Robinson en la casa de Asterión (Reseña)

Artes Escénicas, Seminario

Una puesta en escena del arraigo, del compromiso y de la pasión americana por Osvaldo Barreto En el marco del 9º Seminario Bordes dedicado al tema de la dispersión y el desarraigo, hizo acto de presencia un invitado muy especial venido del siglo XVIII, conocido por muchos como Samuel Robinson, un modesto y apasionado maestro, quien no es otro que el genial Simón Rodríguez, uno de los pensadores más importantes del continente americano, cuyo espíritu inquieto y aún vivo, ha logrado la proeza de llegar hasta nosotros, porque ha poseído o ha reencarnado en un insigne actor latinoamericano, nacido en

Una puesta en escena del arraigo, del compromiso y de la pasión americana

por Osvaldo Barreto

En el marco del 9º Seminario Bordes dedicado al tema de la dispersión y el desarraigo, hizo acto de presencia un invitado muy especial venido del siglo XVIII, conocido por muchos como Samuel Robinson, un modesto y apasionado maestro, quien no es otro que el genial Simón Rodríguez, uno de los pensadores más importantes del continente americano, cuyo espíritu inquieto y aún vivo, ha logrado la proeza de llegar hasta nosotros, porque ha poseído o ha reencarnado en un insigne actor latinoamericano, nacido en Argentina pero venezolano de corazón, el también maestro Aníbal Grunn. El advenimiento de este espíritu no puede ser más oportuno dado el momento histórico convulso y caótico que vive la actual sociedad venezolana.

El Jueves 29 de noviembre en el auditorio del liceo Simón Bolívar de la ciudad de San Cristóbal, bajo la forma de una puesta en escena titulada “Robinson en la Casa de Asterión”, Simón Rodríguez, apoderado del cuerpo de Aníbal Grunn, nos volvió a contar de su proyecto para construir una mejor república y de sus ideas verdaderamente revolucionarias que, pese al paso de los siglos, siguen estando vigentes y conservan ese hálito de libertad que fulgura cada vez que se pronuncian al viento.

Aníbal Grunn

La aparición de Robinson sobre el escenario fue dolorosa. Vimos a un espíritu viejo, minimizado, alucinado y sumido en la tristeza, como asediado por fantasmas, pero con alegría pudimos contemplar como en sus momentos de lucidez se erguía con ímpetu y vitalidad descomunales, como si fuera un faro de potente luz que se erige para guiar a las naves a través de la tormenta y llevarlas a buen puerto, sin embargo, en esta historia la desgracia no se hace esperar, las naves no hacen caso de las señales del faro y se enrumban torpemente hacia la tempestad, convirtiendo sus vidas y la del faro en una tragedia de proporciones históricas que se extiende hasta nuestros días. Así fue la existencia de este genio americano cuyos últimos años estuvieron signados por el olvido y la indiferencia de sus contemporáneos, y cuando el fin vino a visitarlo lo consiguió aferrado a esas ideas visionarias que desarrolló a lo largo de su vida siempre pensando en los demás, nunca en si mismo, y haber sido fiel a esas ideas le trajo como consecuencia; desprecio y soledad. Es esta la biografía de un filántropo incomprendido que comprendió las necesidades de una América original.

La obra convertida en monólogo por Aníbal Grunn, contó con una puesta en escena minimalista donde la escenografía era, sencillamente, una vieja silla de madera, solo eso le bastó al actor para llevarnos a través del intrincado laberinto borgiano o ¿zabaliano? y, haciendo uso de su fuerza actoral, Aníbal nos hizo ver a un Asterión omnipresente que, desde lo alto del laberinto, contemplaba al ofuscado Robinson en sus soliloquios con la muerte.

Aníbal Grunn como Simón Rodríguez (fotografía: Hassler Salgar).

Aunque suene paradójico, concluiremos diciendo que este espectáculo, en su versión unipersonal, contó con un magnífico elenco, conformado por: Simón Rodríguez (filosofo y maestro), Jorge Luis Borges (escritor y poeta), Tomás Jurado Zabala (dramaturgo), Carlos Arroyo (director de teatro), Aníbal Grunn (Actor y maestro). Con estos creadores juntándose y fabulando desde lo teatral para criticar una época decadente ¿Cómo no sentir la grandeza de nuestra América?

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