¿Qué hora es allá?

Artes Escénicas, Literatura, Publicación

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En el verano de 2018 recibí una invitación a participar en una propuesta de intervención artística para un espacio cultural en París, Francia. Durante un par de días se llevaría a cabo una serie de charlas, encuentros e intervenciones donde se hablaría sobre el contexto cultural y el arte contemporáneo venezolano. La invitación me llegó una semana antes de que el evento inaugurase; destacaba que la organización no contaba con presupuesto de producción y el artista era el responsable del transporte, instalación y desinstalación de la obra o cualquier otro gasto que ocasionara el viaje. Desde que leí el email de invitación supe que mi presencia en el evento en París era poco probable.

Sabiendo que no iba estar presente en París, la invitación significó el punto de partida para pensar una propuesta. La concatenación de ideas e intenciones se hicieron inevitables, considerando el tema y el contexto. Antes de terminar de leer el email de invitación y como un flash de luz en medio de la noche, me había propuesto hacer una instalación que hablase sobre Venezuela y el desplazamiento migratorio. Para ello iba a utilizar el mínimo de presupuesto de producción para llevarlo a cabo y desarrollarlo a distancia, de esta manera enviaría directrices de instalación vía email. Parte del reto era desarrollar una idea simple, que pudiera desplegar capas de contenido y generara significado en su desarrollo. Por la proximidad de la fecha del evento decidí no participar, sin embargo seguí pensando y desarrollando la idea de una posible intervención.

Hoy, dos años y medio después de la invitación inicial y de la no realización de la propuesta de aquel entonces, me propongo retomar la idea. Pero ahora desde la escritura, mi intención es llevar la propuesta inicial a una feliz realización en el espacio ficcionado de la palabra. A la par, me propongo reflexionar sobre las condiciones materiales mínimas para llevar a cabo una intervención artística. Para efectos de este ensayo utilizaré el término “Obra mínima” para referirme a los materiales indispensables para una intervención en sitio específico; la palabra “mínimo” no tendrá una relación directa a dimensiones sino a cantidad de presupuesto disponible para la realización de una instalación. Con esto en mente, será necesario hacer referencia al arte conceptual que se desarrolló en Norteamérica a partir de la década del 60 del siglo pasado, donde se pensó el arte en relación con el lenguaje, hasta llegar a bordes difusos, donde filosofía, poesía, arte y literatura se definen a partir de sus límites. Una pregunta clave en este sentido la formuló Josep Kosuth al extraer la relación del arte con el lenguaje:

¿Podría iniciarse la producción de un lenguaje cultural cuya función misma fuese mostrar, en lugar de decir?

Propongo invertir el sentido de la pregunta anterior y formular una nueva pregunta:

¿Podría iniciarse una producción cultural centrada en decir antes que mostrar?

La idea de desarrollar una propuesta artística utilizando una especie de crónica, conduce a la posibilidad de pensar la escritura dentro de un género en la creación artística del campo del arte, considerando que quien escribe trabaja desde la escultura y la instalación.

No me refiero a un texto descriptivo; que generalmente se utiliza al momento de presentar un determinado proyecto de arte. Mi intención es pensar un relato con características autónomas que provenga del campo artístico. Reconociendo también las limitaciones que esto implica; saberse de poco cacumen en el oficio de la escritura. Podríamos estar hablando de una especie de crónica artística. Creo que en el intersticio entre crónica y producción artística de carácter espacial puedan surgir otras posibilidades.

En ocasiones entre conocidos y amigos nos comunicamos las ideas y proyectos en mente. Hay momentos en los cuales solo al comentar las ideas en voz alta se generan conexiones creativas, resultando cuestionable el hecho de llevar a la materialización; solo con pensar las conexiones e ideas resulta satisfactorio. En otras ocasiones sucede lo inverso, las características y propiedades formales del medio se convierten en el mensaje. En algunos casos las intenciones intelectuales del artista y las ideas terminan divagando o perdidas en el campo de la libre interpretación. El peor de los casos sucede cuando hay una separación entre la obra y la intención de su creador, llevando a encargar a otros la producción de significado de su propia obra. Y ni hablar de cuando tanto la idea como el medio son deficientes.

¿Para qué producir materialmente una idea si se puede llegar a la reflexión con solo hablarlas o escribirlas?

¿Para qué mostrar si se puede decir?

Llegar al objetivo reflexivo pero sin la materialización, acceder a una conciencia nueva o diferente sobre un determinado tema. Aunque exista una producción de la idea, su ejecución no está mediada por una materialidad. Para el arte conceptual lo más importante no reside en el objeto, ni en la materia. Como decía Max Bense: “El modo de lo estético es una condición que se manifiesta menos en las cosas que en las relaciones”. Esto se puede vincular a muchos campos del saber, desde la literatura a la filosofía. Al hablar de “relaciones”, esto implica una vinculación entre el emisor y un receptor dispuesto a participar.


Para que exista la obra, antes deben de existir las condiciones para que la obra suceda, me refiero a que el funcionamiento conceptual de una obra es principalmente atencional, dependerá de la sensibilidad receptiva que asume el espectador y la sensibilidad propositiva del artista. Una persona sugiere una idea y la otra la capta, son los elementos básicos de una buena comunicación. Tanto el emisor como el receptor en el arte deben asumir una actitud abierta y vinculante.

Recuerdo que en la universidad estudiando arquitectura llegaba a clases sin planos y sin maqueta para explicarle la idea de un proyecto arquitectónico al profesor. Es inútil visualizar una arquitectura con solo palabras, – tal vez Italo Calvino con “Las ciudades invisibles” llegará satisfactoriamente a cumplir dicho objetivo- En arquitectura, diseño y arte, la idea y la materia son inseparables. Aunque las maquetas y planos son importantes para el proyecto arquitectónico, solo podemos hablar con propiedad de una obra en arquitectura cuándo está construida, cuando se puede recorrer, palpar y experimentar espacialmente.

El mismo artista conceptual Josep Kosuth llega a decir que “el trabajo del artista es filosofía concretizada”; también muchas obras cobran sentido gracias a su contexto. Una caja, dentro de un contexto artístico, da una impresión diferente de la que produce una caja fuera de tal contexto. Algunas ideas se desprenden de estas observaciones: por más interesante que sea la idea, solo cobra sentido y profundidad cuando comulga con su medio y lo cuestiona, en la misma medida que lo define. Otras veces el contexto “institucional” llega a darle o a completar el sentido de la obra.

Creo que en el caso del arte actual, puede existir una obra textual; no me refiero a escribir sobre el muro blanco de la galería o museo, tampoco dejar ensayos para que el público los lea, ni mucho menos empapelar las paredes como casa victoriana del S. XIX. Un ejemplo que se aproxima a la idea que propongo es lo que Douglas Huebler (1924-1997) hizo: pidió a los visitantes del museo que escribieran un secreto, obteniendo más de 1800 respuestas, luego los juntó todos en un libro. Con esta actitud conceptual buscaba demostrar que podía hacer arte sin necesidad de producir los tradicionales objetos artísticos, que puede existir una experiencia estética en arte sin necesidad de una objetualidad, llámese: pintura, escultura, instalación, etc.

En este punto quiero sugerir una obra ficcionada de carácter espacial, pensada bajo este contexto y que puede desarrollarse en forma de relato, preferiblemente tendrá que ser un relato hablado; consistiría en que una persona comentara la idea de una obra (X) de carácter espacial -por ejemplo, una instalación- que nunca se materializó y que él, -el guarda sala, por ejemplo- en medio del espacio vacío la describe en detalle a un público. En la medida en que se describe y se narra conceptualmente la obra, en dicha medida la obra se ejecuta (se realiza) por medio de la palabra.

Una obra próxima conceptualmente al ejemplo anterior se presentó en el 2014 en el Museo Ludwig en Colonia, en la retrospectiva del artista francés Pierre Huyghe. Al momento de entrar en la primera sala de la muestra una persona en traje y corbata se aproximó a mí y muy amablemente me preguntó el nombre, luego la persona de traje se dio vuelta, caminó un par de pasos y gritó mi nombre en el espacio de la sala donde se encontraban las primeras obras del artista, volviendo a repetir la acción con otras personas que entraban a la muestra.

Otra obra con estas características sucedió en el Stedelijk Museum en Amsterdam en el 2015, en esta oportunidad un guarda sala se aproximo a mi, se presento y me dijo: “This Is Exchange, a work by Tino Sehgal from 2002” y me propone si me gustaría compartir con él mi opinión sobre economía del mercado a cambio de 2 Euros. En otra sala del museo se escuchaba una hermosa voz soprano que cantaba: “This is propaganda, you know, you know”. Al final el guarda sala y yo terminamos hablando del dinero que ganábamos nosotros mensualmente y los posibles honorarios que recibía Sehgal por la obra “This Is Exchange” más la producción-preparación para presentar los diferentes performance de Sehgal en el Stedelijk, llegando a la conclusión de que el precio de una obra inmaterial podría llegar a ser igual o mayor que una obra material.

Si hay algo que ha cambiado en el intercambio de “relaciones inmateriales” que se propuso el arte conceptual de los años 60 es que hoy el mercado del arte ha llegado a monetizar dichas relaciones.

Por último, faltaría mencionar algunos trabajos en colaboración entre el escritor catalán Enrique Vila-Matas y Dominique Gonzalez-Foerster donde la literatura y el arte se entrecruzan. En lo personal, el trabajo resultante de estas colaboraciones en formato de libro terminan siendo más gratificantes que las obras presentadas en formato de instalación.

Hasta aquí he comentado algunos trabajos de lo que considero “Obra mínima” en cuanto a su producción material, prestando atención a los que suceden en forma de relato hablado y que curiosamente, aunque están mediado por la palabra, en algunos contextos su producción puede ser muy elevada.

Ahora vuelvo a retomar la invitación de intervención artística en París y concretizar en palabras lo que quedó pendiente dos años y medio atrás. La idea de intervención de “Obra mínima” quedó dando vueltas en el aire durante varias semanas, abierta a conexiones con otros trabajos. Es complejo tratar temas sensibles como la migración y el desplazamiento, realidades sociales y económicas, abordar historias tanto personales como colectivas de un territorio que ha sido devastado por una dictadura militar durante los últimos 20 años. Tratar estos temas en un contexto del arte en París me hizo establecer relaciones con la película de 2001 titulada “What Time Is It There?” del director Tsai Ming-liang.

En esta película su protagonista se encuentra en un momento atípico de su vida, su papá acaba de morir, su mamá empieza a evidenciar comportamientos extraños, mostrando dificultad para superar la desaparición física del marido recién muerto. La comunicación entre el hijo y su madre es casi nula, ambos viven en un pequeño apartamento en Taipei. El joven se gana la vida vendiendo relojes en un puesto informal en las calles.

Un día una mujer aparece buscando un reloj, la condición es que el reloj tenga dos husos horarios. La mujer se interesa por el reloj que tiene puesto el vendedor y le insiste persistentemente en que se lo venda, al día siguiente partía a París y quería tener la hora de Francia y la de Taiwan. El joven vendedor cede y le entrega el reloj. El encuentro de estos dos personajes sucede solo en dos oportunidades y de forma breve. A partir de ahí el vendedor se obsesiona por la hora de Francia y comienza a cambiar la hora de todos los relojes que se encuentra a su paso por la gran ciudad, estableciendo en Taipei el horario de Francia.

La película se desarrolla pausadamente y lleva a reflexionar sobre la necesidad de establecer un tiempo compartido con personas distantes, crear conexiones y temporalidades que permitan formar vínculos, aunque sean ficcionales y anacrónicos pero vinculantes al fin.

En la película el personaje principal, el vendedor de relojes que se encuentra en Taipei, busca un tiempo en común con una mujer desconocida que está en París. La madre del protagonista busca un tiempo especial que le permita compartir con su marido que recién ha muerto.

El pensar el tiempo en relación a nuestro afectos con personas distantes o que ya no están físicamente entre nosotros, lleva a recordar la obra del artista Cubano: Félix Gonzáles-Torres (1957-1996), su obra: -Untitled (Perfect Lovers), 1991- dos relojes, uno al lado del otro, compartiendo el mismo espacio y sin embargo no el mismo tiempo. Este trabajo de Gonzáles-Torres se completa en las relaciones que cada espectador pueda hacer. Al punto que solo con pensar en la obra, esta se desarrolla en nosotros, conduce a pensar que en algún momento uno de los dos relojes va a dejar de estar sincronizado, el uso y el gasto de la batería será inevitable y en algún momento se detendrán, uno antes que otro, los dos al mismo tiempo, no lo sabremos.

En este punto, esta crónica se ha vuelto un pastiche de referencias y conexiones, pasando por el arte conceptual de los años 60, propuestas artísticas que utilizan la palabra, libros, películas, instalaciones que hablan del tiempo y de la memoria. Al final son referencias y conexiones múltiples que se van agrupando y decantando. Llegando a proposiciones de apariencia simples, muchas veces formalmente parecidas entre ellas, pero con giros de significado en su interior.

Dos años y medio despues de la invitación inicial, mi propuesta ya estaba lista, mi participación en el encuentro en torno al contexto cultural y el arte contemporáneo venezolano consistiría en colocar un reloj en la librería del centro cultural en París, pero con un cambio importante, la hora que utilizará el reloj será la hora de Venezuela. Este reloj con el huso horario del país latinoamericano permanecería así durante los días del simposio. Cada vez que un observador se percatara del retraso horario, en ese momento el personal encargado de la librería le entregaría a la persona que se percato del fallo horario un papel donde se comenta que el desfase que marca el reloj es realmente una proposición artística. El trabajo se titula: ¿Qué hora es allá? estaría acompañado de este relato.

El reloj en París es un tiempo que no corresponde al espacio, representa un fallo para un habitante común en París y el tiempo presente para muchos migrantes. Podemos estar conscientes de los diferentes tiempos en que podemos estar viviendo en el presente. Son dos relojes como la obra de Gonzáles-Torres con la diferencia de que están ubicados en continentes diferentes. Estos relojes a distancia tienen la misma preocupación: en algún momento se detendrán, algunos relojes son más viejos que otros, también hay una espera contenida en los relojes, que más que compartir un tiempo esperan compartir un espacio.

En lo personal, durante el tiempo que he vivido fuera de Venezuela siempre he tenido presente dos husos horarios, primero la hora de Europa y segundo la hora de Venezuela; 5 horas menos en Venezuela durante el horario de invierno y 6 horas menos durante el horario de verano. Han sido tantas las veces de tener presente estas horas que actualmente al ver el reloj soy consciente de dos husos horarios. La descripción de esta propuesta me ha tomado solo dos párrafos, el resto de información no es para nada complementaria, ha sido un recorrido necesario.

Se podría fácilmente realizar la propuesta del reloj en algún lugar del mundo fuera de Venezuela con husos horarios diferentes, pero sin embargo todo lo que he escrito aquí estaría faltando. Y si solo quedara este texto, faltaría la persona que preguntara por la falla horaria del reloj de la propuesta. Este es el intersticio por el que me preguntaba al inicio del ensayo, entre crónica y producción instalativa es dónde se puede pensar otras posibilidades o específicamente percatarse lo que posee una y le falta a la otra.

Restarle horas al reloj en París puede ser una proposición artística donde se cumpla la idea de “Obra mínima”. Solo exige retrasar las agujas de reloj. En este caso solo con decir o hablar de la propuesta no es suficiente; como tampoco es completa la acción de cambiar la hora en cualquier reloj fuera de Venezuela. Solo se cumpliría la obra cuando sucedan las dos acciones; la primera en el tiempo y espacio del reloj de la propuesta con el desfase horario y la segunda en la historia y tiempo de esta crónica.

Al final son tiempos que pretenden remitir a otros tiempos en espacios distintos, que están tanto en el texto como fuera de él.

 

Oscar Abraham Pabón
6 de Febrero de 2021

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