Un jugoso pedazo de Hígado (Crónica)

Artes Escénicas, Publicación

Junio 2016.- (Por Marilyn Fernández) Fue hace 5 años cuando vi por primera vez la obra de teatro Hígado o el último viaje de Odiseo, propuesta experimental del Grupo Incinerador Teatro de San Cristóbal, estado Táchira, escrita por José Ramón Castillo y Omar González, dirigida por José Ramón Castillo.  A finales del año 2011 se estrenaban. Recuerdo que esa noche salí de la sala sin conversar con nadie y llegué a mi casa a escribir unas cuantas observaciones, cargada de emociones porque de verdad esa noche tuve un encuentro teatral memorable. Hígado ha viajado, se ha presentado en distintos escenarios tanto

Junio 2016.- (Por Marilyn Fernández) Fue hace 5 años cuando vi por primera vez la obra de teatro Hígado o el último viaje de Odiseo, propuesta experimental del Grupo Incinerador Teatro de San Cristóbal, estado Táchira, escrita por José Ramón Castillo y Omar González, dirigida por José Ramón Castillo.  A finales del año 2011 se estrenaban.

Recuerdo que esa noche salí de la sala sin conversar con nadie y llegué a mi casa a escribir unas cuantas observaciones, cargada de emociones porque de verdad esa noche tuve un encuentro teatral memorable. Hígado ha viajado, se ha presentado en distintos escenarios tanto regionales como internacionales, han cambiado de elenco en dos ocasiones, han modificado algunos diálogos de acuerdo al momento o al contexto. Esta vez, en el marco del Proyecto Frontera (finales de mayo 2016) me encuentro nuevamente con Hígado. Presencié la obra desde cero, con la mente en blanco, pero fue inevitable no recordar ese primer encuentro de hace cinco años y salí de la sala con la interrogante sobre esta obra, por qué ya no significaba ni remotamente lo mismo. Revisé con gran intriga aquello que había escrito en esa oportunidad, llegando nuevamente a la conclusión que el teatro, como otras artes escénicas y accionales, son irrepetibles, cada puesta en escena es única. Esa misma condición también replica en el público, un espectador nunca va a ser el mismo después de tener un encuentro significativo con una obra artística, y cada acercamiento que tenga con esa misma obra a través del tiempo será diferente.

De igual forma, retomaré algunas observaciones que sigo manteniendo y las compartiré. El Incinerador Teatro siempre ha cuestionado varios parámetros, con el uso de recursos comunes, utilizados no sólo en el teatro sino en todas las artes contemporáneas, como historias discontinuas sin linealidad aparente, el uso de silencios prolongados, acciones inconclusas, repetitivas, rompimiento de la idea de ficción, una exposición más ampliada de la ficción o de la realidad, el uso de otros medios audiovisuales, de otras artes, jugando con los límites entre categorías, definiciones, roles, papeles, etc. Pero, entre el juego transdisciplinario, me pregunto, qué es lo que verdaderamente se debería acentuar como hecho teatral, accional, actoral… para que no sea una puesta en escena de una cantidad de elementos, participaciones, musicales, corales, etc

El contenido es irreverente, irónico, sarcástico, cuestionador. Hígado es una crítica al arte, al mundo cultural, artístico, social… y eso llega, se manifiesta, se hace presente. Hígado es un encuentro visceral con nuestras realidades culturales. Pero, qué es lo nocivo que Hígado quiere limpiar y eliminar en nosotros? Ningún esfuerzo puede llegar a ser verdaderamente trascendente si la idea de cultura y arte está fundamentada en el mero espectáculo, al tan actual “pan y circo”, cuando vivimos en una sociedad como la nuestra. Hígado se burla de nosotros en nuestras propias caras, pero también nos divierte.

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Ahora bien, el encuentro del 2011, hubo algo que determinó que esa puesta en escena fuera memorable, y fueron los actores, la actuación en sí. Sin descalificar cualquier actuación posterior, aquella llegó a un nivel que logró, a mi parecer, congeniar con el concepto del Incinerador, donde la irreverencia no viene dada solo por el contenido de la obra, el juego entre los límites de las artes, sino también manifestado en un tipo de actuación que hace una propuesta con el conjunto de la obra. Aquella vez la presencia de los personajes era fuerte, el trabajo del cuerpo y la interacción entre ellos era evidente, los silencios devastadores, la tensión se mantenía cada instante, cada palabra iba directo a donde debía encajar, en el cuerpo del espectador. El dúo Omar González y Ana Gamboa (Odiseo y Penélope) hicieron la travesía hacia Ítaca un enfrentamiento de personajes cargados de sarcasmos, Penélope era un rostro que se deformaba en mueca con cada ironía, cada frase venía acompañada con una desfiguración del personaje, a veces sórdido, otras veces macabro, seductor, pero también inocente. Y Odiseo, aunque desenfadado y hastiado ante la vida, cada vez que nombraba a Ítaca lo hacía de una forma muy especial, cargado de sentimiento, esperanza, de un sueño no muy lejano y alcanzable, lo decía con el tono con el que se siente el destino, el destino: un viaje por emprender, por sentir, un rumbo, nuestro lugar… muchas cosas, por no decir que todo… Ítaca. Esa diferenciación le daba sentido al contenido, a la obra.

La versión actual, Omar González y Diego Gómez (Odiseo y Homero) con otro giro, manteniendo la esencia anterior, presentan una pareja que juega entre diálogos intercambiables de opresor y oprimido, a veces cómplices, otras como dos personas cualquieras. El coro Tierra y ser, único, siempre único.

Felicito a todo el equipo del Incinerador Teatro, por darnos este espacio alternativo- experimental tan necesario,  por un trabajo cohesionado que parte desde lo técnico hacia todas direcciones. Sólo espero que Odiseo no le pierda sentido a Ítaca, que no olvide su viaje y que vuelva a soñar.

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