Encuentros virtuales para Cinéfagos en Cuarentena

Cine, Cineforo, EVENTOS, Publicación

Ciclo Apocalipsis y renacimiento, titulamos una selección de films sobre los cuales hemos compartido impresiones los últimos sábados a las 7pm (hora venezolana) a través del enlace https://meet.jit.si/cine-bordes. La plataforma de Jitsi es amigable y segura, no requiere de suscripciones ni de descargar aplicaciones. Sólo con dar click se entra a la sala de foros, en la cual puedes pedir el derecho de palabra y participar con cámara y micrófono, escribir por el chat, o escuchar/leer las intervenciones de los demás. Se agradecen distintas perspectivas, desde las reacciones emocionales, analogías psico sociales o apreciaciones estéticas de cada obra, sin lenguaje de

Ciclo Apocalipsis y renacimiento, titulamos una selección de films sobre los cuales hemos compartido impresiones los últimos sábados a las 7pm (hora venezolana) a través del enlace https://meet.jit.si/cine-bordes. La plataforma de Jitsi es amigable y segura, no requiere de suscripciones ni de descargar aplicaciones. Sólo con dar click se entra a la sala de foros, en la cual puedes pedir el derecho de palabra y participar con cámara y micrófono, escribir por el chat, o escuchar/leer las intervenciones de los demás. Se agradecen distintas perspectivas, desde las reacciones emocionales, analogías psico sociales o apreciaciones estéticas de cada obra, sin lenguaje de experto, tal y como ha sido el estilo de nuestros encuentros desde que iniciarion en 2005 con el Cine Club ULA Táchira y luego con la extensión de la fundación Bordes en distintos lugares de la comunidad.

No es la primera vez que usamos esta modalidad online. En 2014, cuando se suspendieron actividades durante cinco meses en San Cristóbal por una protesta ciudadana que fue escalando a proporciones inauditas, organizamos un ciclo a través de TwittCam, donde incluíamos la proyección del film además de la transmisión en vivo de la discusión posterior entre los espectadores. En aquella ocasión abordamos la reflexión sociopolítica, ante el conflicto que embargaba la cotidianidad nacional y podíamos asociar con películas de distintas épocas y culturas.

Esta vez se trata de una situación global la que nos encierra, y de un tema que más que cultural parece arquetipal. Un virus que nos recuerda imágenes aterradoras de la Peste Negra medieval, meteoritos, cambios climáticos, fallas de energía, ahora ¡hasta invasiones extraterrestres! ¿Cuántos no estamos fantaseamos con el fin del mundo, o al menos de la especie humana? ¿Cuántos lo consideran un castigo merecido? ¿Realmente es novedosa esta sensación? Se me hace que es eterna y cíclica, y de ahí nuestro interés por explorar el tema desde esta esquina del mundo.

Zorion Eguileor interpretando a Trimagasi en El Hoyo (2019)

Iniciamos con El Hoyo (2019), ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974), quien antes de este proyecto trabajaba para la industria publicitaria y ahora nos presenta un trabajo impecable desde el punto de vista de la producción, cámara y montaje, con algunas actuaciones y momentos memorables. Se trata de una alegoría de las relaciones humanas, por niveles, literalmente representados con números, donde los de arriba aplastan a los de abajo y la distribución equitativa de recursos limitados es una necesidad irrealizable. Una distopía, donde lo más logrado es la relación de opuestos entre un idealista armado tan sólo de un libro (el Quijote, más claro no podria estar ese signo), y un Sancho tan pragmático pero mucho más macabro que el Cervantino, cuya herramienta es el cuchillo y su única meta sobrevivir. Los diálogos entre ambos son muy teatrales y funcionan efectivamente para sumergirnos en el desatino de la realidad social con pesimismo y humor negro. El exceso de personajes menos desarrollados, el abuso de la reiteración de signos, acciones y violencia gratuita le quita fuerza, pero en general la película logra conectar con el espectador, dejándonos una clara advertencia del rumbo que llevamos como especie, y una esperanza ligeramente sugerida en el amor, la infancia y lo femenino (naturaleza), de una forma que recuerda al final de Children of men (2006) de Alfonso Cuarón.

La segunda película del ciclo fue Noah (2014), de  Darren Aronofsky, autor quien se ha caracterizado por un tono admonitorio dramático en su filmografía, señalando el narcicismo de la sociedad de consumo, advirtiendo a través de los suplicios de sus personajes (Recordemos Requiem for a dream  2000, The Wrestler 2008, Black Swan 2010, Mother! 2017)  del cruel destino que le espera a la humanidad en su carrera hacia el éxito. En esta cinta, aborda el mito del Arca de Noé, utilizando un tono épico fantástico, incluyendo figuras monstruosas de otros cuentos y evitando a toda costa pronunciar la palabra Dios (a quien se refieren como «El Creador»), dándose además algunas libertades con la historia bíblica, incluyendo algunos personajes que resultan claves para el argumento que desarrolla, como el interpretado por Emma Watson, una especie de hija adoptiva del profeta.

Jennifer Connelly y Russell Crowe en Noé (2014) de Darren Aronofsky

El protagonista es Russel Crowe, quien interpreta a un Noé heroico tipo Gladiador, aunque en realidad el matiz que destaca Aronofsky es su fanatismo virginal. Los virtuosos, profetas y líderes combativos tienden a ser, efectivamente, hombres «de una sola pieza», dicotómicos, cuadrados, determinados a lograr misiones imposibles de conciliar con la sencillez de los afectos y la complejidad de los dilemas cotidianos. El director resalta la oposición entre éste y  Tubalcaín, descendiente de Caín, quien representa (demasiado enfáticamente) la actitud omnipotente del hombre que se cree con derecho a dominar y consumir al resto de seres vivos por sentirse en superioridad, arrasando con los recursos naturales a un paso vertiginoso, llevando así a su raza a la destrucción, tal y como han predicho agoreros de ayer y de hoy. Sin embargo, la película se sostiene principalmente por la presencia de Jennifer Connelly como Naamá, esposa de Noé, quien le sirve de contraposición, más verosímil en su papel de señalar lo que se puede omitir de la tierra cuando se ve sólo para el cielo. También cabe mencionar la actuación de Logan Lerman como Cam, uno de los hijos de Noé, quien según algunos intérpretes de la mitología cristiana, es el ancestro originario de los pueblos africanos. En la propuesta de Arronofsky, es el hijo que se rebela ante la crueldad de su padre, quien al aplicar el rigor del mandamiento divino pierde la compasión y la ternura humanas. De algún modo esta versión sugiere que se repiten en este titánico repoblamiento de la tierra errores antiguos que dividieron la raza y nos condenan a repetir la historia eternamente. El apocalipsis y el renacimiento son imágenes primordiales que parecen habernos acompañado siempre. Y en la conciencia humana, que nos separa del resto de animales por la posibilidad de ir más allá del instinto, está inscrita la traición a la naturaleza como una maldición ineludible. Aquello que nos permite crear maravillas al mismo tiempo nos empuja a destruir la misma tierra de la cual venimos y la naturaleza que somos. Los inocentes, los animales que no han probado el fruto del árbol del conocimiento, son quienes merecen verdaderamente la obra del Creador. Tal parece que nos estamos ganando la extinción y hemos de dejarle la tierra a otros más dignos de ella.

Otra discusión interesante se presentó durante el tercer encuentro del ciclo, sobre la serie Chernobyl, producida para televisión y transmitida por HBO en cinco capítulos durante el 2019, basada en un libro de Svetlana Alexievich (Voces de Chérnobil, 1997) que recoge entrevistas a varias personas que vivieron desde distintas posiciones la tragedia en carne propia, y cuyas voces habían sido opacadas en los discursos oficiales.  Los creadores de la versión audiovisual, Craig Mazin y Johan Renck, seleccionan algunos personajes emblemáticos y construyen uno de ficción, la científica interpretada por Emily Watson, quien resulta menos creíble en su heroismo de película hollywoodense, pero que el guionista considera necesario para hacer homenaje a un equipo de investigación realmente heroico que trabajó con Legasov y fue sintetizado en la figura de Uliana Jomyuk. El diseño sonoro y musicalización, de Hildur Gudnadóttir, merece una mención especial, por su importancia en la construcción de la atmósfera del audiovisual, definitivamente televisión con calidad cinematográfica.

Algunas participantes fueron las cineastas Argelia Castillo Espinel y Andrea Ríos, quienes enviaron sus aportes por chat de texto, mientras que otros cinéfagos las presentaron de forma oral, transmitida por video. Castillo celebró la claridad del discurso e impecable realización de la serie, y comentó sobre «la inocencia y la estupidez con que se dibuja a los personajes», reflexionando a partir de esto en torno a la estupidez humana, que se manifiesta inevitable y repetidamente en distintos momentos históricos, mencionando la reemergencia enfática de este fenómeno actualmente, con las acciones que se han presentado en distintos lugares del mundo ante la emergencia sanitaria del covid 19.  Ríos lamentó la obviedad del discurso antisoviético, expresando su preocupación por el escaso conocimiento histórico del público masivo, y destacó las actuaciones de  Jared Harris (Valeri Legásov), Stellan Skarsgård (Borís Shcherbina) y Jessie Buckley (Liudmila Ignatenko). También resaltó la escena de los mineros y otros «buenos momentos , pequeños, donde la serie se interesa por esos instantes en que el ser humano se puede sentir solo a sus anchas: ante la ignominia».

Fotograma de Chernobyl de HBO

Es precisamente la tragedia de las personas corrientes ante la indiferencia implacable de la burocracia una de los aspectos más resaltados por la serie. Recordando a la banalidad del mal que refiriera Hanah Arendt, no se señalan intenciones genocidas ni crueldad, sino falta de sensibilidad, imaginación y reflexión en las personas que ostentan cargos que les dan poder sobre la vida de otros seres humanos. Es trágico, realmente, y nos recuerda otra utopía más devenida en distopía. Nada más el suicidio inicial es suficiente para subrayar ese horror, y nos recuerda que Legasov no fue un caso tan extraordinario. Muchos intelectuales y artistas se quitaron la vida cuando ésta perdió el sentido en un sueño vuelto pesadilla. El socialismo, como el nazismo, el sueño americano y tantos etcéteras. Pero si en algunos espectadores el recuento genera temor por la doctrina comunista en específico, personalmente me remite a una reflexión más general sobre la naturaleza humana y en particular el fenómeno del poder, esa baba proteica que envuelve todas las interacciones, consciente o inconscientemente, deliberadamente o no, más allá del sentido de la justicia o la posibilidad de la reflexión crítica, más allá incluso que la necesidad, que el valor de la vida.

Tenemos como seres racionales la compulsión inevitable de darle sentido a cuanto acontece, es a la vez nuestra mayor fuerza y una gran limitación, a la hora de aceptar el azar, la injusticia y lo irracional. Esto es incompatible con la conciencia trágica, que no se trata de causas ni de culpables. Es nuestro sino nombrar, ordenar la naturaleza y en ese empeño podemos caer en simplificaciones terribles. Creer que los errores a la hora de enfrentar un desastre tan descomunal como el de Chérnobil son consecuencia directa de los principios de la doctrina soviética, sería una simplificación. Los realizadores tienden a insinuarlo, cuando enfatizan en la comparación entre «Chérnobil» e «Hiroshima y Nagasaki», minimizando esta última y magnificando la primera. Se trata de un recurso dramático, para indicar claramente la gravedad de la emergencia, y es efectiva, pero resulta un poco artificial y peca de tendencioso. Tanto como atribuir todos los errores en el manejo de las medidas sanitarias frente al coronavirus al sistema capitalista. Las bombas nucleares arrojadas en 1945 sobre dos ciudades japonesas fueron ataques intencionales, y sus consecuencias no pocas ni leves, por lo cual resulta un poco irrespetuosa la comparación. En este mismo sentido, también resulta clisé el personaje de la KGB y sus escenas demasiado reminiscentes del cine de la época de la Guerra Fría del pasado siglo XX. Sin embargo, ésto no invalida el argumento contra lo impersonal e inhumano del aparato burocrático, en cualquier gobierno, frente a la fragilidad, sensibilidad y altruismo de los individuos humanos, impotentes frente a la maquinaria que hemos creado para nuestro mejor vivir en comunidad. El bienestar supremo es la finalidad de todos los sistemas de gobierno, y aunque lo conciban de modos muy distintos, para lograrlo emplean técnicas similares. El poder es tan lento e indiferente como El Proceso de Kafka aún en situaciones de emergencia, y la estupidez no es prerrogativa de algunos pocos. En eso, tristemente, somos una sola raza.

Fotograma de Chérnobyl de HBO

Si bien la relación entre el científico (Legasov) y el político (Shcherbina), ficcionada para esta serie dramática, es el eje fundamental de la obra, deseamos terminar con un comentario sobre las emociones que despierta el personaje de Ludmyla, la esposa del bombero. La ignorancia y el amor, la intimidad de las relaciones privadas, la negación a aceptar la distancia, a insistir en el contacto por afecto, la inversosimilitud de una amenaza invisible y la imposibilidad de hacer frente a ello de modo sensible o sensato… Temas que se abordaron extensamente durante el diálogo sostenido sobre Chérnobyl y se aplicaron a la situación actual y nuestra relación con la amenaza del contagio de un virus «chino» que no podemos ver ni entender.

Ahora bien, cerraremos este ciclo con Okja (2017), una producción de Bong Joon Ho (Parasite, 2019), que aborda la relación ente el hombre y la naturaleza a través de un personaje tan fantástico como entrañable.

Fotograma de Okja (2017) de Bong Joon-ho

Okja, la «súpercerda», diseñada para el matadero y criada para el amor, que parece una mezcla entre hipopótamo y perro, evoca a otros seres inolvidables, como ET (1982), King Kong (1933, 1976 y unas cuantas versiones más), o más reciente, el monstruo marino de La Forma del Agua (Guillermo del Toro. 2018). Resulta casi estridente la denuncia que hace Joon Ho de la falsedad del discurso «eco friendly» que han adoptado las empresas multinacionales para evadir las consecuencias de sus acciones, rayando en la obviedad y el sensacionalismo, pero aún así consigue atraparnos el discurso. Quizá el horror de la realidad supera a la ficción aún en estas parábolas distópicas tremendistas, o tenemos tanta conciencia de nuestro papel destructor en la historia de la Tierra que celebramos estas degradaciones en una especie de mea culpa cristiana.

 

Fania Castillo

Abril de 2020

     

La conversación sobre Okja se llevará a cabo este sábado 2 de mayo a las 7pm, hora venezolana, a través de la plataforma de Jitsi, a la cual puede acceder cualquier persona libremente, siguiendo el enlace: https://meet.jit.si/cine-bordes.

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