Días de poder (Reseña)

Cine, Publicación

Roman Chalbaud Fundación Villa del Cine (2011) Arturo Uslar Pietri, en conversaciones con el catedrático venezolano Rafael Arráiz Lucca, recordaba el momento cuando la dictadura de Pérez Jiménez tocaba fondo. Aquel 23 de enero de 1958, el pueblo celebraba con alegría en las calles, con banderas y sábanas, el esperado fin de la dictadura. El gobierno del general tachirense, caracterizado por el progreso arquitectónico a nivel nacional, estuvo notablemente marcado por persecuciones políticas a aquellos que no compartieran la ideología del partido de gobierno. De allí que el pueblo celebrara lo que creía sería una libertad plena de sus derechos

Roman Chalbaud

Fundación Villa del Cine (2011)

Arturo Uslar Pietri, en conversaciones con el catedrático venezolano Rafael Arráiz Lucca, recordaba el momento cuando la dictadura de Pérez Jiménez tocaba fondo. Aquel 23 de enero de 1958, el pueblo celebraba con alegría en las calles, con banderas y sábanas, el esperado fin de la dictadura. El gobierno del general tachirense, caracterizado por el progreso arquitectónico a nivel nacional, estuvo notablemente marcado por persecuciones políticas a aquellos que no compartieran la ideología del partido de gobierno. De allí que el pueblo celebrara lo que creía sería una libertad plena de sus derechos como ciudadanos.

En “Días de poder”, Roman Chalbaud muestra una realidad distinta a la esperada por los venezolanos de finales de la década del 50´. Las persecuciones del gobierno de Pérez Jiménez se prolongarían, en la visión del director merideño, pero esta vez desde ópticas distintas -desde el punto de vista de las inclinaciones políticas-; sin embargo, seguirían persiguiendo al opositor ideológico, a quien pensase diferente, especialmente a los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela.

Precisamente, la película retrata fielmente la realidad del principio del periodo presidencial de Rómulo Betancourt (1959-1964), sucesor en Miraflores de Pérez Jiménez, ya que este estuvo signado por constantes protestas y huelgas estudiantiles, que se enfocan en el filme a rechazar las persecuciones del Gobierno, desde la primera casa de estudios superiores de Caracas, la UCV. La historia política de Venezuela dejaría para el recuerdo una cita del entonces presidente ante las constantes huelgas en el país, Betancourt diría cerca de su tercer año de mandato: “Yo soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian”.

El conflicto de “Días de poder” no escapa a los ya tratados temas de otras comunicaciones artísticas. El poder será, sobre todos, el elemento que predomine en el argumento de la película, en donde Fernando Quintero, interpretado por el actor venezolano Gustavo Camacho, personaliza una figura de político nacional controvertido, amante de la fiesta, el trago y las mujeres. En su papel de ministro, contrastará con la personalidad de su único hijo, Efraín, interpretado por el joven Theylor Plaza, quien leerá a autores como Trotski, y de allí construirá un pensamiento de libertad ante la opresión del llamado gobierno democrático de Betancourt, y en consecuencia del cargo que ocupa su padre.

La película, si bien no presenta quiebres cronológicos confusos, está presentada en dos escenarios distintos. Por un lado, el ministro Fernando Quintero yace postrado en una cama convaleciente; por el otro, los recuerdos vendrán a su memoria y formarán las acciones principales de la historia. En medio de su enfermedad, Quintero padecerá la culpa de sus errores del pasado, entre ellos las infidelidades a su esposa, además de la indiferencia ante su rol como padre de Efraín, lo que finalmente le generará mayor peso de culpabilidad.

Si hay algo criticable a “Días de poder” es el hecho de que no cualquier consumidor del producto fílmico podría disfrutar “a carta cabal” de la película. Si bien el conflicto no es confuso, es necesario conocer parte de historia política venezolana para entender algunas referencias de la película, partiendo desde las Juntas de Gobierno anteriores a la dictadura, hasta el escape del presidente en la “Vaca Sagrada”, avión en el que escapó del territorio venezolano. Además, las menciones a personajes que hicieron vida política activa en aquella Venezuela, como Leonardo Ruiz Pineda, y la reunión del acuerdo del Pacto de Punto Fijo son referentes históricos obligados para entender mejor la historia.

A pesar de las obligadas alusiones, “Días de poder” forma parte de una de las visiones testimoniales del pasado de la política venezolana. Con un guión escrito décadas atrás, rescatado del olvido y compartido entre Roman Chalbaud y el multifacético José Ignacio Cabrujas, la película es un espejo de ese pasado tormentoso que vivió Venezuela, con persecuciones, presos políticos y represiones estudiantiles. Así, Roman Chalbaud muestra una vez más su compromiso para con la identidad nacional, con otra película de temática histórica, pues ya lo había hecho con “El Caracazo” (2005), “Zamora, tierra y hombres libres” (2009) y “Pandemonium, la capital del infierno” (1997).

De esta manera, la película y su director muestran una vez más que el cine es una de las producciones artísticas que mejor se adapta para retratar el pasado de los acontecimientos humanos. En esta oportunidad, la historia política de Venezuela se revivirá en el testimonio de un político de Acción Democrática, y de su hijo con pensamientos revolucionarios. La Venezuela de ayer parece negarse a morir y regresa en este filme para recordar a los amantes del séptimo arte que es necesario mirar al pasado para entender la construcción del presente, y, en consecuencia, el forjamiento del futuro; todos tiempos de obligados cambios, porque, como expresa Chalbaud en el guión, y como una cita ante las realidades políticas que ha vivido Venezuela: “un día, cuando esto sea diferente, también nosotros seremos diferentes”. (Jhonn Benítez Colmenares)

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