A Freya Rodríguez de González, en la memoria

Cine, Publicación

Una vida dedicada la cine y a la academia Freya Rodríguez de González fue Profesora de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Los Andes. Docente y Fundadora de la cátedra Teoría y Crítica Cinematográfica de la carrera de Comunicación Social y del Cine Club de la Universidad de Los Andes Núcleo Táchira. También coordinó la Dirección de Cultura de esta casa de estudios. Impartió asimismo las cátedras: Taller de Competencias Comunicativas y Periodismo Cultural en la carrera de Comunicación Social. Creó un espacio para la valoración, crítica y pasión por el séptimo arte en la carrera de

Una vida dedicada la cine y a la academia

Freya Rodríguez de González fue Profesora de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Los Andes. Docente y Fundadora de la cátedra Teoría y Crítica Cinematográfica de la carrera de Comunicación Social y del Cine Club de la Universidad de Los Andes Núcleo Táchira. También coordinó la Dirección de Cultura de esta casa de estudios. Impartió asimismo las cátedras: Taller de Competencias Comunicativas y Periodismo Cultural en la carrera de Comunicación Social.

Creó un espacio para la valoración, crítica y pasión por el séptimo arte en la carrera de Comunicación Social y en la ULA Táchira, el cual está marcado por su insistencia en la comprensión de la cultura contemporánea y en sus valores culturales. Sus clases de Teoría y Crítica Cinematográfica y el cine club, permitieron conocer y recorrer piezas de la filmografía mundial. Dichos largometrajes contribuyen al análisis de las diferentes lecturas del mundo que desde el cine realizan sus hacedores y que durante varios años fueron exhibidas en estos espacios ulandinos. Estas piezas, cargadas de particulares tramas y personajes, siempre perseguían propiciar las discusiones en las aulas universitarias sobre estos seres humanos, sus historias y sus significados.

freya2Fue responsable del cine club “Linterna Mágica”, donde se mostraban largometrajes en el antiguo Cine Samán, entre las década del ochenta y el noventa. Desde allí, comenzaría a abrir paso para fundar el Cine Club en la ULA Táchira, con proyecciones los miércoles en las instalaciones universitarias.

Su tesis de grado titulada “El amor en el cine. Hollywood época de oro. 1930-1960”, cuenta las historias de amor y sus personajes mostradas en la gran pantalla para ese período.

Freya, también nos enseñó el amor y cuidado por los animales. Siempre estuvo resguardando a los animales en la casa del saber y velando permanentemente por su cuidado y alimentación.

Freya Rodríguez de González, esposa del profesor y fundador de la carrera de Comunicación Social, Ramón González Escorihuela y madre de Víctor González Rodríguez, nos mostró cómo mirar la vida desde la gran pantalla, siendo críticos con esas historias y sus personajes y marcando con firmes letras nuestras opiniones sobre el séptimo arte.

Herly Quiñonez


     Conocer a la profesora Freya fue para mí una de las experiencias más exquisitas que he tenido en la vida. Conocerla, fue también para muchas personas como acceder a un mito, pues hasta su nombre de pila evoca a una venerada deidad femenina del panteón nórdico…

     Recién entré a estudiar la mención de Castellano y Literatura en la carrera de educación en la ULA –Táchira, mi atención se fijó especialmente en una profesora de porte elegante, distinguido, y de jovial e inteligentísima conversación. Fue por el año de 1992, cuando yo trabajaba como profesor de historia del teatro en el hoy desaparecido Teatro Nacional Juvenil de Venezuela Núcleo Táchira. Para ese entonces, yo estaba iniciando los estudios en la licenciatura mencionada, y andaba buscando dentro de la universidad un espacio de diálogo y encuentro intelectual y artístico, acorde con mis inquietudes y exploraciones personales. Un día supe que la profesora dirigía el cineclub de la universidad y dictaba la cátedra de crítica cinematográfica en la escuela de comunicación social.

    El lugar tan anhelado por mí lo encontré, por fin, en el cineclub que dirigía la profesora Freya. Me convertí desde entonces en un asiduo y devoto asistente a los cineforos organizados por ella semanalmente. No sólo me instruía y deleitaba viendo las películas, especialmente del cine clásico, sino también con las largas y cálidas conversaciones sobre cine, teatro, música, literatura y diversas artes, cuyas temáticas nos congregaban en una suerte de logia o hermandad espiritual a todos los asistentes al cineclub, bajo la sabia égida de nuestra querida profesora Freya. Recuerdo que cuando estaba en los primeros semestres de la carrera no había un momento en que, librado de las rutinas académicas, no procurase encontrarme con ella, para conversar desenfadadamente sobre las tendencias estéticas del teatro y el cine, así como de otros tópicos relacionados con el ámbito audiovisual y, en general, con diversos aspectos de la cultura…

     Cuando supe que se preparaba en la ULA un homenaje a la memoria de la profesora Freya  vino a mi recuerdo la tesis escrita por ella para licenciarse en comunicación social: se trata, sin lugar a dudas, de un trabajo de valor excepcional, cuyo tema es el amor en el cine. Al leerlo, mi interés por la teoría y crítica cinematográfica se acentuó con creciente vigor, inspirado en la inmensa pasión con que ese trabajo de la profesora alimenta el alma de quien lo lee. El amor en el cine constituye, a mi entender, un significativo legado  intelectual, y un testimonio eminente de la pasión genuina que flameaba en la profesora Freya, y cuya lumbre también encendió el corazón de la juventud estudiantil convocada semanalmente por ella en la ULA en torno al séptimo arte.

José Antonio Romero Corzo


Freya perteneció a una generación brillante, vivió tantas cosas que su manera de ver el mundo era una cosa inalcanzable. Era una mujer que tenía un aire de siglo XX, y con esto no me refiero a algo antiguo o viejo, sino al nivel humano que implica estar en periodos históricos, sociales, económicos y culturales diferentes.

Lo que más dejó plasmado en mí como estudiante de la cátedra de Crítica Cinematográfica, fue saber que realmente el cine es mágico, que definitivamente se trata del séptimo Arte. Ella terminó de hacerme entender que a través del cine se alimenta el alma, se transforma uno como persona. Pero no sólo era cine, también amaba la literatura, el Arte en general. Sus clases eran una conversación, una cita con el cine, uno salía del salón con la típica emoción de tener un buen docente, de haber aprendido, admirándola por su sabiduría, por sus comentarios, por su forma de ser.

No olvidaré su lectura, escuchar a esa señora con aquel leve acento español leernos una crítica de Juan Nuño, era una maravilla. Tampoco olvidaré su manera de corregir, nos llamaba a cada uno y nos iba detallando cada aspecto, mientras los demás compañeros se reían o se preparaban porque habían escrito lo mismo. También ponía notas en los trabajos: “puedes mejorar si no cedes a la facilidad”, por ejemplo.

El último día que tuvimos clases con ella, hablamos al final cuando los demás compañeros se fueron, me preguntó “¿qué te pareció la materia?, ¿qué aprendiste?, ¿por qué te reías tanto en clase?”, ese será quizá uno de los recuerdos más importantes que conservaré, porque allí ví su interés en ser una buena docente, en dejarle a sus estudiantes algo más, cosa que logró hacer.

Lamentablemente, la ví menos veces de las que hubiese querido, pero fueron suficientes para saber que Freya era una gran mujer, una maestra de la crítica cinematográfica, una amante del Arte, una docente extraordinaria, un ser humano muy inteligente. Ha sido un orgullo ser su alumno, desde el primer día de clases.

En mi libreta, apunté una frase que me gustó mucho, es de una anécdota que nos contó, que ya no recuerdo muy bien, pero básicamente era una frase que anteriormente decían los madrileños cuando veían a una mujer pasar: “Adiós para siempre preciosidad”, esa es la frase más adecuada para despedirse de ella.

Martín Pérez


Pidió que la llamara por teléfono antes de vernos en diciembre, en la entrega del último trabajo. Solía llamarme ella justo al terminar la clase, la primera vez que lo hizo me asusté por las referencias que tenía de Freya como una mujer rigida y de frases lapidarias. Fue, debo decir, todo lo contrario al menos conmigo, me llamaba más bien para pedir una especie de evaluación de su desempeño docente a un alumno de la clase de Teoría y Crítica Cinematográfica. A la tercera clase me trajo un recorte de una revista de los años ochenta, en la que ella escribía sobre el cine de Tenesse Williams, con el estricto compromiso, eso sí, de devolvérselo la próxima clase y así se hizo. Confieso que me gustó la redacción y la forma de abordar obra tras obra. Una mañana recibí una llamada que no esperaba, «¿Sí, buenos días?», me dió los buenos días y dijo «es la profesora Freya», me explicó que como yo había faltado a la última clase, me llamaba para preguntarme si mis compañeros me habían puesto al día, que la entrega del próximo trabajo sería esa semana. Era una mujer preocupada por su clase, tenía el numero personal de cada alumno suyo. Me habló de teatro algunas veces, me llamó «comunista» y me dijo «vas a contar mentiras», cuando le hablé de algún plan profesional. Pero sobre todo, Freya me habló de cine. Muchos títulos, muchos directores, y frases y palabras exactas que no seré capaz de recordar, pero en cambio, sí recuerdo ahora mismo que en varias oportunidades señaló su gusto por Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, la capacidad que tuvo este director para adaptar la novela de Thomas Mann y exponer un discurso visual contundente sobre la belleza y destacó de manera especial la acuación de Dirk Bogarde, porque la verdad que hay en esa representación. Me dijo que es determinante en un buen director el conocimiento profundo de la novela que pretende llevar al cine, pero no sólo eso, sino que debe conocer la vida del escritor y su obra completa. Dijo que los mejores guionistas y directores fueron siempre intelectuales y, en esa misma oportunidad, hizo referencia a que ésta era una de las principales carencias del cine venezolano.

Fue una mujer a la que realmente le importaban sus alumnos, de frases con autoridad, directas e inteligentes, que evidenciaban experiencia. Es extraño pensar que no podré llamar a la profesora, que no la veré en diciembre, que nos queda para siempre el último trabajo pendiente. Sin embargo, prefiero imaginarla en otro espacio con sus escritores, guionistas y directores preferidos, con las estrellas que la apasionaron. Prefiero imaginarme un final romántico de felicidad perpetua para Freya. De mí merece un aplauso sincero porque es de esos pocos docentes que recordaré toda la vida.

Fernando Javier Carrero

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