Realidad y literatura

LIMBO, Literatura, Publicación

 ¿Cómo despertar a la incandescencia del mundo, cómo hacer de los sentidos verdaderas fuentes de vida, cómo romper la «marmita intelectual», como llamaba Lawrence la mente cuando la veía por su cara usurpadora? Este es el magno problema que el ser humano debe afrontar si desea realmente vivir. Mas ha de hacerlo sin sacrificar la mente. Dentro de nuestra cultura, y probablemente dentro de cualquier otra, hay una total incompetencia para habérselas con este problema. Ante él, aún los espíritus más lúcidos de nuestro tiempo sólo revelan impotencia. Parecen dar vueltas, llenos de ideas, por un laberinto; y cuando la

 ¿Cómo despertar a la incandescencia del mundo, cómo hacer de los sentidos verdaderas fuentes de vida, cómo romper la «marmita intelectual», como llamaba Lawrence la mente cuando la veía por su cara usurpadora? Este es el magno problema que el ser humano debe afrontar si desea realmente vivir. Mas ha de hacerlo sin sacrificar la mente.

Dentro de nuestra cultura, y probablemente dentro de cualquier otra, hay una total incompetencia para habérselas con este problema. Ante él, aún los espíritus más lúcidos de nuestro tiempo sólo revelan impotencia. Parecen dar vueltas, llenos de ideas, por un laberinto; y cuando la honradez intelectual los lleva a declararse en quiebra, tienden a inventar una «solución» que es en realidad un arreglo, o a instalarse en una desesperación que se hubiera decretado ella misma irrevocable. Casi todos pueden encajar en alguna de estas dos posibilidades. Pero ¿cuál es la dificultad con la que tropiezan? Conocen demasiado bien el drama, que en nuestra opinión es el drama del pensamiento, de su limitación, de su fracaso frente a las preguntas más importantes, de su ineptitud para hacer del hombre un ser pleno; lo conocen y lo han analizado con gran penetración, pero esa penetración contrasta abismalmente con la pobreza de las «soluciones» cuando no con la ausencia de ellas. El problema está en que todo conocer pertenece a la esfera del mismo pensamiento. Tenemos la impresión de que en ellos, y en todas las personas que se plantean este problema, el pensamiento ve al pensamiento, pero quiere, valiéndose de sus recursos, alcanzar otra dimensión. Es fácil observar que la mayoría de las «salidas» están en el mismo ámbito de donde se quiere salir.

El mal es muy profundo. Hunde sus raíces en el suelo de nuestra tradición intelectual con tanta fuerza que todavía hoy la mayoría de sus representantes lo aborda tímidamente, buscando un asidero. De ahí que sigan publicándose flamantes libros, como si no hubiera pasado nada, como si todo, absolutamente todo lo que ha constituido el mundo el hombre no estuviera en crisis. Todavía aparecen obras que parecen provenir de una Arcadia tan insulsa como imprevista. Pero ¿de qué mal se trata? Sería insensato atribuir la crisis en que hemos desembocado al pensamiento y no al hecho de haber pretendido fundar nuestra vida sobre él.

Como medio de conocimiento, el pensamiento es limitado, y en la vida su efecto es negativo cuando invade zonas que no le corresponden, cosa que ocurre constantemente. Es este último aspecto el que más nos interesa subrayar; pues es el que afecta psicológicamente más al hombre actual, que, fuera de su elemento, y ya sabemos cuál es, se siente perdido. Así, por ejemplo, si quisiera restituir a los sentidos sus derechos, no sabría cómo hacer. Su cultura le ha dado ideas, pero no lo ha enseñado a vivir, no le ha dicho lo que para Matthew Arnold era primordial. Aunque Arnold, por supuesto, también fue principalmente un hombre de ideas.

Puesto que uno de los temas que hemos tocado es el de los sentidos, tal vez resulte oportuno aclarar que este planteamiento no tiene carácter hedonista. Una vida sensorial centrada sobre el placer es tan pobre como la que hace del pensamiento su morada. Hemos hablado de los sentidos en relación con la realidad, que incluye todos los aspectos de la existencia, y no solamente de los que consideramos agradables.

La búsqueda del placer deja intacto el problema central, que es el hombre mismo. Hoy el placer ha recibido el apoyo inesperado de ciertos ideólogos que lo valoran a título de arma contra la represión y llegan a considerarlo como finalidad de la vida. Pero ¿acaso la historia de la humanidad no ha estado estrechamente vinculada, a pesar de la represión, con el placer? De manera que la reivindicación del placer es tan redundante como la que se propone también con respecto a la imaginación. Al menos cierto tipo de imaginación siempre ha estado en el poder; es la realidad la que, teniéndolo de hecho, nunca ha contado con ninguna «irrestricta bienvenida». (p. 90-93)

El tema del presente ensayo es desusado, difícil de situar y susceptible de provocar interpretaciones que tal vez no correspondan a nuestra intención. Con el fin de evitarlas, sobre todo, haremos algunas aclaraciones, que tal vez contribuyan también a precisar la dirección de este trabajo. Su tema es una exploración por un territorio poco frecuentado, pero que forma el substrato viviente de muchas obras literarias, aunque puede también no pasar a expresión; y por tratarse de una exploración, a ratos segura, a ratos titubeante, resulta casi imposible definirla. Lo que exploramos es la posibilidad que tiene el ser humano de establecer una relación directa, no basada en la ideación, con los seres y las cosas.

Hemos eludido determinaciones conceptuales estrictas, y más resueltamente aún, definiciones de palabras. Estas las usamos con respeto, pero no con rigor. Algunas, como realidad, vida, universo, a veces son intercambiables en el texto. Hay otras agrupaciones de palabras que aceptarían la misma observación, pero en todo caso, es del conjunto, el tono y la textura del trabajo que ha de desprenderse un sentido que no deseamos que invite a ningún rótulo ni sea equívoco.

Tampoco desearíamos que nuestra manera de expresarnos diera lugar a la impresión de que tratamos de buscar asentimiento. Si a veces la expresión suena tajante o enfática o no matizada, atribúyase este defecto a emoción que no se supo modular y no a que tengamos una posición ideológica que nos interese defender. El trabajo examina en cierto modo la posibilidad de un vivir en el cual las ideas ocupen un lugar más modesto, para que no vayamos a incurrir en lo que consideramos como negativo.

Nuestros planteamientos no son místicos, ni esotéricos, ni metafísicos. Apuntan hacia la vida como totalidad, pero como estamos tan alejados de todo lo que no sea nuestro interés, que es un pequeño fragmento, puede creerse que encierran algo enormemente misterioso cuando al contrario declaran la soberanía de lo sencillo, lo natural, lo que está ahí, todo lo cual es, al mismo tiempo, el misterio. Pero aclaremos nuestro punto de vista, aunque se nos pueda reprochar, como hace la reina en Hamlet, a la dama de la pieza, que «protestamos mucho».

No creemos en ninguna tradición espiritual, en ninguna idea, como idea, en ningún símbolo, ningún culto, ningún cielo. ¡Se ha especulado tanto! ¿Nunca nos cansaremos? Orientes, alquimias, sistemas, drogas, filosofías, métodos, espiritualismos. Ilusiones. Sólo conocemos una realidad: el ser humano sufriente, incapaz de vivir con plenitud, incapaz de lanzar por la borda los problemas autocreados, incapaz de ponerle fin al dolor; el ser humano víctima de su propia psique, de sus opiniones, sus ideas, sus prejuicios; el ser humano ahogado por su miedo -el telón de fondo real de su vida-; el ser humano crucificado por una existencia mecánica, vivida como repetición, llena de rigideces; el ser humano que «proyecta» su angustia en todo lo que hace, creando división, sufrimiento, agonía; el ser humano atenazado por sus propios productos: odio, afán de notoriedad, deseo de poder, todo para no verse y para sentirse y para compensar su propia importancia en el cuadro de las cosas; el ser humano consciente del desastre que ha creado y sigue creando, pero como imposibilitado para detenerse. Cualquier idea brota de este mismo marco y no hace más que nutrirlo; nutrir la historia del hombre, la épica del error.

Otra precisión. A riesgo de producir en el lector una impresión de gravedad, que no se aviene con nuestro deseo, usamos palabras como hombre, vida, realidad, en su sentido más amplio; y lo hacemos, no por afición a las «mayúsculas», sino porque creemos que toda concentración, a más de parcial, hace perder de vista la dimensión real de los problemas; no sólo la vastedad sino la cualidad misma de ellos. La solución de los casos específicos, aunque indispensable, oculta la totalidad. Nos contamos entre los extraviados para quienes la historia tiene un valor secundario, a pesar de que ha creado a su creador, y el historicismo es algo que impide ver con claridad hasta la propia realidad histórica, así como el cientificismo ayuda poco a la ciencia o el humanismo al hombre. Es fácil darse cuenta de que un hombre concreto es asombrosamente parecido a cualquier otro hombre concreto. Hay una semejanza de fondo en la variedad, pero es ésta la que suele destacar. Un hombre de cualquier época no difiere mucho de algún otro, sea contemporáneo suyo o no. Quienes rechazan enfoques como el nuestro parten del supuesto de que por ejemplo el hombre, para referirnos sólo a este y no a los conceptos de vida o realidad, ha cambiado en un sentido radical, importante, decisivo, de acuerdo con las transformaciones sociales. Pero éste no es el caso; si así fuera no sería hombre; sería como otra especie desconocida en el planeta, un mutante psíquico. Los cambios han sido de ideas, formas de vida, maneras de comportarse que no afectan de raíz su condición. En otras palabras, o ha cambiado totalmente y ya no es hombre en el sentido usual o sus cambios no han sido verdaderamente profundos. Como es esto último lo que ha ocurrido, estamos autorizados por la realidad para hablar del hombre tal como hemos osado hacerlo. Es cierto que al referirnos al hombre no especificamos su multiforme división en clases, países, razas. Esta es parte de su tragedia; pero desde nuestra perspectiva, un burgués es tan indigente como un obrero, o tal vez más, pues su riqueza le sirve para disfrazar su miseria real, para pensarse feliz, para vivir en un engaño. Ambos son víctimas de un extravío. El extravío sobre el cual hemos fundado nuestra vida, el de no darle a ella la primacía que le corresponde. Con lo cual no justificamos ningún sistema; al contrario, deseamos la desaparición de todos los sistemas. Nuestro ensayo tiene que ver con ese extravío, la posibilidad de salirse de su círculo mágico y la relación de la literatura con todo este planteamiento. (p. 7-12)

Al comenzar mis estudios, los primeros pasos 

me agradaron tanto,

El simple hecho de la conciencia, estas formas, la facultad del movimiento,

El más insignificante insecto o animal, los sentidos, la vista, 

el amor.

Digo que el primer paso me sobrecogió y me agradó tanto,

que apenas si he avanzado o si he deseado avanzar,

sino pararme y vagar, y emplear el tiempo en celebrarlo en poemas extáticos.

Walt Whitman

Rafael Cadenas
Realidad y literatura.
Caracas: Equinoccio (1979)
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