por Otto Rosales Cárdenas
(Grupo de investigación Bordes/Universidad de Los Andes)
El mundo loco. Guerra, cine, sexo (2024), es la última obra de Slavo Zizek (1949), donde propone nuevas reflexiones ante un mundo polarizado, en guerra, e intolerante ante los demás.
Para Zizek (filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno), estamos ante un sinsentido del mundo moderno. Dice “al reemplazo de la oposición (mundial, que se mueve en corporaciones transnacionales y en grupos de poder por el mundo), se articula un eje principal de nuestro espacio político entre partidos de centro izquierda y centro derecha por la oposición entre un gran partido tecnocrático.”
Zizek considera que estamos ante un movimiento político con claros signos populistas que promete ocuparse de todos mediante políticas racionales con expertos, donde lo pragmático no deja movilizar pasiones ni suelta eslóganes demagógicos.
Insiste Zizek: “La vergonzosa paradoja que nos vemos obligados a aceptar es que, desde un punto de vista moral, el modo más cómodo de mantener una posición de superioridad es vivir en régimen moderadamente autoritario.”
En su más reciente obra: Mundo loco. Guerra, cine, sexo, nos llega un adelanto por las redes sociales; como si cruzara con otros autores y sus obras que han advertido la gran crisis del sinsentido del sujeto en la vida moderna.
Zizek nos lleva a cotejar sus reflexiones con George Bataille (1897-1962) y Rubén Darío (1867-1916), filósofos y narradores que en sus obras muestran cuán difícil es y será explorar la condición humana.
Bataille en un ciclo de conferencias apenas recuperadas: “La sociología sagrada del mundo contemporáneo (1938)”, anunció estos cambios en la sociedad moderna occidental.
El mundo y la sociedad occidental, viene experimentando cambios drásticos desde la Edad Media hasta la actualidad. Sus movimientos se vienen dando en los centros o lugares sagrados, donde uno o varios sujetos participan para vivir o desmarcarse del resto de sus semejantes.
Ya sea la Iglesia, o la nobleza o la Monarquía, han perdido en buena medida su poder de convicción. ¿Hacia dónde se dirige su nueva participación? Hacia los partidos, grupos, tribus, logias urbanas… Nuevas iglesias laicas que prometen salvar sus almas donde no incluyen sus cuerpos en el infierno terrenal.
Un alma humana que castiga y castiga al otro cuando ese infierno se vuelve envidia, posesión, odio. Es una “guerra santa” contra el otro que no está de acuerdo con sus íntimas convicciones. Es la guerra contra todo lo que no aparece en mi espejo perverso, cóncavo, y que destruyo.
Rubén Darío escribió Torquemada, el Inquisidor implacable. En la portada del minúsculo libro, el traductor advierte que está en Madrid y que es el año de 1931.
Esta pequeña obra de Darío había pasado por debajo del público lector como escondiendo lo que le enrostraría el sujeto moderno desprevenido: las calamidades de la modernidad y su locura por demoler todo lo que no sea igual a ella.
Darío lo describe: “Un mundo, sujeto al sufrimiento, y a la tortura, teniendo por bóveda un negro cementerio jaspeado de fuego, como las luces que brillan de noche en el cielo; techo horrible sembrado de sepulcros, de donde cae al abismo una eterna lluvia de almas, rodando en el fuego como un suplicio que Dios no perdona.”
Es una voz que no logra calmarse ante los suplicios del sujeto de cualquier época y tiempo, no ve salida ante las guerras o a esta atmósfera de intolerancia, en tiempos inciertos y frágiles.
Tres autores que entrecruzan reflexiones y una antigua sentencia: Caminar por el filo de la estupidez humana, que desgarra y enloquece cuando lo invade la baba mortecina del poder.
Urrego, 09 de octubre de 2024