Poniendo el título de esta crónica recordé una película que nunca me cansaré de ver. Esta es una excepción, porque rara vez repito un libro o una película, esta es la única excepción a esa regla del aburrimiento. Cada vez que la veo (quizás han sido unas 4 veces), yo soy diferente, entonces, encuentro en la película capas de significado que no había apreciado en las vistas anteriores. Ya tendrán curiosidad por saber a cuál película me refiero, “Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera”, título original “Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom” (2003) (pueden verla en https://www.youtube.com/watch?v=ppirLQrGQro).

No diré más porque esta crónica no es sobre cine, la mención a la película ha surgido de un recuerdo del otoño que estoy viviendo y que despertó mi memoria de esta película. Aún no reflexiono sobre cuánto parecido hay entre ese niño y yo.
De momento nos quedamos en México.
Hoy me llamó Samy, mi sobrino mexicano, para advertirme que a las 11 a.m. había una celebración por los terremotos de 1985 y 2017, él mismo se corrigió y dijo “no es una celebración sino una conmemoración”, en recuerdo de las víctimas de estos eventos. Me explicó que sonará una campana y las personas saldrán a la calle como si el evento estuviera sucediendo en realidad. Le aseguré que haría lo que viera que los pocos vecinos que hay en esta urbanización hicieran. La conversación terminó, me distraje viendo cosas en internet, pero dejé la ventana de la sala abierta. Los únicos vecinos de enfrente quizás no estaban o se les olvidó la conmemoración, o quizás como no se produjo un ruido (campanas, pitos, etc.) en la urbanización, lo olvidaron. ¿Es posible olvidar tantos muertos, heridos, pérdidas materiales…? Creo que sí, el cerebro bloquea lo que le produce dolor. Pero no es posible olvidar el miedo del todo, él se anida como los ácaros en tu almohada.
Ayer vino un técnico a instalar unas luces que faltaban en la cocina empotrada de la casa donde vivo, al terminar su trabajo conversamos un poco: le dije que ojalá las luces se encendieran en caso de terremoto. Lo mencioné como una broma, pero para él el terremoto de 1985 y 2017 estaban guardados en su memoria como eventos tristes. Me contó que en el primero él vivía en Ciudad de México, estaba en la parte de arriba de un poste de la electricidad, se bajó y a los pocos segundos tembló, salvó su vida, pero en su memoria guarda cientos de imágenes y relatos del miedo y la pérdida. Cómo lo sé si no lo dijo; simplemente, lo miré y ahí estaban, quizás no puede poner esos recuerdos en palabras. En el segundo, ya vivía en Pachuca y la intensidad del sismo fue menor. Sentenció que el miedo mata más que el sismo: uno de sus familiares murió de un infarto en el último temblor, el del 7 de septiembre de 2021.
Ya estaba aquí cuando ocurrió ese temblor, estaba en la cama, pero despierta. Quizás vivir en los Andes venezolanos en una zona sísmica te prepara para comprender mejor el carpe diem de los romanos, quizás ya he vivido y cumplido mi misión y no temo trascender, quizás estudiar estoicismo y taoísmo ayudan a entender la vida como un viaje corto que en cualquier momento termina. Me levanté pensado que me estaba imaginando el temblor, parada lo sentí, bajé a la planta baja de la casa, tomé las llaves y me quedé pendiente en la ventana esperando ver qué hacían mis vecinos de enfrente: ellos son mi referencia sobre el comportamiento de los nativos (término usado en lingüística para referirse a una comunidad que adquiere una lengua y sus normas de uso de manera espontánea, distinto a mí, que estoy apenas llegando acá). Es divertido porque ellos no se imaginan cuán presentes los tengo en mi cabeza, por ahora representan a México. No salieron, no salí, me fui a dormir. Al día siguiente tenía una llamada de Beto, mi cuñado, seguramente se preocupó por mí, por si tenía miedo. Ellos, en Ciudad de México, sí salieron y esperaron que las réplicas no aparecieran, que los daños fueran leves, que los objetos cobraran vida y se reordenaran, que el miedo desapareciera con el sol…
La vida está llena de temblores, de repente, un sismo viene a tu vida con la pérdida de un amor, de un familiar, de la estabilidad laboral, con el otoño de tu país de origen; si sobrevivimos, como el técnico de este relato, entonces, valdrá la pena vivir si descubrimos los pequeños placeres como pasar unos minutos al sol, calentando tu cuerpo para la larga noche fría; observando en el patio de la casa cómo unas plantas han logrado surgir de entre la gruesa capa de granzón que las cubría. Me parezco a ellas, también buscan el calor. Me gustaría saber cómo se llaman esas plantas, quizás se llamen como en Venezuela, solo monte, no les ponemos nombres, pero ellas son más fuertes que las que venden en los viveros, mimadas con abono y cuidados. Las observo todos los días y veo su aparente fragilidad. Un día intenté arrancar una y no pude, me enseñó de que está hecha, es una sobreviviente que se aferra a la vida, las piedras que la rodean no pueden impedir su crecimiento.
Mientras escribo esta crónica escucho a Yiruma (pianista y compositor de surcoreano), quizás sus notas hicieron salir todas estas ideas de mi cabeza. ¡Salve, Yiruma! Te invocaré como a un dios.
Marisol García Romero
Pachuca, México. 21 de septiembre de 2021