Crónicas de días inciertos I

Dias inciertos, Literatura, Publicación

Oscuridad en El Dorado La historia de la epidemia en Venezuela comenzó en el siglo XVI, cuando comienzan a llegar a las playas de sus costas los primeros conquistadores europeos que pretenden tomar posesión, a nombre de la Corona Española, de estas tierras desconocidas por hombres de otros continentes. Estos europeos y a partir de 1514 los africanos esclavizados, traen a estas regiones sus caracteres, su cultura, pero también sus enfermedades propias. La inevitable mezcla de estos tres grupos, generó un forzoso intercambio de procesos infecciosos nuevos, contra los cuales no se tenía la protección natural necesaria. En los barcos

Oscuridad en El Dorado

La historia de la epidemia en Venezuela comenzó en el siglo XVI, cuando comienzan a llegar a las playas de sus costas los primeros conquistadores europeos que pretenden tomar posesión, a nombre de la Corona Española, de estas tierras desconocidas por hombres de otros continentes. Estos europeos y a partir de 1514 los africanos esclavizados, traen a estas regiones sus caracteres, su cultura, pero también sus enfermedades propias. La inevitable mezcla de estos tres grupos, generó un forzoso intercambio de procesos infecciosos nuevos, contra los cuales no se tenía la protección natural necesaria.

En los barcos llegaron virus, vectores y bacterias de enfermedades nunca antes vistas en el “nuevo” continente. El indio nativo también contribuyó con sus enfermedades al inicio de esta incierta historia. La buba, el carare, la leishmaniasis tegumentaria, la tripsonomiasis americana y la micosis profunda, tomaron nueva fuerza con la presencia de los visitantes, propagándose rápidamente entre ellos.

Las enfermedades propias del continente eran una de las realidades que constituían un elemento más en la vida diaria de los pueblos originarios. Sus conceptos sobre la salud y enfermedad, así como la originalidad de todo su pensamiento, fue prontamente despreciado e invisivilizado, a pesar de que los invasores mucho se beneficiaron de esa sabiduría ancestral. Fueron los médicos indígenas quienes velaron por la salud de aquellos que los enfermaron y contribuyeron a su exterminio.

Los chamanes son los personajes centrales en el cuidado y tratamiento de las enfermedades del cuerpo y del alma y los sostenedores de las ideas e imaginarios derivados de estas profundas realidades. El chamán es el intermediario entre el mundo de los vivos y de los espíritus, espacio de donde proceden las enfermedades. Están unidos a la naturaleza, la cual se les revela como un todo sagrado. Por esto todas sus acciones tienen un gran peso simbólico, de allí su separación con la realidad ordinaria, pues se encuentran inmersos en un tiempo y un espacio totalmente diferentes.

El chamanismo es realmente una institución compleja, muy antigua, de donde viene el germen de esas concepciones que originaros sus particulares ideas sobre salud y enfermedad. Figura fundamental en la salvaguarda de los pueblos, guardián de la sabiduría ancestral y comunicador de esta. Es un factor de cohesión de los grupos y del desarrollo mismo de estos. La noticia más antigua que se tienes sobre esta figura en territorio venezolano, procede de la pluma del clérigo Francisco López de Gómara en 1552, cuando describe el papel terapéutico que estos tenían en las comunidades indígenas de Cumaná. Españoles y europeos, especialmente los misioneros religiosos de las distintas congregaciones, pronto encontrarían en los chamanes a sus más perseguidos enemigos. En 1779 el franciscano Antonio Caulín, escribe muy elocuentemente al establecer la relación de los chamanes con el mismísimo demonio, otro de los navegantes de las naves del viejo continente.

En varias regiones del país el chamán es conocido como “piache”, entre los Maipures es llamado “marirri”, entre loa Caquetíos “boratio”. Entre los Wayuu se llama “autsu” a la mujer y “autsi” al hombre. Los Sanemas tienen un chamán mayor, el “sabli” que es asistido por el “lahalatwan”. Para los Piaroas se llama “meñeruwa” y en la cordillera de Mérida “moján”.En las crónicas correspondientes al actual territorio tachirense aparece con el nombre de “faraute”.

A pesar del rechazo, persecución, muerte y tortura de que fueron objetos muchos chamanes, los invasores, ante la escasez e insuficiencia de sus médicos, tuvieron la necesidad indiscutible de recurrir a su sabiduría. De esto no escapa ni siquiera la alta jerarquía católica. Fray Alonzo de Briceño, sexto obispo de Venezuela, fue atendido por chamanes que colocaron, con su santo permiso, ídolos de dioses indígenas en su lecho de enfermo. Todavía en los siglos XVII y XVIII fueron condenados a muerte, en la plaza pública de La Grita, varios hombres y mujeres acusados de “yerbateros, arbolarios, mojanes o farautes”.

Los pueblos originarios, a pesar de los procesos de colonización y colonialidad, mantuvieron en su memoria buena parte de las prácticas y la sabiduría ancestral de los chamanes. Hoy en día, perdida en el inconsciente colectivo de los pueblos campesinos, la persistencia de una estructura religiosa ancestral donde la figura metaforizada del chamán ocupa un lugar preponderante. Un plano de la memoria donde perviven formas de pensamiento ligados a la sobrevivencia de correlatos ancestrales. Pero también un plano material, donde muchas prácticas ligadas con la tradición chamánica, continúan manteniendo y soportando ancestrales conceptos de salud y enfermedad en las comunidades del presente.

Hoy perdura toda una forma particular de interpretar las enfermedades. Algunas son reconocidas como “comunes o naturales”, otras como consecuencia de “maleficios o males echados”. Estas últimas son causadas por fuerzas sobrenaturales, las mismas que aún resuenan en las oralidades conectadas a los antiguos mitos. Aún hay personas que encarnan algo de ese simbolismo ejercido por esta figura ancestral. Incluso los chamanes de los pueblos originarios sobrevivientes, continúan siendo objeto de curiosidad occidental.

Los conocimientos ancestrales de estos pueblos, especialmente los amazónicos, han sido usados por la ciencia occidental para lograr muchos de sus avances. De las observaciones de sus prácticas y de su conocimiento etnobotánico, se han generado muchos de los medicamentos que hoy se consumen. Es decir, de la observación de las plantas usadas por estos pueblos para curarse de las enfermedades traídas por turistas, misioneros, científicos y exploradores, es de donde se han generados muchos medicamentos. Así como el maíz y la papa salvó a Europa de morir de hambre, las plantas y el conocimiento de los pueblos ancestrales han salvado al mundo de muchas enfermedades y epidemias.

Muchas veces esta historia se ha escrito sobre terribles y tenebrosas realidades que no dista mucho de la época de la conquista. A finales de la década de los 60, arriba a la amazonia venezolana en antropólogo norteamericano Napoleón Chagnon (1938-2019), con la intención de estudiar al pueblo “Yanomamo”. Egresado de la universidad de Michigan, trabajó en la universidad de Pensilvania y funda una ONG para la sobrevivencia de este pueblo, lo que le permitió recibir financiamiento para sus investigaciones. Estas generaron una serie de textos y documentos que fueron muy criticados, así como sus opiniones y actuaciones, por ser considerados como resultado de un proceso de manipulación de la realidad social de ese pueblo. Chagnon es el creador del llamado “mito del brutal salvaje”. Ha definido la cultura “Yanomamo” como un pueblo de comportamiento agresivo, dotado de un sistema regulador de las expresiones de violencia.

Estas opiniones, así como su alianza con otros personajes ligados a la explotación de recursos naturales bajo el manto religioso de las nuevas tribus y mediáticas figuras ligadas a las concesiones mineras, le valió un constante enfrentamiento con misioneros salesianos. En 1993 Chagnon forma parte de una comisión presidencial para tratar el caso de una masacre perpetuada por garimpeiros, mineros ilegales. Ese año un congreso de los pueblos indígenas de la amazonia, protestan la conformación de esta comisión. Las controversias sobre el antropólogo norteamericano continúan y en 1999 sale a relucir, por parte de las voces visibilizadas de los pueblos indígenas gracias a la constitución nacional aprobada ese año, atentados contra la salud del pueblo Yanomamo que era usado como conejillo de indias en una serie de investigaciones financiadas por empresas transnacionales.

En el año 2000 aparece el libro “Oscuridad en El Dorado”, donde el periodista Patrick Tierney se hace eco de las múltiples acusaciones que indígenas, misioneros y otros antropólogos revelan en contra de Chagnon. Se le acusa de ser cómplice de una serie de experimentos de tipo genético, realizado por el genetista norteamericano James Neel y su equipo, al que acompañó en sus primeras expediciones a finales de los años 60 y principios de los 70.

También se menciona el nombre de Marcel Roche, uno de los fundadores del IVIC y de un proyecto financiado por la comisión americana de energía atómica que financió una investigación sobre los efectos de radiaciones en los genes donde nuevamente usar a este pueblo ancestral como objetos de estudio. Pero la acusación más sostenida fue la de exacerbar distintas epidemias de sarampión entre los Yanomamo para obtener de allí informaciones sobre cómo estos pueblos combaten y sobreviven ante enfermedades como esa. Así los pueblos indígenas siguen siendo tratados como cosas, su cultura y sabiduría sigue siendo explotada por el capitalismo biológico más rampante. Así, un conocimiento que puede salvar al hombre y al mundo es extraído de la forma más amoral pensada y además es secuestrado y convertido en una mercancía que sólo los más pudientes pueden tener acceso.

Esta realidad hace recordar cómo en el proceso de invasión y destrucción de las culturas originarias de las Américas, las epidemias fueron el arma de destrucción masiva más eficaz traída por los invasores. Incluso se ha llegado a afirmar que la cristianización de estos pueblos se redujo a ponerle una cruz a la fosa común de todos los indígenas que, por la sola presencia cristiana, se extinguieron.

Anderson Jaimes R.

Grupo de investigación Bordes

Museo del Táchira

Galería de Arte El Punto

San Juan de Colón

Táchira, Venezuela

Mayo de 2020

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