Por Erasmo A. Sayago
Desde hace algún tiempo las aceras cercanas al Centro Cívico de San Cristóbal, más que caminarlas, hay que franquearlas; esto a causa del gran espacio ocupado por los puestos de buhonería que obligan a esquivar los transeúntes que vienen en sentido contrario. Soy uno de los muchos que llevan a cabo esa acción cercana a la hazaña con la finalidad de llegar a una esquina y pedir la parada a la unidad de transporte que me acercará a un café en el sector de Barrio Obrero, donde he acordado una reunión. Él pasa cerca del café y me hace un ademán para que aguarde un poco, se ve apurado y ocupado, se mimetiza con las demás personas que van y vienen cercanas al café, todos nosotros un poco adormecidos por un vapor invisible alrededor de la ciudad que es gobernada por un sol cenital. Llega, comenzamos a hablar y la mímesis va desapareciendo; es sustituida por un blues algo nostálgico de Howlin’ Wolf, que ve pasar la luna llena en el atemperado de su voz. Manuel Rojas, poeta, narrador, promotor cultural, galardonado con numerosos premios en el estado Táchira auspiciados por la Dirección de Cultura, Premio Nacional (2005) y II Premio Nacional de Poesía del Festival Mundial de Poesía, concede de forma muy amable y sencilla esta entrevista: EAS (Erasmo A Sayago): ¿Qué fue lo que lo impulsó a usted a iniciarse en la literatura? MR (Manuel Rojas): Tres cosas me impulsaron a leer: ver a mi padrastro siempre con las novelas de vaqueros y leerlas, entre ellas las de Marcial Lafuente Estefanía, eran novelas pequeñas de vaqueros, también influyó mucho mi mamá, porque ella me motivaba mucho con la imaginación a través de las palabras en el momento de uno hacer las tareas, luego en primer año me influyó mucho mi profesor y poeta José Pagola (que ya murió), creo que esas tres cosas. EAS: ¿Qué libro o cuáles libros lo han marcado en su oficio literario? MR: Es difícil contestar eso, hay muchos. En la infancia me marcó “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. Sucede que yo tengo tres fases para “etiquetar”. ¿Por qué Juan Ramón Jiménez?: Mi padrastro llevaba libros desechados del liceo, otro libro es “La mil y una noches”, y mi madre leía pasajes de La Biblia, del Viejo Testamento, del Rey David, del Rey Salomón, no predominaba la visión religiosa sino la narrativa, imaginarse los hechos. Esos tres libros me influenciaron cuando empecé a leer. Luego vino otra fase desde que empecé a jugar ajedrez, uno de mis maestros de ajedrez era comunista, entonces me enseñó a leer libros políticos y de filosofía, con las piezas de ajedrez hacía analogías sobre cómo funcionaba el mundo y las diferencias de clases, por ahí aprendí lo de la lucha de clases. Una tercera fase es la lectura voluntaria, cuando uno lee los clásicos, uno sabe que hay un Dostoievski, un Víctor Hugo, se leen los clásicos en poesía. EAS: ¿Cuáles considera que son las piedras angulares de su escritura y cómo han evolucionado en sus obras? MR: Eso…No sé, no creo que uno sea el indicado para contestar eso, pero creo que lo que mueve mi trabajo son las cosas que la gente no se explica, lo paranormal, lo oculto, lo misterioso, la vida más allá de la vida, el amor después del amor como dice una canción de Fito Páez, la muerte después de la muerte, en conclusión: lo extraño. EAS: ¿Cuál es su gran temor como escritor? MR: No creo tener ningún temor, de verdad no sé qué responder, no escribo temiendo a nada. Para mí escribir es un placer. Mi único temor es quedarme sin ideas. A mí el fracaso en la literatura me da igual: que si me leen, que si no me leen. El único temor sería quedarme sin ideas, y eso hasta ahora no ha pasado. EAS: De su propia autoría: ¿Cuál es el libro soñado? MR: Siempre he pensado que el libro que no pudiera escribir (…) Algunos críticos venezolanos piensan que nadie ha superado a Rómulo Gallegos y a Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos ahondó en el pensamiento y la vida común del ciudadano venezolano, y lo abordó desde su particularidad, desde lo social, lo espiritual, lo psicológico, sus carencias, su belleza, su tristeza, su fealdad, Arturo Uslar Pietri lo abordó desde la historia, desde la filosofía, desde la épica, desde lo heroico del venezolano, desde lo político, entonces yo pienso que si uno lo ve desde esos dos planos, uno pensaría que no tiene nada que aportarle a la literatura venezolana, sin embargo, también creo que uno podría ir pensando en que es posible que uno o cualquier escritor pudiera soñar con el libro de las utopías, del ciudadano o ciudadanos del futuro , en ese marco que uno concibe como ciencia ficción, es decir, más allá de lo histórico de Arturo Uslar Pietri y de lo social de Rómulo Gallegos, uno podría ir pensando en el libro o en el acto creador sensible de la utopía del venezolano, el hombre o la mujer del siglo XXI, amarrado a todo esto que implica la tecnología, los nuevos saberes que se desarrollan a través de las redes sociales y el efecto de la globalización. EAS: ¿Cómo fue su experiencia en “Zaranda”, uno de los más importantes talleres literarios tachirenses? MR: Llegué en el 83’ al taller Zaranda, tres años luego de fundarse, varios escritores fundadores del taller emigraron, y junto a mí llegaron otros, hubo una fase de fortalecimiento del taller, en cuanto a la cantidad de personas en el mismo y en cuanto a sus aportes, luego se consolidó. Participar en el taller literario Zaranda fue una gran experiencia, recién había llegado de Maracay, donde también participé en un taller o conversatorio similar que se hacía allá, y eso permitió que pudiera adaptarme al taller Zaranda, donde se debatían los textos de manera clara y abierta, de alguna manera eso enriqueció la crítica, la reflexión, el conocimiento y la información sobre lo que estaba aconteciendo en el mundo literario de esa época.