Fascinación

Literatura, Papirofilia, Publicación

Otto Rosales Cárdenas Entre los libros caídos, pues el estruendo rompió el hilo del sueño, las hojas del minúsculo texto se mostraron como un salvavidas. Los estantes ceden ante el peso de los autores superpuesto en “masa”, “chusma” o cascada de ideas, no se contienen ante los hechos. Un libro, mejor una idea expuesta por su autor salta para incrustarse en la memoria. Eso hizo Emil Cioran (1911- 1995), el rumano “maldito”, citado y aborrecido por las mentes cansadas de las frases mal hechas y repetidas: “Estamos viviendo el fin del mundo”; “Esta pandemia es un castigo de Dios”; “Voy

Otto Rosales Cárdenas

Entre los libros caídos, pues el estruendo rompió el hilo del sueño, las hojas del minúsculo texto se mostraron como un salvavidas. Los estantes ceden ante el peso de los autores superpuesto en “masa”, “chusma” o cascada de ideas, no se contienen ante los hechos. Un libro, mejor una idea expuesta por su autor salta para incrustarse en la memoria. Eso hizo Emil Cioran (1911- 1995), el rumano “maldito”, citado y aborrecido por las mentes cansadas de las frases mal hechas y repetidas: “Estamos viviendo el fin del mundo”; “Esta pandemia es un castigo de Dios”; “Voy a perder todo lo invertido en el negocio”. Ninguna de estas sentencias toca la raíz del mal; de lo que estamos viviendo, pues asistimos, y aquí la mía, a un cambio de civilización…

Es evidente que cuesta “leernos” como una pieza del juego teatral, porque pocas veces nos hacemos esa incomoda pregunta: ¿Es que vivimos en una civilización decadente? Si la respuesta es afirmativa, el pánico hace de las suyas. Si es negativa, el mal trago pasa como para imaginarnos que todo debe morir, o mejor “fascinarnos en las cenizas” de su podredumbre.

Emil Cioran (1911-1995)

Eso me sucedió al volver sobre este “Breviario de podredumbre” (1949) de Cioran, al recogerlo en sus ideas sueltas, tiradas por el suelo de mi refugio campestre en Urrego, zona libre de contaminación citadina.

Pero no podía escapar de las ideas del “rumano maldito”, expatriado nómada, cuando soltó una sentencia: “un pueblo se muere cuando no tiene fuerza para inventar otros dioses, otros mitos, otros absurdos, sus ídolos palidecen y desaparecen; busca otros, en otra parte, y se siente sólo ante monstruos desconocidos”. La frase se cortó y se fijó en la memoria afectiva, tratando de terminar de remover el miedo y la soledad que crea estos desplomes de la certeza ante la vida o la muerte. Una extraña sensación del “maldito de Cioran”, así lo llamaron, y una vez más me había golpeado con su certeza y lucida mirada, de lo que todavía no termina de ocurrir: convencernos que estamos entre las cenizas de una civilización…

Urrego, abril de 2020
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