El último duelo – deconstrucción de la verdad

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La deconstrucción de la noción de “Verdad” en el Último duelo (2021) de Ridley Scott

por Alexandra Alba (ULA Táchira)

El cine contemporáneo  ha apuntado con vehemencia a exhibir valores que confirmen lo políticamente correcto, muchas veces, en detrimento de la estética cinematográfica y en función de lo que las modas y los movimientos sociales reclaman. Sin embargo, existen producciones que sin ser panfletarias logran exponer una realidad con una visión profunda, inteligente y lo hacen a través de artificios fílmicos de alta factura estética.

Tal es el caso de El último duelo (2021), un film de Ridley Scott que ha venido a demostrar que la forma de contar es fundamental a la hora de generar significados y de resaltar los conceptos que se mueven dentro de una trama. Es así como este aclamado y versátil director nos ha dejado una joya con múltiples aristas que confirma, con gran precisión, la intricada relación entre forma y fondo.

Ridley Scott a lo largo de casi medio siglo y desde su primer largometraje Los duelistas (1977), pasando por obras que marcaron el cine del siglo XX, como Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982), Thema y Louis (1991) o Gladiador (2000), en muchas ocasiones ha dado en el clavo con el tratamiento cuidadoso entre forma y fondo para crear mayores posibilidades expresivas.  Hoy trae a la gran pantalla un relato verídico inspirado en la novela histórica de Eric Jager, The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat in Medieval France y con un guion escrito a tres manos por Ben Affleck, Matt Damon y Nicole Holofcener.

La trama gira en torno a tres personajes: Jean de Carrouges (Matt Damon), un escudero francés del siglo XIV que encarna los valores propios de la Edad Media: fidelidad al rey, espíritu guerrero, búsqueda del honor y el prestigio ante la colectividad. Jacques LeGris (Adam Driver): un guerrero culto, con formación clerical y, aunque no tiene un buen apellido ni fortuna, se mueve con astucia en altas esferas del poder. El tercer personaje del relato es Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), esposa de Jean de Carrouges, una mujer letrada, de espíritu estoico, que viene a ser el pretexto para una lucha de egos entre dos amigos.

Este relato que incorpora batallas enardecidas y de gran dramatismo, deja atrás las escenas grandilocuentes, en pos de los diálogos y escenas más íntimas, para  así revelar a través de lo no dicho y de la iteración una realidad que está más allá de lo que los personajes pueden reconocer.

Es así como Ridley Scott nos ofrece una mirada muy contemporánea y, si se quiere, posmoderna de un hecho acontecido en la Francia medieval que aún tiene resonancias y puntos de encuentro con la actualidad. En otras palabras, este film expone cómo la estructura social, (medieval en este caso), anula al sujeto, lo subyuga bajo sus valores y lo convierte en objeto. Lo interesante es que lo hace a través de una forma de contar que deconstruye esos valores y los posiciona en el terreno de la incertidumbre, de la duda.

La película, aunque tiene una estructura  casi circular (inicia con un gran plano general del duelo a muerte entre Jean de Carrouges y Jacques LeGris y cierra con un plano conjunto que expone a Marguerite de Carrouges y su hijo en un paisaje idílico y lleno de color) se despliega en un juego de perspectivas o lo que se conoce como perspectivismo.

La historia se cuenta tres veces desde puntos de vista diferentes, así se divide el film en tres partes y cada uno cuenta “la verdad según” la mirada de cada uno de sus protagonistas.  Queda de este modo bastante explícita la idea de que existen múltiples verdades y es difícil dar con una versión única y monolítica de la realidad. En este caso, el duelo a muerte entre los dos protagonistas a causa de la violación de Margueritte por Le Gris.

Aunque muchos vean en esta historia una confirmación del movimiento #Me Too, la cuestión va mucho más allá de una mera exposición de las luchas contra la agresión sexual hacia la población femenina. Precisamente porque el espectador recibe una visión fragmentada, atravesada por la duda, por lo no dicho.

El perpetrador del crimen, Le Gris, reconocido como tal por el espectador a través de las escenas que confirman la violación, no se reconoce a sí mismo como un violador, solo se reconoce como adúltero.

La estructura social lo engulle de tal manera que sus acciones son el resultado del sistema de valores que la soportan. Él asegura, hasta el último minuto, que no ha violado a Margueritte, que todo fue consensuado. No lo ve como un crimen. Por una parte, porque lee mal las señales que recibe de ella, lo hace desde una visión de mundo marcada por su contexto. Por otra parte, porque su forma de relacionarse sexualmente con las mujeres está marcada por el juego sobre la negación femenina, propia del pudor exigido femenino de la época, ante los apremios sexuales masculinos.

La negación vehemente de Margueritte ante su ataque es interpretada por Le Gris desde sus experiencias. Lo que queda confirmado por la escena de la noche de juerga en el castillo del conde Pierre d’Alençon (Ben Affleck) en donde se observa el juego previo al embiste sexual entre Le Gris y una mujer. Dicho juego está marcado por la persecución, la negación, en este caso fingida, por parte de la mujer.

En el caso de Jean de Carrouges la apreciación de la violación de su esposa se ve como otro ataque más de Le Gris hacia su honor. Se puede observar cómo a lo largo de los 16 años en que transcurre la historia este personaje siente que debe recuperar su honor a toda costa. Apela a la protección de Dios y de su rey. Sin embargo, en las escenas finales es posible entender que estos valores que soportan su existencia se tambalean, al punto de devolverle el honor a cambio de la duda.

Es así como lo no dicho revela mucho más. La subjetividad de los personajes se traspasa sutilmente, su condición de no-sujetos, de objetos de una estructura social cerrada, se abre gracias a lo no manifestado en el discurso.  Los personajes saben que algo no cuadra con la realidad en la que se mueven, pero callan porque son dependientes de un sistema de valores totalizador que anula su saber, dejándolo aislado o solo abierto para el observador. ¿Cómo lo reconoce el espectador?  En este caso son las interacciones entre los personajes, los gestos y las sutiles actitudes de estos ante las circunstancias y del lenguaje visual que los rodea.

Bien puede observarse en la actitud del ganador del duelo, en el rostro de Margueritte luego de ser reivindicada o mientras tiene relaciones con su esposo y en la propia muerte de Le Gris apostando su alma por su verdad, que el sistema de valores que soporta la realidad no es sólido, tiene grietas.

Tal vez sea Margueritte, a pesar de ser un sujeto doblemente cosificado por la estructura social al ser mujer, la más consciente de lo que sucede y, de cierta manera, es la única capaz de enunciar lo que se esconde detrás de la contienda entre su esposo y su violador.

Ahora bien, ¿qué callan los personajes? Tal vez, esta sea la tarea del espectador, descubrir los hilos que entretejen esas dudas que quedan en el aire y que desmantelan la idea de “Verdad”, de “Dios”, de “Realidad” y del lugar que ocupamos, aún hoy, en el entramado social.

Alexandra Alba
Universidad de Los Andes – Táchira

 

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