Una antropología de lo cotidiano de Juan Carlos Santaella

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Cada temperamento forja una escritura determinada, cada situación histórica desarrolla un modo muy peculiar de afrontar el hecho literario. La literatura, en sus formas y conceptos más generales y complejos, genera un espacio totalmente libre e imaginario donde convergen todas y cada una de las posibilidades que ofrece una actitud atenta y crítica de los fenómenos sociales. La escritura entonces, se abre hacia innumerables vertientes, hacia infinitos ángulos y objetivos humanos. La “crónica”, género específico entre los muchos que tienen una función literaria determinada, traza un dominio de la escritura completamente diferenciado de otras categorías literarias. Generalmente suele asociársele a

Cada temperamento forja una escritura determinada, cada situación histórica desarrolla un modo muy peculiar de afrontar el hecho literario. La literatura, en sus formas y conceptos más generales y complejos, genera un espacio totalmente libre e imaginario donde convergen todas y cada una de las posibilidades que ofrece una actitud atenta y crítica de los fenómenos sociales. La escritura entonces, se abre hacia innumerables vertientes, hacia infinitos ángulos y objetivos humanos. La “crónica”, género específico entre los muchos que tienen una función literaria determinada, traza un dominio de la escritura completamente diferenciado de otras categorías literarias. Generalmente suele asociársele a un tipo extraño y superficial de aproximación a lo banal o a lo corrientemente anecdótico. Sin embargo, la crónica comporta vitalmente un rasgo que la hace estar permanentemente unida a una territorialidad íntima, a un contexto de situaciones sociales y psicológicas de las cuales historia de la cultura occidental, los pueblos han desarrollado un cúmulo de particularidades colectivas que no siempre las críticas sociológicas y las teorías políticas han podido descifrar. Estos secretos, si se pueden llamar así, son como un caudal silencioso y polisémico que arrastran incasablemente las ciudades, a través de cuyas corrientes se desplaza la vida confidencial de sus habitantes. Podríamos, en este orden de la crónica, atrevernos a plantear una especie de sociología o de la intimidad urbana o una antropología de las ensoñaciones nocturnas. Porque en esa oscuridad citadina, en esa habitación cerrada y tenue, la memoria de la desesperanza comienza a promover los signos de esa escritura muchas veces procaz y marginal de las ciudades. Al lado de una gramática lineal o normal que comporta la vida diurna, hallamos una enunciación de la promiscuidad nocturna, un deseo tenebroso y terrible en aquellas cosas y lugares que sostienen el sopor obsesivo de una gran ciudad. La crónica literaria también plantea un problema de tipo sexual, puesto que se le atribuye su mecanicidad o un orden enteramente femenino, tal vez por la fuerte tendencia de la mujer a inmiscuirse en la vida de tantos hechos notable y de participar de ciertos placeres que sólo la necesidad obliga a sostenerlos. En tal sentido, las únicas capaces de posees esos secretos y esa intimidad callada que otorgan las inmensidades solitarias de las horas nocturnas son, indiscutiblemente, las mujeres, víctimas y victimarias, personajes de esa gran novela, de esa gran crónica social que significa un país, de la memoria agresiva, traumática y bondadosa de sus seres anónimos.

hayworthEn la historia de las sociedades latinoamericanas, el papel que han jugado las ciudades ha sido determinante. A partir de los años cuarenta cuando verdaderamente comienzan a transformarse muchos países latinoamericanos, se da inicio a un orden social y existencial completamente nuevo. Este orden, configurado en una perspectiva abiertamente urbana, suscita muchísimos elementos inéditos que, para ese especial período, incorporaban una noción de la vida colectiva individual decisivamente violenta. Lo urbano trajo un estilo esencial de comportamiento, al mismo tiempo que desencadenaba hábitos y costumbres propias de cierta modernidad inevitable. A la par de una cultura progresista y de un avance incontenible de las ciudades, se fueron formando culturas y sentimientos paralelos que estaban depositados en lo que más adelante llamaríamos “zonas orilleras” y “marginales” de la ciudad. Este cambio, en gran parte económico, constituyó una capa social teñida profundamente de miserias y dramáticas pobrezas. Las ciudades se fueron haciendo inconmensurables, gigantescas, rodeadas, a su modo, por increíbles personajes y problemas que fueron constituyendo lentamente una sintaxis multifacética, un lenguaje que podía perfectamente expresarse a través de algunas vías casi imperceptibles como la música popular, las melodías nostálgicas, el “bolero”, los “tangos” y su influjo arrebatador, verdadero síntoma de lo que fue una cultura urbana de la desolación y la introspección nocturna. Es en esa sociedad radial de los años cuarenta que se forman importantes y decisivas estructuras políticas y culturales. Los boleros fueron una forma, en gran medida, sincera de abordar una idiosincrasia, un desarraigo y hasta una derrota que circulaba enloquecidamente dentro del carácter ciudadano del latinoamericano. Todo ese mundo de soledad y tristeza pudo legítimamente mostrarse en un esquema romántico y sentimental que sólo el bolero y los tangos podían describir. Con los boleros se inician los primeros discursos narrativos y las primeras muestras de un modo de ser singularmente latinoamericano. Este modo de vivir, de respirar una dimensionalidad muchas veces reprimida y mortal, incita el deseo de manifestar musicalmente un gesto elocuente tanto en lo liberador, como en la frustración que a la larga sintieron estas formas por la llegada de otras modas y vertientes musicales. El bolero, pese a todo, logro una continuidad afectiva en la sociedad latinoamericana y tal vez logró inventar un lenguaje, fortaleciendo secretamente la vasta y atropellada memoria de este habitante cercano al trópico. Nuestra nocturnidad está depositada enteramente en los boleros y a partir de éstos, podemos comprender mejor la razón de ser de un lenguaje que en un principio comenzó siendo “radiado” y después pasó a la novela, a la ficción latinoamericana. Detrás de Cabrera Infante, detrás de Manuel Puig y Salvador Garmendia están las letras y las voces de Agustín Lara, Carlos Gardel, Pedro Vargas, Javies Solís y Rafael Muñoz. ¿Una literatura radial o un psicoanálisis del amor y del recuerdo latinoamericano? Ambas cosas, en definitiva, que nombran, ausentan y hacen proclive al espíritu a perpetuar una errancia interminable, eterna.

yo-amo-a-columboLa crónica literaria ha podido socavar esos hilos imperceptibles del acontecer marginal de una  gran ciudad. Ha logrado, de igual forma, restituir una dignidad y un valor social a ciertos y determinados mundos que, por parecer comúnmente como cosas sin importancia, conducen la atención de aquel que descubre los códigos de este abarrotado universo de canciones, intimidades, celos y odios consumidos, a producir una lectura semántica de los signos que forman, veladamente, la gran memoria latinoamericana. Y estos signos, que la crónica o un tipo especial de ensayo descubren, son tanto como una exposición de voces y gestos mudos, como también un aprendizaje de palabras que dicen el amor, la nostalgia y el fracaso definitivo de un tipoi muy particular de hombre latinoamericano. La sociedad latinoamericana puede, a partir de la existencia de una escritura diacrónica y circular, comprenderse en tanto forma una totalidad histórica, política y cultural susceptible de ser reconocida y estudiada desde un amplio proyecto semiótico. Trataremos de establecer que existe una estructura significante (ecos, ruidos, amenazas, silencios) que organizan un significado, pedazos casi inconclusos de un gesto a punto de rebelarse, de explotar. En resumen, se buscaría aquello que subyace por debajo de los aparentes contenidos y enunciados, es decir, los grandes vacíos, las enormes dudas, las letras que no se escriben, las palabras que jamás son pronunciadas. Así, unificando este proyecto, obtendríamos un esquema del enunciado y una transparencia del significante. Primero hablaríamos de formas, articulaciones y extremidades de la memoria latinoamericana y después llegaríamos a los “significados plenos” del orden amoroso y sentimental, a su realización histórica. Habría que formar una poética del sopor latinoamericano que no es más que una gramática de los bares, noches y burdeles que rondan y afirman un significado completamente pleno en palabras y gestos alucinados. Es en este punto donde surge la crónica como portadora de ciertos significantes y significados, que descubren esos juegos terribles de la desesperanza y el desarraigo latinoamericano.

Manuel Puig
Manuel Puig

En la literatura latinoamericana existen dos escritores, un novelista y un ensayista, que convergen intuitivamente en múltiples aspectos relacionados con la búsqueda de múltiples aspectos relacionados con la búsqueda de un tipo específico de memoria antropológica. Concretamente hago alusión a Manuel Puig y a Elisa Lerner. El primero de éstos forma parte de un grupo significativo de escritores que, paralelamente, han constituido de una manera muy singular y experimental de tratar novelísticamente ciertos temas y asuntos latinoamericanos. Diría que dentro de está categorías se ubican escritores como Severo Sarduy, Cabrera Infante, Salvador Elisondo, Luis Rafael Sánchez, Julieta Campos y Luis Britto García. Si miramos más de cerca la obra de  estos novelistas, obtendríamos una lectura muy particular en cuanto al tratamiento ficticio que elaboran estos de la realidad latinoamericana. La ficción es muy importante – hecho que acostumbradamente se olvida – en el contexto de una o varias formas narrativas experimentales. En el caso de la novelística latinoamericana, las formas estilísticas varían de un escritor a otro. No existe un textura homogénea, ni mucho menos un esquema arquetípico de los procedimientos instrumentales de dicha literatura. Lo que sí es importante, en este orden de la ficción experimental, es que por encima de las diversas corrientes y visiones narrativas existentes, se halla un substrato intencional, histórico y muchas veces ideológico, de señalas una estructura moral decisiva y determinante en la esfera de los fenómenos culturales y psicológicos del ser latinoamericano. Estando dentro de otra rama formal y apuntando hacia otro tipo de interés reflexivo,  estos novelistas completan la otra gran parte de la ficción latinoamericana, inicia tal vez con Onetti y desarrollada abiertamente en Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y Garmendia. Manuel Puig propicia una escritura cuyas preocupaciones argumentales están lo bastante cerca de alguna venas psicológicas y sociales del modo de ser  latinoamericano. La indagación sobre cierto inconsciente que efectúa Puig, tiene sus orígenes en el descubrimiento de una memoria que se nutre y cubre importantes categorías existenciales como pueden ser lo sentimental, la nostalgia desamparada y a veces cursi de un prototipo de comportamiento, el odio filial, la confusión y la frustración política, la dependencia secreta hacia un sentimiento íntimo de ensoñación que está consubstanciado en los tangos, boleros y radionovelas. Esa vida soporífera y folletinesca, altamente trágica, es la que describe obsesivamente Puig en Boquitas pintadas, La traición de Rita Hayworth y El beso de la mujer araña. Memoria del deseo. Memoria amorosa, gardeliana, mortal.

Elisa Lerner fotografia de Beatriz Gonzalez
Elisa Lerner fotografia de Beatriz Gonzalez

Elisa Lerner, por una vía distinta y compleja, intenta un modo de acercamiento a ese “sopor latinoamericano” que coincide temáticamente con la obra de Manuel Puig. Elisa Lerner propicia una escritura que pertenece al sistema de la crónica. Estas crónicas, intensamente padecidas y plenas, en el mejor sentido metafórico, recuperan un tiempo muy especial que parte de una vidas pública ligada al cotidiano desplazamiento de conductas, hechos y gestos sociales. Estos gestos que capta la escritura de Elisa Lerner son transformados ligeramente en un perspicaz e irónico encuentro son situaciones y correspondencias íntimas entre un sujeto que escribe y un sujeto (muchos sujetos) que se multiplica en episodios cinematográficos, personajes y fenómenos del mundo político y cultural latinoamericano. Esta sociología del gesto público precisa detalles y fisonomías que tal vez ninguna otra dilucidación sociológica podría realizar. Porque así como en el pensamiento ideológico se produce una dialéctica que enfrenta diversas concepciones filosóficas y morales, también existe una imaginación antropológica capaz de percibir las “cosas” desde una vertiente coherentemente legítima. La realidad social y política de los pueblos no sólo se piensa y sistematiza, sino, proporcionalmente, se imagina y se inventa. Hay gestos que nada más se explican en el paso imaginante de materias confidenciales y dolorosas. Existe una estética de los nombres propios, una sintaxis de las calles y avenidas de cualquier ciudad. Elisa Lerner prefigura un sentimiento nocturno hacedor de incasables gestos amorosos. Sus crónicas ponen de relieve la imagen de una gran alcoba, una enorme habitación cerrada donde resplandece una memoria atropellada y nostálgica. En uno de sus libros principales, titulado Yo amo a Columbo, se recogen diversas zonas de esa antropología cotidiana latinoamericana. Una antropología basada, no en la búsqueda engañosa de un supuesto tiempo primitivo, sino en la tangibilidad de un presente que resulta, definitivamente, más cercano y más verdadero en tanto responde a las necesidades de un diálogo, de un lenguaje incesante y modelador del habitante latinoamericano.

Estas dos escrituras, la del Manuel Puig y la de Elisa Lerner, trazan una radiografía hondamente confidencial y mitológica de Latinoamérica. La vida cotidiana transformada en mito, es decir, en objeto de un conocimiento imaginario, un conocimiento gestual de los modos y maneras en que se muestra una determinada cultura y unas determinadas estructuras históricas y morales.

Santaella, Juan. (1983). Reescrituras. Academia Nacional de la Historia: Caracas.

Juan Carlos Santaella (Caracas, 1956) Su actividad profesional está centrada en la crítica e investigación literaria constante a través de diarios, revistas nacionales e internacionales. Miembro del taller de narrativa del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) y auxiliar de dirección en la Fundación La Casa de Bello. El Huerto Secreto, Las vueltas del laberinto, Breve tratado de la noche, El sueño y la hoguera, Mujeres de media noche y otros textos, son algunos de los libros que publicó.

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