Persecución (Cuento)

Literatura

Por C. Ruiloba. Esta maratón no tiene fin. Lo llevo haciendo por horas y aquellos tipos no dejan de seguirme. El sudor rueda por todo mi cuerpo, impregnando mi camisa de seda recién estrenada. Hace algunas cuadras  lancé a la nada mi costoso y elegante frac, y aun siento dolor por ello. El asfalto está caliente y  puedo sentir como él atraviesa  la suela de mis mocasines. Tremendo idiota he sido para venirme a correr con este tipo de zapatos, pero igual no es mi culpa; qué iba a saber que terminaría corriendo contra mi voluntad.  Estas calles no dejan

Por C. Ruiloba.

Esta maratón no tiene fin. Lo llevo haciendo por horas y aquellos tipos no dejan de seguirme. El sudor rueda por todo mi cuerpo, impregnando mi camisa de seda recién estrenada. Hace algunas cuadras  lancé a la nada mi costoso y elegante frac, y aun siento dolor por ello. El asfalto está caliente y  puedo sentir como él atraviesa  la suela de mis mocasines. Tremendo idiota he sido para venirme a correr con este tipo de zapatos, pero igual no es mi culpa; qué iba a saber que terminaría corriendo contra mi voluntad.  Estas calles no dejan de crecer ante mis ojos y solo espero que los desgraciados dejen de perseguirme. El más obeso sigue de último, pero los más escuálidos continúan la marcha oliéndome la nuca. Puedo sentir su respiración y la breve brisa de algunos de sus aletazos en intenciones de halarme de la camisa. Son las 2:00 de la mañana, o al menos así fue cuando crucé frente a la iglesia y observé en la cúspide de su estructura el reloj. Las calles están tan vacías que resultan ser un perfecto espacio para correr, pero esto no impide que deje de ser un calvario completo. La rectitud del camino se acaba y he de optar por girar a la izquierda o a la derecha rápidamente o estos tíos me cargarán sin dudarlo. Me gusta la derecha y hacia allá voy. Aunque las luces de la calle están totalmente apagadas me siento más tranquilo, pero mis pies piden descanso y en cualquier momento me derrumbaré y seré comido vivo por estos amarillos de mierda. Mi madre siempre decía: “nunca hagas negocios con chinos, ni menos te cases con uno de ellos. Los hijos de puta son tantos que solo les importa sus mujeres y su dinero”. Patrañas, así somos todos. Los chinos creen en su honor, un honor que existe solo en las películas bien estereotipadas por Hollywood donde meditan sobre un palo afilado o parten bambúes con los meñiques. Ese honorcito de pacotilla lo perdieron cuando se empezaron a vender al capitalismo y a utilizar sus murallas como negocio. Si quieres ver a un amarillo de estos bien emputado  intenta follarte a una de sus hembras. ¿Qué culpa tiene uno si lo primero que ve al ingresar a una página web porno son asiáticas en pelotas con aquella selva pronunciada y ese rostro de muñequita? A cualquiera se le ha pasado por la cabeza querer echarle mano a una de esas. Claro, las lindas solo están en esos websites, y cuando pillas a una de esas en la vida real, no solo quieres echarle mano, sino hasta casarte con ella. He tomado gran ventaja de ellos y ya no veo a aquel gordo que pareciera que practicara sumo. Bueno, es gordo y asiático, ¿qué más se puede deducir? Los otros dos marchan al mismo ritmo y yo me les alejo, pero nunca falta ese mal momento. ¿Qué pasa cuando empiezas a pensar que tienes que respirar? Empiezas a sentir que te ahogas y que el aire te falta. Pues entonces, ahora pienso en mis pies y en que esta ventaja que les llevo se está achicando cada vez más. Ya no siento calientes los mocasines, en cambio, siento que me aprietan y que el no haberme cortado las uñas por unas cuantas semanas me está pasando factura. Sudo a cántaros y mi entrepierna parece una fábrica de queso, solo que este queso está hecho en un proceso diferente: sudor, fluidos femeninos, vellos retorcidos, calzoncillos estrechos, fricción. Si a los bebés les da pañalitis, a nosotros los adultos nos da calzonsitis, y no hay cosa peor; algo como esto puede hacerte detener en cualquier momento. Sigo corriendo con mi calzonsitis que me arde como sal en llaga. Ahora estos amarillos están cada vez más cerca de mí. De nuevo, siento sus hiperventilaciones atléticas respirando en mi nuca. También siento cómo sus brazos aletean para agarrarme por la camisa, pero esta vez me ha tomado el más alto de ellos. Vuelta al estilo “merengue”, golpetazo en el estomago, sabor a hierro en tu boca, luces apagadas. “¡Chun chan cho io si fua cuai!” ¿Qué carajos dicen? Abro los ojos y efecto de vértigo en acción. Me duele hasta la madre y mi sangre sabe horrible. Escucho pasos alejándose, a la vez que escucho vociferar pendejadas en chino. ¿Por qué se van? ¿Habrá algún estatuto chino que diga cuánto debes golpear a alguien por un delito como éste? Si es así, creo que ya me dieron lo suficiente y por ello se han ido. Aunque ya me había acostumbrado a la oscuridad, ésta en especial resulta peculiar; no es la misma oscuridad de la calle por la que venía corriendo. Todo a mí alrededor es una completa penumbra, excepto por dos lucecillas amarillas que diviso a lo lejos. Intento levantarme, pero algo me retiene. No sé de dónde han sacado los malditos una cuerda, pero estoy atado contra el suelo. Nada veo, y como miope buscando sus lentes luego de caer, busco cómo desatarme y huir de allí, pero me doy cuenta que estoy amarrado al mejor estilo Scout, y peor aún, amarrado a lo que parecen rieles extendidos a lo largo del suelo. Como una buena película de terror, el ruido eterno de los grillos y sapos junto con la oscuridad africana, me ponen los pelos de punta. Entro en desesperación y me apresuro por desatarme, pero la mierda está perfectamente atada, casi soldada. ¿Qué pasa cuando escuchas ruidos extraños sin poder ver nada? Empiezas a imaginarte millones de cosas macabras, tan macabras como sentir que algo o alguien viene detrás de ti o hacia ti. Es exactamente lo que percibo, y por un instante dejo de ser ateo y rezo como monja en convento. Los ruidos han cambiado y ahora ya no son tan aleatorios, sino que hay uno en particular que se repite y se repite, haciendo vibrar la superficie bajo mi trasero. Pareciera que sonara también una especie de bocina acercándose. ¡Demonios! Aquellas luces amarillas, que antes había visto lejos, las encuentro a poco menos de 20 metros y se aproximan hacia mi humanidad. ¡Malditos chinos de mier… C. Ruiloba. Estudiante de Comunicación Social, ULA Táchira.
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