Genialidad, sombra y poder

Cine, VISIBLE

No Content

A propósito de ‘TÁR’ de Todd Field

Recuerdo haber sentido muchas cosas hace unos doce años con la película del chileno Andrés Wood sobre Violeta Parra: una genia, un monstruo de mujer que en ese retrato tan poderoso que se hizo a partir de un libro de su hijo llega a estremecernos de admiración y terror. Pensé en aquel momento que echaba de menos más relatos sobre mujeres grandes y complejas.

Por supuesto que algunos familiares de Violeta sintieron rechazo por su representación. Yo la viví y la disfruté como una ficción. Contar historias “reales” con esa fuerza dramática es siempre un riesgo, impones una lectura entre tantas posibles de un personaje que vivió, amó, sufrió y permanece en la memoria de quienes le quisieron, a través de una propuesta estética, jugando un poco a ser dios en tu construcción de un pedacito de mundo. Y tengo debilidad por los artistas atrevidos, que se la juegan en cada una de sus creaciones, apostando a su visión y llevándola a cabo con pulso firme, aún con miles de argumentos en contra, en medio de una realidad múltiple y compleja que nos embarga de incertidumbre.

Ahora acabo de ver la historia de un personaje ficticio, de una mujer poderosa y compleja, y quedé con la sensación -compartida por la mayoría de la audiencia- de haber visto lo que llaman un biopic, con el impulso de googlear a ver qué más aprendo sobre ella, qué otros atisbos a su vida o qué claves para descifrarla me pueden mostrar las redes. Es una muestra de que el film captura efectivamente el espíritu de estos tiempos,  logra transmitir la sensación de realidad y despertar el morbo natural de esta sociedad de fisgones y vigilantes.


Vengo a conocer el trabajo de Todd Field como director apenas con ésta que es su tercera película, TÁR, estrenada en septiembre de 2022 en el festival de Venecia, donde se premió la extraordinaria interpretación actoral de Cate Blanchett. Desde entonces ha sido reconocido en otros espacios su trabajo de dirección, y el guion original que escribió Field para este film, la historia de una directora de orquesta que está en la cúspide de su carrera, a la víspera de publicar un libro autobiográfico y de grabar con la Deutsche Grammophon su interpretación en vivo de la 5ta sinfonía de Mahler nada menos que con la filarmónica de Berlín.

Está entonces recalcado con lujoso detalle en su presentación que este personaje no solo es genial, para colmo su talento es internacionalmente reconocido. Field y Blanchett le dan vida en este film pues al retrato imaginario de una gran artista: brillante y también amorosa madre, trabajadora compulsiva intensa, autoexigente, elocuente, seductora, poco honesta cuando le conviene -aunque puede ser desparpajada y sincera vociferando sus opiniones-, ambiciosa y manipuladora, poco considerada con los sentimientos de otros, agresiva y despectiva de la mediocridad, de los robots, es decir de la inmensa mayoría. Es secretamente generosa con su mentor cuyas glorias pasadas han quedado en el olvido, y ella sola agradece y valora. Usa su influencia caprichosamente para favorecer a quien desea, así como para tachar a todo aquel que le genere molestias, tratando a quienes le rodean como piezas de ajedrez, según la función que representen en el tablero de su vida.

Y es mujer, lo cual se enfatiza en este film de un modo muy particular, presentándola en un rol y un terreno tradicionalmente reservados a hombres, y exhibiendo su identificación entusiasta con valores colectivamente asociados a lo masculino (su representación nos obliga a considerar, entre otras cosas, por qué asociamos la genialidad, el poder y la autoridad – así como sus abusos – con lo masculino).

Lydia Tar es humana, demasiado humana. Tan creíble y convincente por lo bien construida que está desde la escritura, su interpretación actoral y el lenguaje audiovisual. La admiramos, nos seduce, nos perturban y conmueven sus grietas y costuras. Descubrir que una vez fue Linda, ver esas huellas de una vida dedicada al culto de la música y el triunfo, acumulando méritos, medallas, construyendo tenazmente y puliendo la imagen que desea para su vida. Linda es una chica más, enamorada de la música, estudiosa y perseverante. Lydia es una luchadora victoriosa, más allá del bien y del mal.

Tár ya considera pasado de moda y excéntrico hablar de discriminación por género, desde su pináculo no recuerda qué se celebra el 8 de marzo y se mofa de jóvenes estudiantes que en su búsqueda admiran propuestas experimentales sin sustancia, sin estructura, al menos para ella que ha encontrado una posición en las alturas y está aferrada a las formas clásicas, a la belleza majestuosa y el misterio de lo sagrado, lejos de cualquier juicio moral. 

Que sus discípulas y conquistas sexuales se enamoren y pretendan algo más allá de una aventura pasajera, lo percibe como una molestia insignificante, audacia de seres inferiores, desadaptados, desubicados, que hay que ignorar. Tenemos que olvidarla, dice con gran facilidad, de los vencidos.

Francesca, pupila enamorada, deslumbrada de admiración y ubicada obediente en su lugar de servidumbre silente, termina sorprendiéndola, saliéndose de su puesto.

Me pareció una elección interesante esta actriz para ese personaje. Noemí Merlaint interpretó a una pintora enamorada de su modelo en el film francés de 2019 Portrait de la jeune fille en feu (una propuesta estética casi opuesta a Tár, radicalmente femenina, donde predomina la erótica y el poder tiene poquísimo qué hacer en el discurso entre mujeres amorosas y cómplices de cultivar sus resquicios de libertad). Y aquí la vemos de nuevo, obligada a aceptar que su amor es imposible, por circunstancias completamente distintas.

El espectro de Krista, una pelirroja que aparece fugazmente a lo largo de toda la película en los rincones, así como los gritos y otros sonidos perturbadores que escucha Lydia desde lejos, parecen signos de una sombra que insiste en hacerse presente a pesar de que Lydia esté tan empecinada en su culto a la luz. No se cuestiona, no se detiene, no se desvía de su camino a pesar de las señales de peligro, no se hace preguntas, no duda de sí. Pero aún pese a su asombrosa seguridad y fortaleza, de su insistencia en conservar la dignidad, la naturaleza incluye la muerte y la enfermedad. La locura, los fracasos y las pérdidas son inevitables.


Quiero resaltar dos escenas particularmente perturbadoras y que no contribuyen con el desarrollo de la trama pero sí con la profundidad en la construcción de este personaje tan denso: sus molestos encuentros con las vecinas de su apartamento de estudio (locura, vejez y muerte, rondándola) y su incomprensible deambular, subterráneo además, por esas ruinas donde se encuentra con un enorme perro negro, casi un cancerbero, donde experimenta una caída literal que es incapaz de asumir como tal, que la deja padeciendo de notalgia, un dolor ilógico, intratable, que afecta sus brazos e influye significativamente en el tono de su interpretación como directora, cada vez más violenta, a medida en que Lydia se va descomponiendo a la vista de todos.

Porque efectivamente, es concebida y llevada a cabo como ser humano y como tal, está llegando y la vemos pasar a lo largo del film por ese momento en el cual nos confrontamos con nuestro sino, ante los signos de la implacable mortalidad. El fracaso, la enfermedad, la debilidad, todo aquello que Jung llamó la sombra, nos alcanza en algún momento, por brillantes y triunfales que podamos ser. Incluso, argumenta la sabiduría popular en los refranes y los mitos, mientras más alto es el vuelo, más estrepitosa la caída.

Lo indigno insiste en aparecer: no hay baño que nos lave todas las manchas, ni investidura que pueda hacernos completamente impermeables a la inevitable corrosión de las máscaras.

Fania Castillo

.

.

Share this

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *