concebir a su dios como “dios caballo”, no como “dios humano”. LA EXISTENCIA ES UN MISTERIO, MÁS NADA. SI ES UN MISTERIO, SIMPLEMENTE INDESCIFRABLE. POR TANTO: HAY QUE SABOREARLO, SER MISTERIO CON LA EXISTENCIA… Que no exista un dios no significa que no exista espiritualidad, al contrario; el universo es un hecho impresionante que nos muestra que TODO es divinidad… Una vez que conoces el centro de tu ser, y que sabes que se es uno con el cosmos, eres responsable de todo a través del “karma”; y como boomerang lo que generes o destruyas se te devolverá. Cuando descubres que eres sagrado, no puedes destruir lo mismo que eres. Hoy día, supuestamente, ya ni siquiera se habla de “el universo” sino de multiversos, que siguen en supuesta formación o crecimiento, y según otros estudios y hallazgos científicos, al parecer se han encontrado indicios de otras dimensiones atravesando las nuestras, pero en supuestos compartimientos que se invisibilizan o algo así, pero que sí existen. La ciencia no es estática ni tiene la “verdad de la verdad” ante el incrédulo; aunque de hecho las teorías de ciencia más serias, echan por tierra a otras, existiendo divergencias además entre científicos. ¿Pero qué decir de todo ello?


