Paz

LIMBO, Literatura, Publicación

Una excursión hacia la paz de James Hillman (1926 – 2011) Su definición más breve es “la ausencia de guerra”. Más extensamente, el diccionario describe la paz como: “Cese de guerra u hostilidades; el estado de un nación o comunidad durante el cual esta no se encuentra en guerra con otra”. “Ausencia de disturbios o perturbaciones; calma, silencio, tranquilidad”. Cuando Neville Chamberlain y su paraguas regresaron de Munich en 1938, después de haber fracasado rotundamente en comprender la naturaleza de Hitler, le dijo al pueblo británico que había logrado la paz para nuestra era, y que ahora ya todos podían

Una excursión hacia la paz

de James Hillman (1926 – 2011)

Su definición más breve es “la ausencia de guerra”. Más extensamente, el diccionario describe la paz como: “Cese de guerra u hostilidades; el estado de un nación o comunidad durante el cual esta no se encuentra en guerra con otra”. “Ausencia de disturbios o perturbaciones; calma, silencio, tranquilidad”.

Cuando Neville Chamberlain y su paraguas regresaron de Munich en 1938, después de haber fracasado rotundamente en comprender la naturaleza de Hitler, le dijo al pueblo británico que había logrado la paz para nuestra era, y que ahora ya todos podían irse a casa a dormir un sueño profundo.

Lo peor de la guerra, es que termina en la paz. Con una cobija de amnesia, que cubre todo e impide la comprensión y la imaginación. “La paz ya se vislumbra”, escribió Margarite Duras. “Es como una gran oscuridad que va cayendo, es el inicio del olvido”.

Yo no marcharé por la paz, no rezaré por ella, porque falsifica todo lo que toca. Es una tapadera, una maldición. La paz es una mala palabra. “La paz”, dijo Platón, “realmente es solo una palabra”. Aún si los estados “cesan la batalla” escribió Hobbes, “esto no debería llamarse paz; sino un tiempo de respiro”. Tregua, sí; cese al fuego, sí; rendición, victoria, mediación, estado de sitio, excepción, ocupación, dominación, alianza, tratado, amnistía- todas estas palabras sí tienen contenido, pero la paz, no es más que la oscuridad que cae como un velo y todo lo oculta.

Cuando la paz sigue a la guerra, los pueblos y ciudades erigen monumentos como tributo a los caídos, esculturas a la victoria, ángeles de compasión, y nombres locales tallados en granito. Pasamos por estas extrañas estructuras como obstáculos en la vía del tráfico normal. Aún inmediatamente después de las guerras, el pavimento de Londres, el de Frankfort, la desolación de Rusia, de Ucrania, se tornan normales para sus ciudadanos, en la anestesia de la paz. Una vez pasado el horror de la batalla, los sobrevivientes entran en un estado de quietud imperturbable; no quieren volver a hablar de eso.

La definición del diccionario, un ejemplo contundente de la negación, nos muestra el fracaso de la palabra paz. Escrita por académicos en estado de tranquilidad, la definición se fija y perpetúa la negación colectiva. Si la paz es meramente una ausencia de, un cese de, es tanto un vacío como una represión. Un psicólogo debe preguntarse cómo habrá de llenarse ese vacío, ya que la naturaleza aborrece las aspiradoras; y cómo habrá de retornar lo reprimido, ya que sabemos que siempre retorna?

El vacío que deja la guerra represiva y se expresa en las definiciones oficiales de la paz, está henchido de idealizaciones- otro clásico mecanismo de defensa. Las fantasías del reposo, de la seguridad, de la vida “normal”, de la paz eterna, la paz celestial, la paz del amor que trasciende a toda comprensión, la paz como tranquilidad. La paz de la ignorancia disfrazada de inocencia. Los anhelos de paz se tornan simplistas y utópicos bajo la forma de programas para el amor universal, el desarme, y la federación acuariana de las naciones.

El síndrome que sufren los veteranos estadounidenses, el trastorno de estrés postraumático, se presenta dentro de un síndrome más amplio: el endémico entumecimiento de Norte América y su adicción a la seguridad. La guerra nunca se acaba, ni siquiera después de cantar victoria. La conducta de los veteranos – su furia doméstica, suicidios, silencios y desesperación- años después de haber “finalizado” la guerra, refuta al diccionario y confirma la presencia arquetipal de la guerra. La paz para los veteranos no es una “ausencia de guerra” sino su fantasma viviente en el dormitorio, en la despensa de su cocina, en la autopista. El trauma no es “post”, está agudamente presente, y el “síndrome” no está en el veterano sino en el diccionario, en su amnésica idea de una paz que es cómplice de una vida invivible.

La única virtud de la definición de paz que ofrece el diccionario, es su implícita normalización de la guerra. La guerra es la idea general, el término normativo que le da su significado a la paz. Las definiciones que usan la negación o privación son psicológicamente poco sofisticadas. Inmediatamente al leerlas viene a la mente la noción excluida, y efectivamente, la palabra “paz” solo puede ser comprendida a plenitud después de haber logrado aprehender lo que es la guerra.

La guerra también está implícita en otra acepción común de la palabra paz: la paz como victoria. La fusión de la paz con la victoria militar muestra claramente que en las oraciones por la paz lo que se pide tácitamente es ganar la guerra. ¿Acaso la gente ora pidiendo por la rendición de su bando? Una rendición incondicional traería la paz inmediata. ¿Acaso alguna vez se han encendido velas y marchado suplicando por ser derrotados?

pax romana

Los romanos sí entendían esta conexión íntima entre la paz y la victoria. Pax, la diosa de la paz, era usualmente representada con una cornucopia de riquezas y abundancia. Una idealización que incluye las fantasías de repartición de los “dividendos” (el botín) de la paz. También acompañando a Pax había dos caduceos (dos serpientes gemelas que rodean un bastón, indicando las artes de la sanación) y una rama de olivo. Pronto (hacia los años 40 a.C.) se convirtió en Pax-Victoria y la rama de olivo se fusionó con hojas de laurel, la corona de los vencedores.

La victoria requiere que haya vencidos; algunos deben perder, ser derrotados, conquistados. El culto griego a Irene, la personificación de la paz, exigía enormes sacrificios de sangre: se le ofrendaban de setenta a ochenta bueyes degollados a la vez. Los más elaborados templos romanos a Pax se construyeron durante el reinado de Vespasiano y celebraban la victoria sobre los judíos, los anteriores se erigían en el siglo IX a.C. al retorno triunfal del emperador de sus campañas marciales de Galia y España. De nuevo: la paz se siembra en los terrenos cultivados por la guerra.

El ser se revela a sí mismo como guerra, refleja la tradición monoteísta que alimentó el pensamiento de Levinas. Esta afirmación representa en lenguaje filosófico la naturaleza del Yahavé bíblico, un dios guerrero, así como los primeros cristianos eran los “soldados de Cristo”. Y otros posteriores también: “adelante marchan los soldados cristianos a la guerra, con la cruz de Jesús por delante”, en las santas cruzadas. Y otros más adelante: “A la guerra entramos, en nombre de Dios”, escribe un soldado alemán desde las trincheras”. “No hemos perdido nuestra fe en que Dios nos lleva a un buen destino – y si no logramos la victoria, mientras más pronto hallemos la muerte, mejor”.

Si el dios bíblico que se erige en fundador de toda vida sobre la tierra es un dios marcial, entonces la guerra parece ser la verdad ulterior del cosmos. Las tres doctrinas monoteístas principales, que derivan sus religiones de ese dios particular, continuamente intentan negar y escapar de esa premisa, enunciando doctrinas de la paz y elaborando sistemas y leyes para mantener la paz. Su lenguaje de la paz no es mera hipocresía, tampoco. Más bien, reconoce que la guerra ha fundado su religión y pervive en ella, que ese amor de Patton por la guerra reafirma el amor al dios de la biblia que leía todos los días.

Pero alto, la afirmación de Levinas no es exclusiva; hay un resquicio, tácito, una fisura por donde salir. El no dijo; el Ser se revela a sí mismo únicamente como guerra. En un cosmos politeísta, hay muchas formas de revelación del ser, muchos estilos de existencia. La guerra no es más que un dios entre muchos otros. Aun cuando Heráclito declaró al conflicto como el padre de todas las cosas, hay otros padres, y otras madres. Cuando devenimos ser de modos diferentes, desde una perspectiva griega o romana o pagana (o americana, o africana), entonces hay muchos dioses y diosas. Echando un vistazo hacia estas otras cosmovisiones podemos ver la guerra como revelaciones de una misma fuente con muchos nombres –Marte, Ares, Indra, Thor- una divinidad que enfurece, empuña la muerte, trae el pánico, y conduce a individuos y sociedades humanas a la ceguera y la locura.

Extracto de That terrible love of war (2004) de James Hillman.
Traducción libre del original en inglés, editado por Penguin Books, N.Y..
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