Crónica de una lectora

Crónicas Pandémicas, Literatura, Publicación, Revista

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Hace una semana mi sobrino Samy me mandó dos novelas de una autora que desconocía, se llama Amélie Nothomb, es japonesa y belga. Aunque su novela es corta, Metafísica de los tubos (publicada en español hace 20 años), con guiños a su infancia en Japón, la he leído a cuenta gotas, de la misma manera como consumo el chocolate negro, a cuadritos, así extiendo el placer. Quizás cuando era más joven y por tener de regente a Marte me gustaban las experiencias intensas, con los años he aprendido a dosificar el placer, podría ser que temo aburrirme y, entonces, esas pequeñas dosis, como la cafeína diaria, despiertan mis sentidos y me hacen descubrir detalles de la vida que había dejado pasar.

Como terminé la novela, me puse a buscar información sobre la autora, encontré un fragmento de otra obra suya, Cosmética del enemigo (2003), en el que hace referencia a la lectura; como promotora de lectura, sentí que mi mirada fotografió este segmento, sobre todo, la frase final:

 

Jerome Angust estaba hecho un amasijo de nervios cuando la voz de la azafata anunció que, debido a problemas técnicos, el vuelo sufriría un retraso sin determinar.

“Lo que faltaba”, pensó.

Odiaba los aeropuertos, y la perspectiva de permanecer en aquella sala de espera durante un lapso que ni siquiera podía precisar le sacaba de quicio.

Sacó un libro de la bolsa y, con rabia, se sumergió en su lectura.

–Buenos días –le dijo alguien en tono ceremonioso.

Apenas levantó la nariz y devolvió el saludo con mecánica educación.

–El retraso de los vuelos es una lata, ¿verdad?

–Sí –masculló.

–Si por lo menos uno supiera cuántas horas tendrá que esperar, podría organizarse.

Jerome Angust asintió con la cabeza.

–¿Qué tal su libro? –preguntó el desconocido.

“Pero bueno –pensó Jerome–, sólo me faltaba que un pelmazo viniera a darme la tabarra.”

–Hm hm –respondió en un tono que parecía querer decir: “Déjame en paz”.

–Tiene suerte. Yo soy incapaz de leer en un sitio público.

“Quizá por eso se dedica a molestar a los que sí pueden hacerlo”, suspiró Angust para sí mismo.

–Odio los aeropuertos –insistió el hombre. (“Yo también, cada vez más”, pensó Jerome)–. Los ingenuos creen que aquí se conoce a viajeros de toda clase. ¡Qué error tan romántico! ¿Sabe qué clase de gente encuentra uno por aquí?

–¿Inoportunos? –rechinó éste, que fingía seguir leyendo.

–No –dijo el otro sin darse por aludido–. Son ejecutivos en viaje de negocios. El viaje de negocios es la negación del viaje hasta tal extremo que no es digno de llamarse así. Semejante actividad debería denominarse “desplazamiento comercial”. ¿No le parece que sería más correcto?

–Estoy en viaje de negocios –articuló Angust, creyendo que el desconocido se excusaría por su metedura de pata.

–No hace falta que lo diga, señor, eso se nota.

“¡Y además es grosero!”, pensó Jerome, fulminándolo con la mirada.

Como la buena educación había sido violada, decidió que él también podía saltarse sus normas.

–Caballero, por si todavía no se ha dado cuenta, no deseo hablar con usted.

–¿Por qué? –preguntó el desconocido con descaro.

–Estoy leyendo.

–No, señor.

–¿Cómo dice?

–No está leyendo. Quizá crea que está leyendo. Pero leer es otra cosa.

–Bueno, de acuerdo, no tengo ningún interés en escuchar sus profundas consideraciones sobre la lectura. Me está poniendo nervioso. Incluso suponiendo que no estuviera leyendo, no deseo hablar con usted.

–Enseguida se nota cuando alguien está leyendo. El que lee, el que lee de verdad, está en otra parte. Y usted, caballero, estaba aquí.

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Fragmento tomado de http://www.siempre.mx/2021/08/el-que-lee-de-verdad-esta-en-otra-parte-amelie-nothomb/

“(…) el que lee de verdad, está en otra parte”, este fragmento capturó toda mi atención porque cuando era adolescente descubrí que uno de los efectos de la lectura es que te saca de tu mundo, y te convierte en protagonista de otro. Soy una persona que sabe vivir sola, y parte de disfrutar la soledad es poder leer sin fracturar la lectura por obligaciones domésticas. Me siento privilegiada de tener libros a mi disposición (compañeros del viaje de la vida). Cuando era niña solo tenía los textos escolares; de adolescente, tenía los escolares, la Biblia y las historias de misioneros cristianos; en la universidad, tenía una red de bibliotecas universitarias más la biblioteca pública que quedaba al lado de una escuela (sí, ¿a quién se le ocurre semejante cosa?). Esas bibliotecas fueron un refugio. Desde entonces cada vez que viajo busco dónde están las bibliotecas, no porque vaya a sentarme horas a leer como en mis tiempos de universitaria, sino porque entrar a esos espacios me da paz, es como para los practicantes de alguna religión entrar a un templo. Mi mirada recorre los lomos de los libros, el mobiliario, a los lectores; experimento placer tocando y oliendo libros, seguramente, no tendré el olfato tan desarrollado como Jean Baptiste Grenouille, personaje de El perfume, pero entiendo la nostalgia de los que temen que el libro como objeto cultural impreso desaparezca y con él, el placer de tocar y oler.
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Marisol García Romero
(19.09.21)

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