La Taberna (Cuento breve)

Literatura

Por Erasmo A. Sayago Yuri Kurkowski tenía la costumbre de ir, al finalizar la tarde, a una taberna que se encontraba en una concurrida calle al oeste del teatro Bolshói, en Moscú, el dueño de la taberna era Slobodan, el Sr. Slobodan, que trataba de forma indistinta a la pequeña cantidad de clientes del local (a veces sostenía una breve charla con ellos), no importa si eran ocasionales, o si tenían varios años acudiendo al local, ya sea porque fuese un sitio tranquilo, porque vendiese vodka a precio económico (mas lo económico no implicaba que fuera de mala calidad), y

Por Erasmo A. Sayago

Yuri Kurkowski tenía la costumbre de ir, al finalizar la tarde, a una taberna que se encontraba en una concurrida calle al oeste del teatro Bolshói, en Moscú, el dueño de la taberna era Slobodan, el Sr. Slobodan, que trataba de forma indistinta a la pequeña cantidad de clientes del local (a veces sostenía una breve charla con ellos), no importa si eran ocasionales, o si tenían varios años acudiendo al local, ya sea porque fuese un sitio tranquilo, porque vendiese vodka a precio económico (mas lo económico no implicaba que fuera de mala calidad), y hasta para cultivar, mantener, o jugar a tener un romance secreto, quién sabe si pasajero o duradero. Yuri, al entrar, se sentaba en unos de los varios taburetes, en el extremo de la barra, próximo a la puerta principal, Slobodan casi siempre podía hallarse sentado en una pequeña mesa apoyada a la pared opuesta a donde estaba Yuri; él saludaba al Sr. Slobodan (por cortesía y porque lo deseaba), luego el fiel empleado del dueño, Aleksei (era el único que atendía a los clientes desde hace muchos años), le servía un trago de cualquier bebida que le pidiesen, vodka en esta ocasión para Yuri, quien lo consume en silencio, ve el televisor que está al frente de él, elevado para quien quisiera verlo, empotrado al lado de una gran cantidad de licores distribuidos en fila sobre el gran mueble en una repisa. Yuri ve una transmisión televisiva de Iósif Stalin, el glorioso líder de su partido, el que llevará a la Madre Patria al progreso, a la victoria sobre el monstruo devorador de almas y conciencias llamado Capitalismo, Yuri se esfuerza, pero no puede creer semejante cantidad de idioteces dichas en tan poco tiempo, de todas formas contempla el aparato que transmite el discurso de Stalin. Yuri no quiere permanecer en el partido comunista, cree que es una abominación más horripilante que el capitalismo: “¿Es justo que por una ideología tengan que morir miles, y hasta millones de personas?”, se pregunta, pero sigue viendo la transmisión televisiva. Mientras la contempla, se incorpora del taburete, quedándose inmóvil, de piedra: un inquieto niño de 6 años llamado Rogelio acaba de llegar con su madre Daniela a su apartamento en Caracas, al chico le gusta jugar con las figurillas (algunas de porcelana y otras de madera) que su madre ha dispuesto en línea sobre una gran vitrina que está en la sala, repleta de vajillas, cubiertos y bandejas que casi nunca se usarán (sólo para ocasiones especiales, reuniones familiares, etc.). A Rogelio le llama la atención una figurilla en especial, es una damisela de madera, a la cual le falta uno de sus bracitos: se lo han comido las termitas que siempre se cuelan por el hoyo junto al enchufe que está apenas por encima de la pared, detrás de la vitrina. Rogelio se dispone a agarrar la damisela cuando repentinamente la mano de su madre le coge el brazo con la correspondiente reprimenda: “¡Te dije que no tocaras esa vaina!, ¡bastante me costó pegarle el nuevo brazo!, ¡anda a jugar a tu cuarto!”. El niño se disgusta bastante: está al borde del llanto, ve unas termitas que salen por debajo de la gran falda que forma parte del vestido de la damisela; Yuri siente como si su pecho fuera aplastado por una aplanadora, no aguanta tanta verborrea partidista, tantos fusilamientos “en nombre de la Revolución”, el niño se siente tentado a volver a agarrar la muñeca; su madre está apurada para salir, y por un momento ha entrado en la cocina; pero eventualmente las termitas terminarán por destruir la frágil figurilla, o quizás devolverla a como se encontraba antes, sin su bracito; el nuevo brazo que sustituía al que le faltaba era muy desproporcionado con respecto al esbelto cuerpecito de la damisela, no encajaba con ella, no representaba su figura original (que realmente era su identidad), Rogelio pensó que era mejor dejarla en su sitio, que las termitas harían lo que tenían que hacer: destruirla o dejarla como estaba: sin su brazo; a Yuri le sobrevino una especie de shock, muchos recuerdos de rabias, maltratos, frustraciones, abusos, juegos de poder, productos de lo que él consideraba un adefesio ideológico; esos recuerdos eran como las termitas, que finalmente desintegraron -luego de esa conmoción- su cáscara de “revolucionario” para dar paso a un reencuentro con sus valores, sus principios, y su forma de pensar anterior a su entrada -dominada por el terror a la opresión y persecución- al partido que “reivindicaría a la Madre Patria”; éste reencuentro hizo que Yuri pagara el único vodka que había bebido, se dirigiera a la puerta, rompiera su credencial del partido de gobierno, la tirara a una papelera y abandonara la taberna ante la mirada atónita de Slobodan y Aleksei. Erasmo Antonio Sayago Herrera. San Cristóbal, Táchira, 1988. Premio en Mención Poesía del I Concurso de Escritores Noveles de la Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez”; por el poemario “Nieve Cálida”, publicado en la compilación de los ganadores en 2012.
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