Resiliencia: figuraciones del horror

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¿Por qué hacer el seminario Bordes en 2020? Hay tantas prioridades, en este momento. Y no podemos reunirmos para gozar del encuentro en vivo, la emoción de escucharnos y discutir, coincidir, disentir, combinar, contrastar ideas y experiencias.

Pero hacerlo de esta manera, online, disponible a audiencias de todo el mundo, dejando un registro para la memoria, tiene también su encanto y se nos hace que es lo apropiado a los tiempos que corren. Un acto de resiliencia en sí, un reto a nuestra capacidad de decir y de seguir haciendo, en cualquier circunstancia. Sin bombos ni platillos. Decir y hacer porque es tan vital como respirar y alimentarnos.  Porque la necesidad de sentido es esencial a nuestra humanidad, y nos negamos a renunciar a ella.

Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie, dijo un pensador europeo que mucho después de su desaparición física tiene aún tanto qué decirnos sobre la humanidad, sus mecanismos sociales y sus invenciones, crueles y sublimes. Pero ¿se puede realmente imaginar la cultura judía o la Europa desencantada de postguerra sin Paul Celán? Y esto sin hablar de las imágenes de la cultura popular masiva. El mundo entero tiene sentimientos y opiniones sobre el campo de concentración nazi porque el pueblo judío ha generado una infinitud de relatos y figuraciones del horror, demostrando la fuerza de la función poiética, de la capacidad del ser humano para crear, para llevar a palabras, formas o símbolos lo que parece innombrable. 

África ha sido saqueada, subyugada, confinada, y sin embargo qué viva se siente en los cuerpos que generaciones después de ser transplantados, se mueven a ritmos a la vez nuevos y ancestrales… En el horror de las plantaciones nació el blues, el creole… los historiadores de la música o de la gastronomía de «fusión» inevitablemente encuentran rastros sangrientos y muchos otros hilos menos trágicos que se pierden en callejones oscuros, donde la memoria heroica u oficial no ha podido iluminar y quizá ya para eso es tarde. Hay ciertos aspectos de la cultura que no van a emerger de esa manera. Surgen en lo pequeño, en la vida cotidiana. 

En América nos bañamos con la frecuencia de quien tiene abundancia de ríos a disposición, aunque los sistemas de distribución actuales sean indignos. Comemos casabe y rezamos a las Vírgenes aunque se les niegue oficialmente el rango de Diosas. Tenemos rasgos árabes, supervivientes también y siempre reemergentes. En la otra América de la colonización sin mestizaje, inventaron el té con frutas, adaptándose a la separación de los ingleses y sus suministros. Ese tradicional té inglés viene de su larga relación de conquista y dominación con la India. Y la costumbre de beber infusiones empezó hace miles de años en China. 

La cultura es indestructible. Nunca será silenciada por completo. Somos portadores, conscientes o no, de símbolos, tradiciones, encuentros y guerras, políticas, crisis, olvidos y negligencias. 

Soy mujer, y hace un par de siglos no habría podido aprender a escribir más que clandestinamente. Es un tributo a mi condición femenina y ante todo a mi humanidad, disfrutar y ejercer mi derecho y capacidad de contar, de promover relaciones y encuentros, de buscarle sentido a mi existencia constantemente, de hacerme preguntas y recurrir a interlocutores para que desesperemos o nos aliviemos en las pocas respuestas y en las nuevas interrogantes que hilaremos juntos.

Gracias infinitas a quienes hicieron posible esta modesta edición 11 del seminario Bordes. 

Programación y cómo participar aquí.

 

 

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