El violinista verde (Reseña Tienda de Muñecos)

Artes Escénicas, Publicación

El violinista verde (Reseña Tienda de Muñecos) Vivimos la alegría de ser nuevamente espectadores del constante trabajo que realiza El Incinerador Teatro, grupo profesional que se forma a partir del Grupo Experimental de Teatro UNET. En esta ocasión el regocijo fue doble, pues pudimos ver evidencias de que si hay escuela de artes escénicas en nuestra región a pesar de la ausencia de instituciones oficiales: un joven formado en esta agrupación figura en el rol de autor y director de la pieza, basada en un libro de  Julio Garmendia, Tienda de Muñecos. Omar González, más conocido como “El Tierno”, estudiante de ingeniería

El violinista verde

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Vivimos la alegría de ser nuevamente espectadores del constante trabajo que realiza El Incinerador Teatro, grupo profesional que se forma a partir del Grupo Experimental de Teatro UNET. En esta ocasión el regocijo fue doble, pues pudimos ver evidencias de que si hay escuela de artes escénicas en nuestra región a pesar de la ausencia de instituciones oficiales: un joven formado en esta agrupación figura en el rol de autor y director de la pieza, basada en un libro de  Julio Garmendia, Tienda de Muñecos.

Omar González, más conocido como “El Tierno”, estudiante de ingeniería electrónica, quien según hemos escuchado se acercó a este grupo para ofrecer su apoyo como técnico, ha crecido a lo largo de estos casi diez años de trabajo intenso, donde efectivamente ha ido asumiendo un papel importante en el diseño y ejecución de iluminación y musicalización, así como en la reciente etapa de incorporación de audiovisuales en las puestas en escena del grupo. Pero además ha participado como actor, productor, asistente de dirección y ahora se lanza al agua con la responsabilidad completa de un montaje, durante una ausencia de varios meses del director del grupo, José Ramón Castillo, quien se encontraba en México trabajando en otro proyecto.

Así que en nombre de esa alegría por el sentido de la formación para el devenir humano, y ante la ausencia en la segunda temporada de un personaje que se destacó en el estreno, interpretado por un joven músico que pertenece a varias agrupaciones, entre ellas la de Expresión Circense UNET, aventuramos un comentario hilando estas dos figuras: el discípulo y el violinista.

elviolinistaverdePuede parecer una asociación caprichosa,  más aún si me atrevo a añadir que la imagen de este personaje en la obra me hace evocar El violinista verde de Marc Chagall, un pintor ruso-francés que poco podemos vincular con el tocuyano Garmendia o con nuestro “tierno” director tachirense, oriundo del pueblecito de Betania,                                                                               en el borde con Colombia. Hermosos parajes montañosos donde la frontera se desdibuja…

Las interpretaciones siempre tienen algo de arbitrarias, y nuestra lectura personal de la pieza es apenas el diálogo que suscitó en su encuentro con un espectador y sus reflexiones posteriores.

Chagall (1887-1985) nació en una pequeña aldea rusa. Viajó, se relacionó con grandes figuras del escenario pictórico de la época como Klimt y Modigliani. Se casó en su aldea, y volvió siempre que pudo. Su obra ha llegado a internacionalizarse como pocas, considerándose uno de los pintores más relevantes del siglo XX. Y sus imágenes se vincularon siempre a su infancia, su pueblo y su herencia religiosa.

La combinación de fantasía, surrealismo y tradición popular de este artista es el hilo que nos permite conectarlo con la pieza de Omar González, quien retoma algunos textos de quien fuera un escritor excepcional en nuestra historia literaria venezolana. Julio Garmendia (1898- 1915) se dedicó más al periodismo que a la literatura, pero cuando lo hizo, produjo textos como Tienda de Muñecos, que resaltan por diferenciarse de la corriente costumbrista de la época. Con gran sencillez, en lenguaje coloquial, supo crear seres y mundos fantásticos que pertenecían a otra dimensión dentro de nuestra propia realidad, sin los artificios de la tendencia al ruralismo y ensalzamiento forzado de la nacionalidad. Hacer de lo cotidiano algo extraordinario, es el talento de algunos artistas como Garmendia, como Chagall y, podríamos agregar, de este proyecto teatral tachirense. No sólo en este montaje, debemos aclarar, pues se trata de un grupo que viene explorando hace años la creación de un lenguaje propio, donde el ser de esta región y de esta ciudad en particular siempre ha estado muy presente, al tiempo que se dialoga con los movimientos y tendencias internacionales en las artes contemporáneas.

Pero surge la inquietud sobre la identidad cultural y lo local, sobre lo fantástico y lo popular, a partir de esta pieza específica, dirigida por un miembro más joven de la compañía, y específicamente a partir de la evocación que suscitó de El violinista verde de Chagall.tdm65

La imagen del violinista, una especie de fauno, ángel y demonio, es muy poderosa dentro de la puesta en escena, aunque eso no desmerece otras, como la bailarina, el militar y el tuerto malabarista que espera en vano mientras nos hipnotiza con sus juegos piromaníacos. Pero son difíciles de recordar, a pesar de la gran fuerza que cada intérprete imprime al trabajo, pues más que personajes definidos son espectros corporizados. El lector de los cuentos (Adela Sánchez Lagos) es el eje que conecta los distintos cuadros narrativos. (Aunque, distanciándose de Garmendia, Omar sigue la escuela del Incinerador y traza cuadros plásticos en lugar de contar historias). Probando en distintas funciones el narrar con lentes, sin lentes, leyendo, recitando de memoria, a capela, con micrófono…. En todas, el personaje resulta encantador,  por lo que sugiere de fantástico e infantil, con sus lentes y su sombrero antiguo. Sólo echamos de menos un mayor disfrute de esta lectura, un ritmo más lúdico en la entonación (el teatro es audiovisual, y el exceso de trabajo visual va en detrimento de la poética auditiva). Además, los amantes de la literatura nos quedamos con las ganas de escuchar un poco más de los cuentos, pues apenas unas líneas sirven de detonante para dibujar escenas fantásticas con los cuerpos de los actores.

El manejo del color y las formas corporales es fundamental en este montaje, que cuenta con la particularidad de incluir artistas del circo más que actores.  Quizá por esta circunstancia, o quizá porque en el uso del espacio se advierte que nos encontramos con otra mano en la dirección, es la primera vez que veo una obra de este grupo que no parece diseñada para la Sala Rafael Daboin de la UNET. A pesar de encontrar imágenes repetidas, que conocemos de otros montajes, pues el discípulo sigue un estilo muy marcado. Cuerpos amarrados, enfrentados, tensión, sensualidad, la figura femenina pasiva, cosificada; una dispersión de objetos por el suelo que dan la sensación de suciedad… La estética es fácilmente reconocible. Sin embargo, hay algo de exceso de movimiento, fuerza, o de tamaño quizá? Los cuadros se desbordan del espacio permitido y generan un deseo de verlos desde más lejos, a mayor altura. Hay algo que encontramos desproporcionado. Y es incómodo, pero interesante.

Me permito por ello vincular a ese desproporcionado violinista verde sobre el tejado de un pueblecito ruso campesino, con los pininos del discípulo por encontrar su propio lenguaje, con la extraordinaria energía creadora y la crudeza de la juventud. No precisamente negando sino reconociendo su legado, cultural y teatral. Dando rienda a su fantasía creativa que bebe de la tradición y de su herencia. Que no deja de asombrarse ante el mundo que le rodea, ni de admirar a sus maestros. Que se aventura a probar, a experimentar el cómo decir, sabiendo que aunque se rinda a todas las influencias, lo único que puede contar es su propia historia. Esperemos que, como Chagall, este joven director siga siendo siempre niño y pueblerino, pues en esa autenticidad se encuentra la posibilidad de alcanzar lo universal, en el arte y en la vida misma.

Fotografías de la obra: Igor Castillo

   
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