Cheila, una casa pa’ Maíta (Reseña)

Cine

Dirección: Eduardo Barberena (2009) Género: Drama Guión: Elio Palencia Empresa productora: Fundación Villa del Cine Duración: 90 min. Formato: 35mm. Actuaciones principales: Endry Cardeño- Cheila Violeta Alemán-Maíta Aura Rivas-Abuela José Manuel Suárez-Cheíto Randhy Piñango- Moncho Elodie Bernardeau-Katy   “Cheila, una casa pa maíta” o la novela llevada a la gran pantalla Por Osjanny Montero González La presencia del transexual colombiano (Endry Cardeño) dio al filme, desde antes que se estrenara, un aura de ‘sensacionalismo’ que los medios se encargaron de difundir. Bajo el argumento del homosexual agredido por una sociedad machista y el sueño de ser una ‘mujer total’, el

Dirección: Eduardo Barberena (2009) Género: Drama Guión: Elio Palencia Empresa productora: Fundación Villa del Cine Duración: 90 min. Formato: 35mm. Actuaciones principales: Endry Cardeño- Cheila Violeta Alemán-Maíta Aura Rivas-Abuela José Manuel Suárez-Cheíto Randhy Piñango- Moncho Elodie Bernardeau-Katy

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“Cheila, una casa pa maíta” o la novela llevada a la gran pantalla

Por Osjanny Montero González

La presencia del transexual colombiano (Endry Cardeño) dio al filme, desde antes que se estrenara, un aura de ‘sensacionalismo’ que los medios se encargaron de difundir. Bajo el argumento del homosexual agredido por una sociedad machista y el sueño de ser una ‘mujer total’, el filme amenazaba con convertirse en un éxito del cine venezolano, con seis premios, conseguidos antes del estreno en las salas. Sin embargo, la aceptación del público quedó en ‘veremos’ y la distribución nacional, también.

Hoy, la película se encuentra en algunos tarantines de calle y produce risitas en los vendedores:- Esa es la del raro. Yo la vi, ¡es comiquísima! Y, aunque aparezca en el “Catálogo de películas” de las Librerías del Sur, en ninguna de las que visité, en la capital, estaba. Entonces, ¿qué pasa o pasó con Cheila? ¿Éxito de un rato nomás o, realidad echada al olvido?

El filme llegó a las salas nacionales, meses después de pre-estrenos gratuitos en diversos espacios culturales del gobierno, así como después de haber arrasado en el Festival de Cine Venezolano en la ciudad de Mérida. Mejor película, actriz, director y guión, fueron cuatro de las categorías conquistadas por la historia dirigida por Eduardo Barberena. Empecemos por el comienzo, Cheila o ‘Cheito’-como le llamaban de pequeño- dice ser ‘una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre’, quien viaja a Canadá con la ilusión de ser aceptada en una sociedad de ‘mente abierta’ y con el propósito de ayudar, económicamente, a su familia. Antes de irse, Cheila le regala a su madre (Violeta Alemán) una casa que representa el sueño venezolano de tener ‘techo propio’. Lo que no sabía Cheila es, que a su regreso la casa que, con esmero regaló a su madre, estaría ocupada por toda su familia, incluyendo cuñadas, sobrinos y yernos que, sin pagar ni medio, habían transformado la amplía casa en un pedacito, bien representativo del ‘país generalizado’ que el cine se ha encargado de promover y exportar. El drama está lleno de estereotipos venezolanos: el drogadicto, la mamá manipuladora, la abuela alcahueta, la niña que sale preñada y deja la universidad, el hombre que golpea a su mujer para sentirse ‘muy macho’ y el estereotipo común y, ya universalmente venezolano, “como vaya viniendo, vamos viendo”, ”primero la cerveza y después el resto”. Personajes como estos ya causan repugnancia, en un país en donde todo no gira- aunque parezca lo contrario- entre birras, mises y sexo. La en otrora bonita y brillante casa es, a la llegada de Cheila, un nido de cucarachas que se pasean por los platos de la cocina. Y, justo en esta escena quise darle stop al filme, por la sensación de asco y la ausencia de una estética capaz de atraerme. Lo más lamentable es que sí hubo dirección artística, Adriana Vicentelli fue la responsable de la no deseada ambientación y escenografía del filme, porque una cosa es mostrar algo estéticamente desagradable y otra es hacer desagradable una escena. Con esto recordé las fuertes escenas de “Taita Boves” y la astucia técnica y la impecable disposición del arte en el filme. Un buen ejemplo del cine nacional. Y, entonces, ¿qué hicieron con el presupuesto? El filme contó con la producción ejecutiva de la Villa del Cine, es decir, la institución puso los bolívares para hacer del filme un producto decente pero, a mi juicio, no lo logró. Otra falla-que tiene que ver con el presupuesto- es la mala iluminación. En momentos sobreexpuesta, en otros casi nula y, en pocos, salvada por la luz natural. La fotografía parecía una suerte de principiantes con cámara nueva. Los ángulos no tuvieron ningún aspecto a destacar, las tomas por lo general fueron abiertas, dejando los detalles en segundo plano. El uso de blanco y negro en algunas escenas me hicieron dudar de la intención de Barberena y, aunque me declaro seguidora del estilo, en esta oportunidad no me causó mayor impresión, más que un sinsentido y un ¡fuera de lugar! Ahora, el guión, es otro de los aspectos negativos del filme. Es destacable la intención de hacer una historia no-lineal, de agregar flashbacks para comprender al personaje central, pero, para hilvanar una historia es necesaria la inteligencia y creatividad de un buen guionista. Elio Palencia escribió la historia para las tablas y, vale decir, tuvo éxito en Caracas. Con Elaiza Gil a la cabeza de las interpretaciones, “La quinta Dayana”-título de la obra para teatro- se presentó en varios escenarios de la capital, para más tarde ser seleccionada por la Villa del Cine, en el 2007, en la primera Convocatoria de ideas para largometrajes de ficción. De ficción “Cheila, una casa pa maíta” no tiene nada. Contrariamente, el guión tiene un desorden de realidades, sin un argumento creíble. Un exceso de situaciones que hacen del filme una buena ‘tizana’ venezolana. Por un lado, el sueño de Cheila por ser una mujer completa, los obstáculos que tuvo que superar para la aceptación de la sociedad, la marginalidad y ‘pobreza mental’-como hace referencia el texto del filme- de una familia que, pese a tener casa nueva, continúa viviendo en un rancho, el desamor de la madre, la viveza de los hijos, la violencia… tanto para acabar con un final forzado y muy hollywoodense. Tal vez, el guión debió centrarse en el conflicto psíquico de Cheila, en su transformación, en la superación del personaje. De esa manera, el personaje hubiese ganado más respeto. Se pudo evitar el exceso, la burla cliché en la que se cae al hablar de la homosexualidad. Una de las peores escenas es cuando Cheila se reencuentra con sus amigas y terminan cantando, al peor estilo cabaretero, con plumas rosas y una falta de sincronización entre la voz y la boca. Sucede lo mismo cuando Moncho (interpretado por Rhandy Piñango) le canta a Cheila, su prima, mientras sus labios van por un lado y la música por otro; con un traje de “Zorro”. Otro ¡fuera de lugar! Moncho y Cheila tuvieron una relación frustrada en su niñez. Ingrediente que agrega peso al filme y fruta a la ‘tizana’. Los flashbacks aparecen y desaparecen, sin un hilo conductor. Muchas veces cortan la historia en bloques, dejando mucho que decir del guión. Pasa lo mismo con los diálogos, a veces incompletos, otras repletos de las exclamaciones, universalmente venezolanas, -¡Coño ‘e la madre! y otras- que dificultan el disfrute de la historia. La escena más conmovedora y dura, quizá, es la violación de Cheila en la playa y la muerte de una de sus amigas, a manos de clientes del bar para el que trabajaba. Este recuerdo es el inicio del clímax del filme y el detonante en el drama del personaje central. De tal manera que, ante este panorama, como espectadora me sentí confundida. ¿En qué centrarme? En la difícil vida de Cheila, en su familia egoísta e interesada, en un país envuelto en tabúes. Hizo falta una buena narración, tanto visual como a lo que a diálogos se refiere. Algo, un elemento para identificarse sin ser lesbiana, gay, travestí o transexual. El único sentimiento que despertó en mí fue la lástima y la tristeza de ver lo que se hace en el cine venezolano, mientras se habla de una apertura, de transformaciones y de mejoras en las propuestas nacionales. Es bueno detenerse para pensar en las posibles influencias del filme. Tanto Barberena, como Palencia han trabajado con el dramaturgo y cineasta Román Chalbaud, quien es conocido por su tinte social, sus escenas en barrios caraqueños y sus personajes chistosos. No ponemos en duda la trayectoria de Chalbaud pero, si tanto se pregona de un nuevo cine venezolano, se debería empezar por una ruptura con el barrio. Insisto, Venezuela es más que “Petare” y “23 de enero”. Si hablamos del elenco, más que un filme, Cheila parece el intento de llevar la novela venezolana a la pantalla del cine. Con un reparto de figuras como Aura Rivas, Lucke Grande, Rhandy Piñango, Ruben León, Violeta Alemán y otros; la hora y media del filme parece un resumen de una novela venezolana. Con sus típicas sobreactuaciones, las divisiones sociales y, por sobre todo, el drama, cargado del populismo del barrio y la burla social a un escenario que, sabemos que está ahí pero, como buenos venezolanos, preferimos reírnos a morir llorando. Ninguna actuación es admirable, salvo en algunos casos, Endry Cardeño quien con espontaneidad y simpatía, construye una Cheila que, cae muchas veces en una autoburla o cliché de su propia condición. Para la actriz/actor el personaje fue una oportunidad de exhortar a otros, quienes como él, se encuentran en el mismo lugar o han pasado por situaciones similares, dada su condición. En este aspecto es bueno detenerse, pues, a mi parecer es lo realmente destacable, el tema de la sexualidad. Lo transexual u homosexual sigue siendo un tabú para la sociedad venezolana y, es hora de que se hable sobre ello, bajo la egida del respeto y el llamado a la conciencia. Estamos en pleno siglo XXI y el país parece seguir viviendo en una burbujita de cristal. Es hora de que los medios utilicen su poder en temas realmente humanos y transcendentes. Y, qué bueno que el cine lance la primera piedra. Aquí recalco mi observación de centrar la historia en Cheila, en la violencia de género y en su superación como persona libre de escoger lo que, a su parecer, es lo mejor. El resultado hubiese sido más favorable, los flashbacks tendrían mejor sentido y el llamado de conciencia y tolerancia sería más fuerte que el conseguido. El final, más que rebuscado fue una sorpresa, al menos para mí. Maíta pierde su casa, Cheila regresa a Canadá, en compañía de su amiga Katy, sin dinero en los bolsillos pero, aún así logra operarse y ve cumplido su sueño de la ‘mujer total’, adopta una niña asiática y cree haber conseguido su felicidad. La sorpresa me la llevé cuando en medio de una neblina, Cheila y Katy se besan y caminan de la mano, como la familia feliz. Otro de los aspectos aplaudibles del filme, porque no se trata de un asunto sexual, sino, de la libertad de elección. A muchos, tal vez, debió de parecerles hasta ridículo, ¿convertirte en mujer para compartir tu vida con otra mujer? Aunque absurdo, permitible. La historia toma perspectivas sociológicas y deja al descubierto las decisiones del hombre, tan extrañas y complejas. Por último, la distribución del filme estuvo a cargo de Amazonia Films, a las salas llegó por muy poco tiempo, a diferencia de las últimas producciones “La hora cero”,” Habana Eva” , “El chico que miente” y otras. Además, recuerdo que la primera vez que la vi, en una sala de Cines Unidos, fue poca la gente que asistió-a lo sumo 10 personas, de las que quedamos poco más de la mitad-,el motivo, lo desconozco, lo que sí debería mejorarse es la estrategia de promoción de la industria nacional. No basta con obligar, por ley, a las salas de cine a proyectar la producción criolla, también es necesario incentivar al público con buenas historias y, ese creo, es el principal problema del cine venezolano, la incapacidad de narrar coherentemente una historia, la ausencia de elementos que lleguen a las audiencias y el cansancio que producen las guerras partidistas que navegan en la Web, sí, hasta la industria cinematográfica lleva boina roja y es algo que se debe evitar, si la estrategia es que el cine llegue a la mayoría de los venezolanos y sea bien recibido. Seguiré y seguiremos a la espera de un mejor cine nacional. Uno que retrate todas las aristas de este país y no subestime la inteligencia de su espectador.

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Cheila

De José Castillo

A veces cuando uno se ve atraído por aspectos del arte como el cine, es inevitable reiterar y hablar sobre aspectos resaltantes como los de disfrutar de producciones nacionales, como en el reciente trabajo de Eduardo Barberena, Cheila una casa pa Maíta. Drama contradictorio que inicia con una fuerte dosis de humor de una mujer en cuerpo de hombre, que trata de convertirse en una especie de tragicomedia latinoamericana. Se levanta la controversia debido a temas tan importantes como son la homosexualidad y la transexualidad, que aun hoy en nuestro entorno representan tabú, pero que deben ser asumidos como lo que son, una forma normal de existencia que han de mantenerse con mayor ahínco dentro de los patrones sociales. Cheila, arranca evocando las palabras de nuestro campeón mundial peso gallo Rafael “Pantoño” Orono cuando al culminar su pelea de campeonato y de ser aporreado, lo primero que dice es “Lo que quiero es Una casa pa Maíta”, nombre que le valió un apodo en el recuerdo perenne de sus seguidores. Claro en el caso de Pantoño era su abuela, acá en esta producción el guionista va más allá, e integra a la abuela y a la madre de Cheila. Es una paridad muy interesante que salta de un universo donde se va a mover la historia, porque al igual que en el boxeo, estos personajes recrean el barrio, la fiesta y las constantes formas de diversión, dejando un toque muy venezolano en la doble interpretación de la risa frente a la calamidad. Igual que el pugilista que siempre se levanta y continúa la pelea sin cesar. La película está diseñada de esta manera, midiendo los ritmos y procurándose un número significativo de paradas, que tratan de mantener al público pegado a su asiento. Se toma en cuenta que Cheila anteriormente es Cheito y la historia se gesta cuando ella regresa de Canadá para buscar apoyo económico en vista que en los próximos días se realizará la operación que la convertirá definitivamente en una mujer. Ella le había comprado una quinta a su madre, trabajando de peluquera pero a su retorno se da cuenta que todo está desvencijado y atrapado en una comunidad de hermanos, cuñadas y sobrinos que acabaron definitivamente con este sueño de Cheila de tener a su madre en una mansión, que ahora se ha venido a menos. Cabe destacar la fuerza de actuación de Endry Cardeño, que se basa en su condición transexual para construir el ambiente de Cheila, acompañada de una propuesta actoral de Violeta Alemán, y les permite ir definiendo las historias de estas dos mujeres que viven una para la otra. Una extraordinaria relación entre madre he hija. Cheila se convierte en un trabajo cinematográfico que genera polémica, pero que es necesaria para este contexto artístico que se ve sesgado por planteamientos muy superficiales. Se arman los personajes en una diatriba y de pasión intrigante. Esta pieza cinematográfica representa tanto para los productores como para el público general una fuente de entretenimiento en primer lugar. Como segundo, la búsqueda de interpretaciones fílmicas que ahondan más en la formación de un público crítico y agudo que tanto estamos buscando y que urge aparezca. Cheila es una pieza que deberíamos ver todos, para romper esos bordes y buscar una igualdad de género que tan necesario es para nuestro entorno. Una vez vemos como nuestro cine gana mas fuerza y tata de mantenerse y adentrarse con temas tan interesantes y tan polémicos.  

Cheila: Un rancho pa’ la vista

De Pérez Rujano, Rubén Darío

Si en algún momento de la vida te preguntan ¿Qué es el Cine Venezolano? No hay que gastar esfuerzos en tratar de describirlo, simplemente hay que decir – Cheila; una casa pa’ maita. Pues, es tal vez uno de los film de la última década con más características de nuestro cine. Sólo nombrarle o enseñarle la obra responderá aquella respuesta. Es un drama total, tal cual la creación de materiales audiovisuales en este país. Y la demostración que toda buena intención cinematográfica, como lo es el tema de Cheila, la vida de una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, puede ser convertida en un circo de imágenes aberradas del venezolano. A nuestros cineastas, generalmente, no les basta un drama para el argumento de su obra, hay algo que lo impulsa irrefrenablemente a convertir sus films en una pasarela de calamidades y tragedias, un revoltijo de situaciones que terminan por arruinar cualquier pretensión de ver buen cine nacional en nuestras carteleras. Es entones Cheila más de lo mismo. Un pastiche de marginalidad hecho cliché en el imaginario de los cineastas nacionales, ya es bien sabido que es casi imposible ir a ver un film venezolano en cartelera sin que proyecte – “Pobreza, tetas, drogas, armas y culos”. – En resumen, quienes vamos constantemente a ver cine venezolano encontramos la recurrente visión de los productores: Films de corte histórico, plagados de sexo y terribles actores famosos por las telenovelas o “Films de barrio”, donde además del sexo, le incluyen, “malandreo”, pistolas, sicariato y drogas. Todo ligado al matriarcado típico de las producciones nacionales. Fuera de eso, es un terreno relativamente virgen. Y como se puede ver Cheila: Una casa pa’ maita, propuso un tema de otro índole, el cual casi que por costumbre fue llevado al barrio y la marginalidad, para así poder realizar dos grandes objetivos, el primero: Respetar la tradición de los señores de la Villa y su colorido rancho en la cabeza. El segundo: arruinar completamente el argumento y la filmación. Una producción de contenido social que se convirtió en el reflejo de una historia cualquiera de aquel patético show, de mal gusto y descomunales ratings que transmitía la televisión peruana, “Laura en America”. Recordar una grabación del show de Laura Bozzo, es recordar a Cheila. Pero claro está, es difícil luchar contra la sabiduría popular, que empapa la producción de cine nacional con un refrán poderoso: “Por la plata baila el perro”. Y es que arriesgarse a salir de la fórmula mágica de los dólares gubernamentales no es prudente, y menos aún si como cineasta estas poniendo el dinero de tu bolsillo en riesgo. Es más fácil seguir el canon nacional de filmación y ganar unas monedas, que arriesgar y realizar una costosa producción que para colmo sería casi una innovación al no recurrir a los próceres, el sexo y el barrio para su venta al público nacional, con amplias posibilidades de obtener pérdidas monetarias o en todo caso recuperar a rastras la inversión. Quién sabe, podría ser una sorpresa entrar al cine y no ver una superproducción basada en un: rancho, un policía, un malandro o encontrarnos en el siglo XIX. Después de todo, las personas involucradas en el negocio del cine también comen. Son escasos los cineastas que están dispuestos a correr el riesgo de pedir préstamos millonarios a empresarios, sin tener la plena seguridad de que su proyecto se venderá en las carteleras nacionales. Y peor, es aún menor la cantidad de empresarios que no actúan, en palabras de Orwell, como el Gran hermano, mucho más si lo son, como lo han demostrado ser los inversionistas de la Villa del cine. Aparte, nuestro cine tiene un detalle agrio y a mi particular forma de ver, repulsivo. No solo tenemos problemas con los temas, los guionistas y la técnica, la cuál a decir verdad ha mejorado mucho en los últimos años. Me refiero particularmente a los actores de nuestra Gran pantalla. No hemos aprendido a distinguir entre un actor de teatro, un actor de televisión y un actor de cine. Y en la mayoría de los casos entre actor y modelo. La interpretación de Cheila, no es el caso, su actuación en el film es de buena hacia arriba, pero el resto del reparto si . Es increíble ver como todo confabula para hacer que una filmación nacional se convierta en un bodrio, como ejemplo podemos ver [Miranda y Miranda Regresa] de los señores Risquez y Lamata respectivamente. Comenzando con el tema histórico, con un poco de pimienta roja, sobre Francisco de Miranda, bueno el patrocinio puede con todo. Y a pesar de ser una filmación sobre un héroe patrio, y aunque es bien conocida la sexualidad activa del prócer en su época. Convirtieron un cuarto del film en “Miranda el follonero”. No se acostó con la gente de iluminación porque no salen en la pantalla. Convirtieron un modelo y actor de telenovelas como lo es Jorge Reyes en el héroe y ni se dignaron en darle clases de dicción sobre el siglo XIX. El generalísimo habla como un buhonero de Bellas Artes del 2011, leyendo diálogos de hace 200 años. Sin contar a Mimi Lazo, una reconocida actriz del teatro venezolano y pésima actriz de telenovelas, encarnando a una de las mujeres más asombrosas del siglo XIX como lo es Catalina, la grande. Un reparto digno de un productor de Venevisión para el culebrón de las nueve, claro a excepción de Danny Glober que más que interpretar un pequeño papel secundario, hace el papel de ojo avizor, vigilante, después de todo integrar el consejo consultivo de la cadena televisiva Telesur, tiene sus beneficios. Lo mismo sucede con Cheila: Una casa pa’ maita. Está repleta con una plaga de actores de telenovelas que sobreactúan cada escena del film, es difícil encontrar un dialogo que sea “natural”. ¿Casualidad? No lo creo. Los rostros venden, los actores y actrices de Venevisión y RCTV son la fuente de donde beben nuestros directores. Pero si van a hacer algo, por favor intenten hacerlo bien. Enséñenles como directores a no confundir Teatro, cine y televisión. Es por eso que aplaudí el film “Hermano”, el cual a pesar de sufrir de todos estos clichés que he señalado: El barrio, el arma, el malandro y tener en el reparto varios actores y actrices de telenovelas, cuidaron las actuaciones, buscaron a los actores principales lejos de las televisoras. Hermano es uno de esos films nacionales que rompió, de forma leve, con esa fuerte relación Televisión/cine que se viene practicando desde hace ya bastantes años. Demostrando que si se puede. Aparte es un film con una técnica visual de lujo, definitivamente un grano de arena a nuestro cine. Luchar contra la industria cultural es algo complicado, y podría extenderme bastante en aclarar ese punto, pero en palabras simples: El cineasta venezolano, se dejó llevar por la industria cultural a un vertedero. Salir de esa esquina olvidada, será difícil pero, se ha demostrado que no es tarea imposible, claro está eso no se puede lograr si se siguen realizando producciones como Cheila, una casa pa’ maita
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