Como cuero seco de Rafael Nieves

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A veces me siento como un cuero seco, y viene la danza. Otras, soy como un rio crecido, y viene la danza. Inclusive árbol caído, roto, vapuleado y viene como a salvarme de mí mismo, que no me sé tanto como ella a todo lo que toca. Entonces después, sólo después, me veo como a través de una bruma espesa. El caso del que se piensa, es el de aquel que se encuentra de frente con las preguntas más implacables sobre sí. Es el que se opone a la pasividad de la acción irreflexiva y además le da argumentos a

A veces me siento como un cuero seco, y viene la danza. Otras, soy como un rio crecido, y viene la danza. Inclusive árbol caído, roto, vapuleado y viene como a salvarme de mí mismo, que no me sé tanto como ella a todo lo que toca. Entonces después, sólo después, me veo como a través de una bruma espesa.

El caso del que se piensa, es el de aquel que se encuentra de frente con las preguntas más implacables sobre sí. Es el que se opone a la pasividad de la acción irreflexiva y además le da argumentos a las formas más desgarradoras de construcción de sí mismo. Sin embargo es también el que se permite abrir la puerta al saberse, al reconocerse.

Pensarse en la danza es un ejercicio del hacer. No hay tiempo ni distancia entre la danza cuando acontece y nosotros. Sin embargo demanda una preparación minuciosa, férrea, sutil. Porque quien ha estado ahí cuando ocurre la danza sabe que no hay escapatoria, y lo que somos, lo que quisimos ser, lo que fuimos e incluso lo que seremos, se apiña todo en un instante. De manera que pensarse en ella, en ese acontecimiento, no es más que un recuerdo, una reminiscencia de algo que fue y que nos deja el deseo de repetir, de reincidir.

Rafael Nieves
Rafael Nieves

Pensarse en la danza es entregarse al deseo de la reincidencia, evadirse hacia una autenticidad sólo tangible por los iniciados. Ir al encuentro de lo otro que somos. Es añorar completarse, ser uno con algo, con alguien.

También es desvelarse en preguntas sobre nuestra relación con las cosas. Comenzar, por ejemplo, una discusión consigo mismo sobre el sentido de dedicarle la vida a la creación o la construcción de espacios para el arte. Toda una perla del insomnio.

Los recuerdos de otros oficios y obsesiones parecen difuminarse en medio de esta nueva percepción, una óptica que se va constituyendo para la valoración de lo otro, eso que no éramos antes. Pero entonces, ¿de qué se alimenta la danza, cual es su materia, sobre qué se edifica?  Somos la materia y el albañil. Somos el templo y la tierra donde se posa. Se constituye así entonces, ella sola, como si nadie la hubiese notado antes, la posibilidad de darnos a nosotros mismos la danza. Construir nuestras propias sociedades y vínculos. Asumirnos creadores e instrumentos. Así, todo junto, sin distinción, sin conquistas ficticias pensadas por alguien que seguramente nunca vivió el acontecimiento y nos necesita desesperanzados.

Pensar en darse a sí mismo la danza, es uno de los mayores actos de creación y rebeldía. Porque es pensarse a sí mismo como totalidad. Iniciarse en el camino de la propia construcción. Elegir que deseas que haga tu cuerpo, que quieres que diga. A quién o a qué tributa tu esfuerzo y tu placer.

El reto es mantener vínculos diáfanos con lo que somos, porque sino ¿a quién engañamos? No es una lucha, no es un combate. No es una competencia. Es un acto de amor. Es la conquista de la libertad de ser en tu cuerpo, de ser en la danza.  (Rafael Nieves Caracas, 23 de mayo 2016)

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