Crónicas de días inciertos IV

Dias inciertos, Literatura, Publicación

El diccionario define la premonición como la sensación, el sueño o evocación de una imagen o un recuerdo que alguien interpreta como anuncio de un acontecimiento futuro. Para esto, ciertas personas leen signos, hechos, acontecimientos, enfermedades, epidemias o desastres naturales. Eclipses, alineamientos planetarios, fenómenos atmosféricos, cometas, entre otros, son algunos de estos signos que aparecen para anunciar el advenimiento de días aciagos. I En La Grita, el silencio de la noche se interrumpía con el leve sonido que unas gubias hacían al extraer pedazos de madera de aquel tronco seco traído del cedrito. Un fraile rezaba y trabajaba, “ora et

 

Premoniciones

Anderson Jaimes R

 

El diccionario define la premonición como la sensación, el sueño o evocación de una imagen o un recuerdo que alguien interpreta como anuncio de un acontecimiento futuro. Para esto, ciertas personas leen signos, hechos, acontecimientos, enfermedades, epidemias o desastres naturales. Eclipses, alineamientos planetarios, fenómenos atmosféricos, cometas, entre otros, son algunos de estos signos que aparecen para anunciar el advenimiento de días aciagos.


I


En La Grita, el silencio de la noche se interrumpía con el leve sonido que unas gubias hacían al extraer pedazos de madera de aquel tronco seco traído del cedrito. Un fraile rezaba y trabajaba, “ora et labora, francisco dixi”, tallaba un Jesús crucificado.

¿Sí ya existen otros Cristos para qué uno más y uno tan grande que no se puede mostrar?

Para que nos proteja del mal que pronto nos va a llegar.


Así eran las conversas entre el fraile artista y sus hermanos en los pocos minutos de encuentro en el refectorio del convento. Esta especie de profecía la repetía el fraile en sus prédicas en aldeas y campos, entre los indios encomenderos y los esclavos de las haciendas. Pero también en las misas de domingo entre señores peninsulares y señoritos criollos que asisten con sus familias acicaladas, a la iglesia de la Virgen de los Ángeles.


Cristo nuestro Dios, protegerá a aquellos que se arrepientan de sus pecados cuando llegue el mal que se aproxima. Españoles que gobiernan con mano dura y que se enriquecen con el trabajo ajeno y que roba y miente al rey nuestro señor. Criollos que explotan al indio y maltratan al negro, que abusan de las mujeres de menor condición y que sacan su lengua cochina para recibir el santísimo sacramento. Negros e indios que adoran a Lucifer que no obedecen a sus amos, que huyen al páramo tras la diabólica negra capitana de bandidos, o que se van a las lagunas para verter allí las infamias de sus dioses derrotados. Todo esto será castigado por la ira divina, pero misericordioso al fin, una imagen de su hijo nos dejará el señor para refugiarnos en sus brazos protectores y consoladores.


Pero llegó el mal y el Cristo no estaba terminado. 3 de febrero de 1610, terremoto de los andes. Severos daños en las casas, las iglesias y los dos conventos de La Grita. Detrás de la sierra, en el valle de Bailadores, gran cantidad de piedras y tierra se desbarranca obturando el cauce del río Mocoties, causando un embalse. Días después, cuando la gente se estaba recuperando del susto y terminaba de rezar los novenarios a los muertos, se rompe el embalse y un alud de agua y barro arrasó ganado, árboles, sembradíos, casas y gentes.
Pero el fraile no terminaba su obra y aquel evento lo atormentaba más. Se dice que una noche allá en la finca franciscana de la Teura, donde se habían ido los frailes ante los daños del convento, ocurrió un hecho singular. El fraile predicador del desastre no puede terminar el rostro del Cristo. Decide dormir después del duro trajinar del día. Una luz y los golpes de las herramientas sobre la madera lo despiertan y corre hacia donde está la talla. Al apagarse la luz mira sorprendido y maravillado el rostro acabado del crucificado. Rostro sereno de ojos cerrados que sacan en procesión para que cesen los temblores y desgracias. El Cristo anunciado que obsequió alivio a los pesares.


II


En La Grita, un tumulto capitaneado por Matías Márquez, que reclamaba los abusos del representante del Rey, el administrador José Trinidad Noguera y Neira, en la imposición de políticas económicas del estado español. Estas incluían la centralización fiscal en la lejana Caracas y un régimen impositivo de nuevos y elevados impuestos. En agosto de 1779 estalla una revuelta en la que intervienen además Juan José García de Hevia, José del Rincón, Marcos Guerrero y Francisco Márquez. La llegada de tropas desde Maracaibo termina con la revuelta, quedan los prisioneros y el espectáculo de los juicios sumarios.
Este acontecimiento sería el anuncio de otra rebelión, la de Los Comuneros. En 1781 desde la Villa del Socorro en el Nuevo Reino de Granada, se oye el grito de “viva el Rey, muera el mal gobierno”. Hacia el mes de agosto la rebelión comunera encuentra terreno fértil en el Táchira. Aquí se unen a su dirección el rebelde Juan José con su hermano Francisco Javier García de Hevia, Francisco Angulo, Ignacio de Rivas, José Eulogio Guerrero y Tomás de Contreras. Estas revueltas fueron una acción reivindicativa que no logó sus objetivos, pero sembró un sentimiento en contra de los funcionarios reales.
Para los grupos monárquicos, estas acciones no podían pasar desapercibidas por la justicia divina. Y de alguna manera vendría el castigo. Así aparecieron las calenturas, la gente ardía en terribles fiebres mientras sus cuerpos se llenaban de dolorosas pústulas, señal de la terrible epidemia de viruela que hasta 1805 se extendería, al igual que la rebelión comunera, desde las tierras del virreinato. La desobediencia al Rey y la rebeldía de los inferiores, sería el acto premonitorio de una epidemia que devastaría la población de indios, negros y pobres de la comarca tachirense.

Javier Marín. Imagen tomada de: http://estonoesarte.com/javier-marin/

III


El lunes 26 de febrero de 1849 a las 5 de la mañana, un terrible terremoto sacude el territorio tachirense. Con un atronador rugido se estremecieron los cerros, las copas de los árboles se batían hasta el suelo, los valles se sacudían y los animales se bamboleaban y caían. Con la brevedad del relámpago los pueblos quedaron reducidos a escombros. La tierra siguió temblando tras ese pavoroso instante. Nuevos temblores se sienten hasta el 2 de marzo. Cerca de Cúcuta, tras abrirse el suelo, comienza a brotar aguas calientes sulfurosas, con olor a azufre, con olor a infierno.
La destrucción del terremoto afectó a toda la provincia, pero Lobatera sería la más afectada. Su saldo trágico de 49 muertos más heridos y contusos, representó un alto porcentaje de la población de entonces. Los sobrevivientes solo pensaban en alejarse por temor a que se desplomaran los cerros cercanos o que se abriera la tierra y se los tragara. Sin esperanza de ayuda muchos deciden comenzar de nuevo en otros espacios. El padre José Amando Pérez, el mismo día del terremoto, marcha al frente de una dolida caravana de asustadas personas que irán a fundar una nueva población el sitio de Sabana Larga, Michelena. Otros parten hacia sus fincas en las inmediaciones de la aldea de San Juan de Lobatera. Mientras los que se quedaron veían desde el cocal, en la salida del pueblo, como las lluvias torrenciales se llevaban hacia la quebrada las ruinas de sus casas. Se quedaron esperando una ayuda que nunca llegaría, pues la guerra dejó a a las poblaciones y a las rentas de la provincia en un estado de pobreza y aflicción. Se recurrió entonces a la “humanidad” de los habitantes de mayores recursos. Pero como siempre, la misericordia la limosna de los ricos nunca va a alcanzar para aliviar la suerte de los desgraciados.
En la intemperie de la noche, alrededor de fogatas, al frente de improvisados ranchos o sentados sobre lo que fueron las tapias y paredes de espaciosas casonas, los sobrevivientes hacen memoria de lo ocurrido. Muchos recuerdan las señales que anunciaron el hecho. Aves que volaban erráticamente. Guacharacas que ahogaron en silencio sus escandalosos cantos. Chamizos solitarios sin pájaros ni loros, pues partieron en bandada apresurada hacia las alturas del páramo. aullidos lastimeros de perros en unas noches extrañamente oscuras. Extraño sonidos de los gatos que lloraban como gente más ariscos que nunca. Ovejas inquietas que corrían como huyendo de un depredador invisible. Vacas arrodilladas en numerosos grupos, como gordas rezanderas que claman protección al cielo. De todo esto se habló en los días aciagos que siguieron al terremoto de san Alejandro Obispo.


IV


Recién derrotada la invasión desde Colombia del General conservador Manuel Bautista, levantado en armas contra el gobierno liberal del Ilustre Americano, la atención de las gentes se volcó hacia el caso de los videntes de la aldea Gallineros. En el archivo arquidiocesano de Mérida, se encuentra la documentación de una exhaustiva averiguación ordenada el 16 de abril de 1874 por el Pbro. Tomás Zerpa, Vicario capitular y Gobernador de la Diócesis de Mérida sede vacante, referida a unas visiones que había tenido una familia de la parroquia de San Juan de Los Llanos. Para ello, comisiona para saber sobre el asunto al presbítero Manuel María Lizardo que se haría acompañar, como notario, por al cura de Palmira Benjamín Valbuena.

Tales visiones se habían producido en la aldea “La Jabonosa”, y habían sido ya informadas al párroco Melquíades Rosales por los testigos de esta: José Ascensión Medina, Genaro Medina, Mario del Carmen Medina, Pedro y Antonia Arciniegas. Las mismas habían sucedido en repetidas veces durante el mes de febrero y marzo de ese año. Consistían esencialmente, en un gran resplandor en el cielo en el momento del ocaso, durante días en que este se encontraba despejado sin nubes y la aparición de una especie de comitiva que, a manera de procesión, aparecían detrás del cerro “Morrachón” hasta “Gallineros” y de allí regresar para desaparecer nuevamente. Entre los personajes observados figuran la Virgen, varios santos, soldados, animales y niños jugando. Siempre acompañando a Jesucristo ya sea este como Nazareno, crucificado, caminando ensangrentado, en fin “similar a una procesión de Semana Santa”. El padre Lizardo presenta el informe al Vicario y Gobernador del Obispado, destacando los rasgos de honradez y las virtudes cristianas que adornan la familia Medina, muy ligada por cierto a la actividad de la parroquia eclesiástica. De José Ascensión Medina destaca su cooperación decisiva en la reconstrucción del templo parroquial y su esmerada asistencia para con las víctimas de una “mortífera epidemia de viruela que había invadido en tiempos pasados el pueblo de Colón”.
El 2 de julio de 1884 el vicario Zerpa dictamina que “Dios suele hacer manifestaciones a los hombres por medio de visiones corpóreas de la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen, de los ángeles y de los Santos. En ellas se propone Dios el aumento de su propia gloria, o el bien de la iglesia, la salud de los hombres o algún fin laudable”. Sin embargo, estas visiones descritas “no parecían tener ese objeto laudable edificante y útil. Por el contrario, abundan en detalles frívolos que no presentan un plano digno de la Divinidad”. El Vicario Zerpa no cree que exista fraude o malicia por parte de los testigos a los cuales considera más bien como víctimas de los efectos inculpables de una fantasía fuertemente impresionada. En consecuencia, decreta que “no consta que las visiones… sean sobrenaturales y divinas”. Y culmina de la siguiente manera: “y como tenemos con fundamento que los enemigos de nuestra Santa Religión toman pretexto de este suceso para atacarla, prevenimos a los señores sacerdotes se abstengan de hacer mención de él en la cátedra sagrada”. A grandes males, grandes remedios.
Algo malo va a pasar, era la creencia general desatada tras aquel hecho. Los más viejos se persignaban mientras rememoraban desgracias propias y ajenas sufrida tras el terremoto de 25 años atrás. Ciego, pero vivo, como consecuencia de esa tragedia, Diositeo López vivía a la orilla del camino que conducía a San Antonio. “Me huele al aire de Lobatera, si quieren salvarse que duerman en el cocal”, decía Diositeo a todo aquel que pasaba por el transitado camino.
El 18 de mayo de 1875, día de San Juan I, Papa, se sacudió violentamente el suelo de estas tierras. Desde el 16 la gente hablaba de las visiones de los Medina y de las palabras del ciego, pues a las 4 de la mañana despertaron asustados por un temblor que sacudió camas y catres, esteras y hamacas. Lo mismo sucede al día siguiente a las 5.30 de la mañana, aumentando el desconcierto. A las 11 de la mañana del 18 la tragedia llegaría de forma pavorosa. Las casas cayeron, las quebradas se salen de sus cauces, los árboles se quiebran y rompen y profundas grietas se abrieron en las calles y los campos tragándose lo que encontraban a su paso.
Después de estos días inciertos, a los Medina se les veía con mucho respeto y cierta inquietud. A Diositeo se le consultaba antes de tomar decisiones importantes. Los curas siguieron obedientemente la decisión superior de no hablar de esos asuntos. Y 2 años después, en abril de 1877, en el cocal se construyen unas chozas que servirían como lazareto y donde se traerían las víctimas de otra epidemia que pareciera haber salido de una de esas grietas abiertas por el terremoto, la lepra.


V


En el nuevo Gran Estado de Los Andes, creado por Guzmán Blanco en 1881, se recrudecen los conflictos entre los gobernantes liberales y opositores conservadores. Se cuestiona el resultado de las elecciones y La Grita es tomada militarmente. En 1882, crece el malestar contra los funcionarios que del centro del país vienen a gobernar a los andinos. En el 84, para frenar movimientos separatistas de la región, Francisco Alvarado y Rosendo medina en asumen el control del Estado Los Andes y de la Provincia del Táchira. En el 85 otro intento de invasión desde Colombia. En el 86 motín del coronel José Torcuato Colina. Invasión de Prato, Macabeo, Garbiras, y Castro. Batalla de la Chirirí en Río de las Casas. Pedro Vallenilla y sus tropas, enviados por Guzmán, desarman la rebelión. En el 92 nuevos estalla la revolución legalista contra el continuismo de Andueza Palacios. Batalle del Topón en Colón, vence Castro en favor del gobierno. Joaquín Crespo toma el poder y tropas legalistas terminan con el último reducto de anduecistas del país.
Nubes negras en el cielo del Táchira, pero no como metáfora, sino como una apocalíptica realidad. En 1882 una plaga de langostas oscurece los cielos y caen sobre plantas y cultivos, devorando todo a su paso. Trigales, huertos, frutales y hasta las matas de tabaco, fueron pasto del hambre insaciable de estos insectos que venían dejando destrucción desde las costas lacustres del sur del lago. Dos años después, en medio de lo cíclicos ataque de las langostas, se riega la noticia de que los Apóstoles de Cristo caminan libremente por los campos cercanos de Río de Las Casas. La familia Rosales Roa vieron como desde el cielo de junio, descendieron estos hombres de Dios desde las nubes que coronaban El Morrachón y al tocar tierra caminaban plácidamente, pero con cara de preocupación, por las tierras de la familia Medina, extensos tomatales acabados por la plaga. Ya la experiencia dictaba que después de esto algo peor estaba por llegar.
La iglesia, como siempre, pontificó al respecto, concluyendo que tales visiones no tienen “ningún carácter divino y son producto de la insolación en los ojos de los videntes”. Siguieron los días aciagos, llegaron más langostas, las de 1888 fueron especialmente destructoras. Los leprosos seguían apareciendo por los caminos, la epidemia de viruela, calenturas y cólera azotaban por doquier. Vaguadas y derrumbes, sequías y calores. De los hechos sangrientos la batalla de la Chirirí se lleva los honores. Castro tiñe de sangre y fuego el llano por donde andaban en su búsqueda las tropas de Espíritu Santo Morales. Mueren muchos de ambos bandos, todavía yacen allí huesos calcinados confundidos con la tierra.
Tiembla de nuevo la tierra. A las 10.15 de la noche del 24 de abril de 1894. Ya todos esperaban algo así. Se dice que días antes el relámpago del Catatumbo se observó particularmente intenso, había un calor muy extraño en el ambiente, la luna tenía un extraño color rojizo y ese día aciago, no sopló la brisa. Años después un nuevo incendio se prendería en el Táchira y se extendería a todo el país, la revolución liberal restauradora. Cual violento terremoto este alzamiento llegaría a Caracas, tomaría el poder y cambiaría, definitivamente, el modo de hacer las cosas. Un incendio y terremoto causado por aquel hombre que le metió candela a la llanura por donde caminaron los santos apóstoles de Nuestro Señor.

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