El cine suprasensible

Artes Visuales, Cine, Publicación

por Óscar Abraham Pabón Recuerdo tener entre 8 o 9 años de edad e ir solo a la única sala de cine que existía en mi pueblo natal en San Juan de Colón, Estado Táchira-Venezuela. Acostumbraba ir a la función de los domingos a las cuatro de la tarde. El cine estaba en la calle 4, a dos cuadras de la plaza principal en un viejo edificio llamado teatro Ayacucho. A mediados de la década de los 90 se proyectaban los estrenos de la década anterior y de vez en cuando llegaban películas del año, en esas ocasiones especiales se

por Óscar Abraham Pabón

Recuerdo tener entre 8 o 9 años de edad e ir solo a la única sala de cine que existía en mi pueblo natal en San Juan de Colón, Estado Táchira-Venezuela. Acostumbraba ir a la función de los domingos a las cuatro de la tarde. El cine estaba en la calle 4, a dos cuadras de la plaza principal en un viejo edificio llamado teatro Ayacucho. A mediados de la década de los 90 se proyectaban los estrenos de la década anterior y de vez en cuando llegaban películas del año, en esas ocasiones especiales se proyectaban tres veces la misma película durante el día, siendo la última a las siete de la noche. Por lo general, la cartelera siempre estaba desactualizada y me daba igual si la película fuera buena o mala, lo que me interesaba era ver la proyección de una historia en la gran pantalla un domingo por la tarde, que era el día de la semana donde todo parecía dormitar y sus calles se sumergían en un toque de queda de tácito y común acuerdo por parte de los colonenses.

Dentro del cine me quedaba sentado y en silencio aparente, esperando el inicio de la proyección. En ese momento me dedicaba a observar otra realidad cinematográfica; los pequeños hilos de luz solar que entraban por los huequitos de la de laminas de zinc que servían de techo a unos cinco o seis metros de altura. Esas finas diagonales de luz en la sala oscura generaban la posibilidad de ver una danza de polvo diminuta que pululaban en el espacio en semi penumbra al interior del cine.

Una imagen tan hermosa y poética que pareciera que el movimiento de las partículas bailarinas estuviesen dictadas por el ritmo hipnótico del bolero de Ravel (esto es el cine en estado puro; la luz te hace revelar una realidad en movimiento donde antes había solo penumbra) Claro está, que esta posible banda sonora solo podría estar sonando en la mente, porque el sonido ambiente era totalmente diferente. El espacio era una gran sala oblonga y tras recibir sol durante el día, la superficie del techo de zinc entraba en calor y generaba un sonido muy particular; se escuchaba un crepitar que podría venir de cualquier parte del techo. Como siempre me sentaba a la mitad y al centro de la sala del cine, se podía ubicar un delante y un atrás como punto de origen en el techo sonoro. Era como un sonido cuadrafónico en un estado incipiente, esta espacialidad del sonido es algo que recuerdo muy vivamente de aquella época.

Teatro Ayacucho. San Juan de Colón. Táchira, Venezuela

Si al momento de la proyección de la película llovía, el sonido de las gotas de agua chocando sobre las láminas de zinc era tan fuertes que era poco lo que se podía escuchar del sonido de la película, y si la fortuna no te acompañaba entonces te tenias que mover de sitio porque así lo deseaba la gotera de agua ubicada justo arriba de tu cabeza. Lo bueno era que el suelo del cine tenía una inclinación hacia adelante, de esta forma no se generaban grandes charcos de agua, las gotitas seguían circulando inducidas por la pendiente, era como un cascada de gotas aisladas en cámara lenta circulando debajo de ti.

Este cine suprasensible terminaba o simplemente desaparecía cuando el cinematógrafo proyectaba su potente luz sobre la superficie blanca que servía como pantalla. La película había comenzado, recuerdo fragmentariamente un par de ellas; “Arenas blancas” de Roger Donaldson, “Capitán América” de Albert Pyun, “The Beverly Hillbillies” de Penelope Spheeris, y no podían faltar las películas mexicanas donde su protagonista era Roberto Gómez Bolaños.

Como los equipos y máquinas de proyección eran vetustos, lo normal era que la cinta de celuloide se saliera de su sistema de rodaje, esto sucedía generalmente después de 25 o 30 minutos de iniciada la película. Si la duración de la misma era de más de 60 minutos, lo normal era que esta interrupción sucediera más de dos veces. Al instante de este fallo técnico las pocas personas que estábamos en la sala, que no llegaba a la docena de personas (exceptuando los días de estrenos de la película del año, que en el decir popular era; una vez en cuaresma, solo en esas ocasiones el cine se llenaba) como un acto de reflejo todos girábamos bruscamente nuestras cabezas en dirección opuesta de donde venía la luz, buscando al operario que se hacía entrever como sombra en un diminuto marco incrustado en la pared con fondo. Esta era otra escena cinematográfica que podría entrar y clasificarse como otro género en el cine suprasensible, una escena muy especial de la vida de aquellos tiempos; la sombra de un hombre moviéndose aceleradamente en procura de reanudar la película de un domingo por la tarde.

En ese momento de avería técnica, la película comercial cesaba y el cine suprasensible volvía a parecer, pero en esta ocasión a mayor escala, porque la proyección de luz blanca continuaba emanando del diminuto marco de la pared del fondo. Esta luz con forma piramidal, era lo que más me gustaba; me imaginaba su base en las cuatro esquinas de la pantalla en un plano vertical, su tope se encontraba en dirección horizontal y comenzaba o terminaba en el pequeño lente del proyector cinematográfico.

Nuevamente volvía un tipo de cine espacial, volvían las partículas de polvo a gravitar una vez más en el espacio terrestre, vuelve el bolero de Ravel, el techo sonoro, los pequeños hilos de luz celeste en el interior de una cámara oscura en un viejo cine. Esto no duraba mucho tiempo, a lo maximo unos 5 minutos, el tiempo justo que los circunstantes utilizaban para ir al baño. Yo, como fiel seguidor de un nuevo tipo de cine neo-experimental me quedaba en mi asiento con mi cabeza alzada, en ángulo no mayor de 30º viendo las mejores escenas del cine suprasensible. Si alguien me hubiese visto podría haber llegado a pensar que estaba absorto en un pensamiento profundo o en quién sabe qué, pero lo cierto es que solo estaba observando lo que me dejaba ver la luz celeste y terrestre dentro del viejo cine. Luego volvía a reanudarse la película, volvía a seguir la trama y pensar en el posible desenlace, al final cuando aparecían los créditos de la película, era la señal de que las escenas de mí cine neo-experimental iban hacer acto de presencia por última vez y a llegar a su fin por ese domingo.

Como cabe pensar, yo era el último en salir de la sala de cine. Los pocos asistentes eran los unicos con derecho de violar el tacito toque de queda del domingo por la tarde, regresaba caminando a mi casa que queda a quince calles del teatro Ayacucho. El viejo y bello teatro ya no existe, en su lugar se encuentra un anodino supermercado Chino.

Barcelona, España. 22 de Marzo de 2020
https://www.oscarabrahampabon.com/
Blogpersonal de Oscar Pabón
 
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