Prohibida la infelicidad

LIMBO, Publicación

Enero 2016.- Navidades, pascuas, fiestas, reuniones cargadas de rituales. Actos simbólicos que al repetirlos promueven un sentido de comunión, de pertenencia. Su sentido es reforzar el mito, la historia sagrada, y lo logra de modo mucho más efectivo que los discursos y disquisiciones teológicas. Pues los humanos aprendemos mucho mejor, inconscientemente, por imitación y repetición. Repetimos sin reflexionar, sin cuestionar la función o el sentido de estos actos. Sencillamente, esa es la manera de hacer las cosas. Obligatorio gastar hasta lo que no se tiene porque “tengo que” comprar regalos, estrenar, preparar comidas específicas. Qué difícil entender cómo hay “árabes”

Enero 2016.- Navidades, pascuas, fiestas, reuniones cargadas de rituales. Actos simbólicos que al repetirlos promueven un sentido de comunión, de pertenencia. Su sentido es reforzar el mito, la historia sagrada, y lo logra de modo mucho más efectivo que los discursos y disquisiciones teológicas. Pues los humanos aprendemos mucho mejor, inconscientemente, por imitación y repetición.

Repetimos sin reflexionar, sin cuestionar la función o el sentido de estos actos. Sencillamente, esa es la manera de hacer las cosas. Obligatorio gastar hasta lo que no se tiene porque “tengo que” comprar regalos, estrenar, preparar comidas específicas.

Qué difícil entender cómo hay “árabes” y “chinos” (expresiones siempre acompañadas de gestos indescriptibles), otros distintos, que no participan de esta euforia colectiva. Los miramos con extrañeza, desconfianza. El ritual reafirma pertenencias, -soy parte de una comunidad que celebra, el resto del mundo me parece minoritario-, cuando logramos vislumbrarlo es apenas de lejos, sólo como aquellos que no pertenecen. Los excluidos de la fiesta. Otras fiestas, otros rituales, otras ceremonias me son ignotas. Esta es la nuestra y nos sentimos arrastrados por un colectivo arrollador que simula una totalidad armoniosa, tomada de las manos. Las distinciones se olvidan,  sentimos el calor de la masa que nos envuelve, nos arropa. Nos sumergimos en la fiesta, ese gran abrazo que me hace sentir mejor hijo, hermano, amigo, ser humano.

Pero hay otros excluidos de la fiesta. Dentro de esa gran masa de nuestra cultura no sólo hay individuos que escogen no participar por diversas razones. También están los desterrados por no cumplir con las condiciones que requiere la participación mística. Para ser todos uno, debemos compartir esa euforia de la reconciliación, la ilusión de la paz y el amor infinitos que nos acoge. ¿Cómo se puede estar triste en Navidad? ¿Cómo puede albergarse rencor, alimentarse ansiedades, soledades, amarguras? Serás un paria, un excluido de nuestra hermandad, un exiliado.

girl-1098612_1920

Pero si escogimos trabajar con la Psique, como dijo un maestro en estas lides, Rafael López-Pedraza, no es de lo luminoso que nos ocuparemos. La psicoterapia se ocupa de lo indigno, de lo bajo, de lo oscuro.  El trabajo del psicoterapeuta es el de contener otro tipo de emociones, que también afloran en estas fechas. Algunos las llaman patológicas. Escuchar, acoger al que vierte en otro sus miserias, quebrantos, angustias, resquemores, desconfianzas. El alma es un crisol de sustancias diversas. El plomo negro y pesado es tan esencial como el oro brillante. ¿Por qué nos cuesta admitirlo?

El mandato social parece ser otro. Es prohibida la infelicidad. Confesar amarguras en estas épocas es un atrevimiento, casi un sacrilegio. “Debes salir adelante”, “Hay que ser positivo”, son los consejos para aquellos que este año han perdido a alguien querido e inevitablemente en navidades sintieron la punzada de la ausencia más fuerte que nunca.

Cuando la pérdida es familiar, se puede participar de un ritual. En comunión con el resto de la familia, hay un abrazo colectivo en añoranza del amado, quien debería estar acá celebrando con nosotros. Pero no todos los ausentes son celebrados en grupo. No todos pueden participar en la fiesta. Hay amores, amigos que se fueron, y este dolor es secreto.

¿Y qué del solitario crónico, del depresivo recurrente, del misántropo, o el tímido incurable? ¿Tiene permiso de vivir esa época como una pesadilla? Acosado de reproches directos o indirectos por su incapacidad para disfrutar de la fiesta, de compartir la alegría que le rodea.

Una receta común es la embriaguez. Adormezco o ahogo mis carencias para simular la obligada felicidad. Si tengo suerte puedo pasar todo el mes embotado, flotando en la euforia fingida que me permite escapar de un encuentro con mi soledad o mis tormentos. Tengo licencia para ello, más que en cualquier otra época del año. La borrachera colectiva es parte del ritual que me une con el mundo. Somos uno.

Al despertar de la fiesta, como en la canción de Serrat, bajamos la cuesta, cada uno vuelve a ser cada cual, con sus riquezas y pobrezas. Aquellas nuestras pequeñas o grandes heridas, las de siempre, escocen con furia, nos recuerdan que no logramos ser mejores, no pagamos las deudas, no conseguimos el amor de nuestra vida, no hemos…

¿Tal vez este año sí? (Fania Castillo – Psicóloga. Psicoterapeuta – ULA/Grupo BORDES faniacastillo@gmail.com)
Share this

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *