Conversaciones en tiempos de cuarentena: Sobre la belleza

Literatura, Publicación

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Virgilio  

<virgiliocovid19@gmail.com>

28 de marzo de 2020, 23:31

Para: Beatriz <beatrizcovid19@gmail.com>

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Cara Beatriz:

¡Vaya asunto complicado este de ofrecer una reflexión sobre la belleza!

¿Qué es lo bello? ¿Qué hace que algo sea bello? ¿Cuál es nuestra experiencia con lo bello?

En mi búsqueda acudí inicialmente a Platón, Eco, Agamben, Savater e incluso a diccionarios filosóficos. Confieso que me sentí, sin embargo, un completo ignorante; quizá no tanto por desconocer el tópico, sino por lo inabarcable e inútil que podría acaso resultar el fallido intento de definirlo. No obstante, pese a mi sensación de vacío, aprecié que me resultaba insuficiente una definición de manual –o “única”–, puesto que cada cultura o época ha establecido una noción equivalente. Sea desde el mundo de las ideas o del espíritu, sea más frecuente desde la materia; desde ese otro horizonte que solemos llamar “realidad”, la humanidad se ha encargado de procurarse respuestas. Todo lo cual podría ser discutido, ergo, esta sería asunto de otro momento, por decir lo menos.

La belleza, suele hacernos palpitar de emoción y muchas veces nos enceguece por ser un motivo iridiscente y fascinante. A tal punto que la idealizamos desde su condición estética; elevándola al Nirvana. ¿Cómo percibimos la belleza? ¿Bastará la vista para apreciar eso que construimos como algo hermoso? Al parecer no podemos dejar sólo al sentido de la vista tanto placer y admiración por ella. ¿Qué diríamos de alguien que la percibe más allá de la experiencia física que le provee el sentido la vista? ¿Acaso no podría percibirse? Ello da a entender que la belleza/ lo bello tiene –entre otras muchas cualidades– la ductilidad de expresar su magia y misterio en otros lenguajes; la música profana y celestial, cual lenguaje matemático expresa, así lo atestiguan: la perfección. ¿Será, entonces, qué la belleza/lo bello es perfecta/o?

Asimismo, olvidamos que, como todas las cosas humanas, la belleza tiene la condena de los dioses: el tiempo; el Saturno romano es uno de sus detractores. Así ha sido desde que se tiene registro o consciencia, en nuestro mundo occidentalizado, de la finitud del valor de lo bello a partir de los griegos y romanos: la proporción aurea. La belleza material que lucha contra Cronos a través del arte. En este respecto, el intento de reconocer la belleza en la obra de arte pasa por concebir que sea plural y despierta distintas emociones; sugiere múltiples lecturas; según le perciba en sus sentidos el artista-creador o el espectador -lector o público que le disfruta a través de una pieza artística. La belleza es algo que ha acompañado al mundo de los seres sintientes porque hasta en eso que comúnmente tildamos de ‘feo’ podemos encontrar un rastro de su estela; lo cual no es sólo una mera contraparte, podría a dar lugar a presentar como ejemplo el “Saturno devorando a sus hijos” de Goya donde lo grotesco trasciende en lo bello ¡Vaya paradoja!  

También, hay quienes contraponían la belleza a lo kitsch, es decir, a lo vulgar; buscando diferenciar un concepto sublime como condición de bello. Pero, ¿es qué acaso no han sido kitsch incluso temas tabúes tales como la sexualidad, el erotismo o la pornografía? ¿No ha sido que, de pronto, se establecen como un referente a seguir porque se imponen como tendencia artística en la demanda social? Bien lo decía Kundera que “ninguno de nosotros es un superhombre como para poder escapar por completo del kitsch”.

Por otra parte, reconocer lo hermoso que habita y se encuentra en otro ser, es una tarea que solo podemos alcanzar si estamos despiertos en mirar. Pero la clave, en mi caso, es mirar con los ojos del alma y con la inteligencia del espíritu. Esto último radica primero en estimar la belleza y el horror que conviven juntos en lo interno de nuestros seres físicos. Ya que, al desconocemos eso otro que somos, en nuestras contradicciones y virtudes, será difícil que veamos lo bello en el/lo otro hasta perderlo de vista. Es quizás por eso que la belleza para quienes transitan el camino de la iluminación, se expresa en lo genuino, lo crudo, lo transparente, lo imperfecto. Resulta curioso encontrar la ambivalencia o el péndulo entre extremos; la delgada cuerda del equilibrio y observar aquello que lo tensa y flexiona para no dejar caer al vacío de las emociones en quien busca la divinidad y la trascendencia. Reconocer lo frágil que puede ser el individuo, ante la apetencia de alcanzar lo bello a pesar de todas las idealizaciones y quimeras, es una vía de comprender la complejidad de intentar definir lo bello. Quizás sería más sencillo expresar en una simple imagen, que pueda evocar lo sublime, instantáneo, frágil y deslumbrante de la belleza; podría ser contemplar el alba en una larga carretera que atraviesa las áridas regiones de Lara o Falcón, mirar sus matices de luz delinear las crestas en los cerros coronados de cardones o cujíes, y en pocos minutos levantar todo su esplendor el astro sol.  

Cara Beatriz: me faltarían cuartillas para ahondar –no sé cuánto éxito tendría– en la belleza corporal que trasciende lo físico. Hablo del dialogo que se establece entre dos cuerpos que conservan un instante del presente y guardan en la memoria de los sentidos la tesitura de la piel. Esos que son refugio de los aromas que transpiran la agitación, expelen sabores de humedades, emiten sonidos que balbucean y gritan de sumo goces y miradas que se deleitan con la magia del encuentro cuales relámpagos que estremecen la naturaleza y desafían a los dioses. De allí que al cierre vuelva a las preguntas iniciales, como quien viaja en una rueda mágica que le permite volver, subir y contemplar las estrellas; ese espectáculo que se despliega ante nuestra mirada:

¿Qué es lo bello? ¿Qué hace que algo sea bello?

Por ahora, y en armonía con la energía que despierta la belleza alojada en tu ser, se despide, afectuosamente,

Un abrazo libre de covid 19

Virgilio

 

Beatriz 

<beatrizcovid19@gmail.com>

29 de marzo de 2020, 20:31

Para: Virgilio <virgiliocovid19@gmail.com>

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Querido Virgilio:

Respecto a tu carta, estoy muy agradecida y complacida con nuestra amistad ya que es muy fructífera en tanto que nos conduce a ser mejores escritores. Los retos que nos proponemos son interesantes porque son ingeniosos y estimulan a repensar los más variados tópicos inherentes a las humanidades, como es el caso del tema que en esta misiva nos compete: la Belleza. Empezaré por trazar su situación a lo largo de la historia. Sacrificaré la exactitud y los argumentos irrebatibles, limitaré mis aproximaciones al campo de la historia del arte, las sentencias deterministas serán desterradas de esta carta; todo esto con la intención de ser breve para no aburrirte.

En la Antigüedad clásica, la Belleza suscitó un increíble debate entre un discípulo y su maestro. Platón decía que la Belleza es una cualidad superior que se halla en el Mundo de las Ideas, mientras que Aristóteles decía que ésta podía hallarse en el mundo real, asociada a las acciones y personajes elevados. Esta asociación de la Belleza con el Bien permearía las tesis de Vitrubio, para quien la Belleza debía tratarse de Orden, Proporción y Armonía; y a serían retomadas nuevamente durante el Renacimiento. Tanto la estética medieval como la renacentista fueron esencialmente neoplatónicas y, en menor medida, aristotélicas.

En la Edad Media se buscaba a Dios a través de la Belleza pues era ésta un instrumento al servicio de la fe, así como un medio para agradar al Creador. Será en el Renacimiento cuando ocurra un cambio en la mentalidad del Hombre, cuando éste desvíe la mirada de la Divinidad para posarla sobre sí mismo en relación con la Naturaleza, haciendo que el artista represente a Dios y al Hombre a la par. Aquí la Belleza es calculada mediante el estudio de la Naturaleza, especialmente de la Anatomía, y está basada en cánones pensados a raíz de los postulados de los pensadores de la cultura grecorromana; cualidades que, según los mecenas de la época, hacen de ella un buen campo de inversión.

En el Barroco, por otro lado, la belleza de las obras de arte tiene el propósito de seducir a los fieles para atraerlos de nuevo a la fe católica, que había sido duramente atacada durante la Reforma. Será con el Rococó, el Vedutismo y el Romanticismo cuando hallemos categorías estéticas como lo bello, lo sublime y lo pintoresco, siendo las dos últimas engendradas por la imaginación. Entre estas cualidades, lo sublime es la única que me evoca de inmediato El caminante sobre el mar de nubes de Friedrich en tanto que la máxima belleza suele estar asociada a la Naturaleza. Considero que en el Romanticismo está el germen para romper con la teoría de la Belleza como mímesis, tan importante desde la Antigüedad. Luego de los realistas, para quienes la belleza consistía en la representación fiel de la realidad sin idealizarla; se dará la ruptura definitiva con la teoría mimética de la mano con las búsquedas impresionistas.

Después de eso, la belleza sería muchas cosas, estaría oculta en muchos rincones, comenzaría a asociarse a la intimidad, dejaría de ser dominio exclusivo de la figuración y pasaría a dominar también el terreno de la abstracción y llegaría a impregnar algunas de las olas de ese vasto océano que es el arte actual, periodizado con un puñado de categorías confusas como Modernidad, Contemporaneidad, Posmodernidad, Vanguardia, Transvaguardia, Transmodernidad, etc. Muchas ideas rondan mi cabeza a la hora de pensar sobre los asuntos de la estética. Puesto que la belleza varía dependiendo del esteta que la teoriza, hoy vengo a asomar unas cuantas premisas acerca de cómo concibo yo la belleza. Nada en esta carta es preciso ni conciso, mucho menos exacto. Al ser un juego asomaré ideas que pueden resultar tan contradictorias como la belleza en sí, pero no lo haré como teórico de profesión sino como una niña que juega a ser esteta.

La belleza es una categoría estética, es una cualidad subjetiva, pero ésta es propia de la razón humana, a pesar de su componente irracional. Para que algo pueda ser considerado bello debe cumplir y, en ocasiones, superar las expectativas de alguien. Ese algo debe ser perceptible para quien observa y puede hallarse anclado a cualquier aspecto de la vida. Imagino dos países diferentes, que comparten lengua, algunas tradiciones y visiones. Así son los terrenos del arte y de lo bello. Los dominios del arte y de lo bello comparten fronteras, pero cada uno goza de independencia en sus territorios.

La manera en que percibimos lo bello está condicionada por dos factores: uno social y otro individual. El primero se debe a que ningún hombre está exento de su contexto, pues cuando nacemos nos insertamos dentro de una cultura. Por eso decimos que la belleza es una cuestión cultural. Sin embargo, ningún hombre piensa exactamente igual a otro, por lo que solemos decir que “La Belleza está en los ojos del que mira”. Lo cual nos lleva al segundo factor pues, aunque la belleza sea un constructo social, cada individuo tiene su concepto de Belleza particular, que resulta de la síntesis entre las convenciones sociales y el Yo, que es libre de interpretar la realidad, según su parecer.

La belleza es también una cuestión que responde invariablemente al gusto. Sin embargo, con el tiempo observando tantas obras de arte se me ocurre lo siguiente: así como el Yo se reconoce a sí mismo por medio de la confrontación con el otro, hay aspectos de mi noción de belleza que coinciden y disienten de las de ese otro. Si la realidad es algo que necesariamente se comparte, ¿por qué no ha de ocurrir lo mismo con la Belleza? Y éste es el principio sobre el que vendría a fundamentarse la Estética como ciencia de lo bello. Pero aclaro que estas concepciones más bien fenomenológicas no pretenden ser universales, mucho menos abarcar el amplio espectro de la Belleza, sino sólo darte a conocer mi opinión sobre tan complejo tema.

En lugar de esto, prefiero señalar algunas obras que me parecen bellas, para que las revises y me cuentes si compartes mi criterio al seleccionarla. Juzga tú, mi muy entrañable amigo, entre las siguientes obras: La Virgen de las Rocas de Leonardo Da Vinci, Venus del espejo de Diego Velázquez, El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich, El taller del pintor de Gustave Courbet, Un Bar del Folies-Bergère de Edouard Manet, La noche estrellada de Vincent van Gogh y el Penetrable amarillo de Jesús Soto. Sé que hay muchas más, pero éstas son las que se vienen a la mente de momento.

Por último, lo bello no puede existir sin lo feo pues son dos caras de una misma moneda. Sin embargo, el territorio de lo feo es complejo, pero he de referirlo en estas líneas, aunque sea de forma breve, puesto que también comparte fronteras con lo bello. Incluso me atrevo a esbozar que existen territorios híbridos en los que se sitúan objetos que pueden ser bellos y feos al mismo tiempo, aunque con variable intensidad de una y otra categoría.

Antes de despedirme, debo felicitarte por escoger este tópico, pues me ha hecho darme cuenta de que mis reflexiones acerca de él son simples, toscas e insuficientes. Me avergüenzo de mostrarlas ante ti porque siento que debería poder manejarme mejor en cuanto al conocimiento de un concepto tan trascendental para la historia de mi disciplina como lo es la belleza. Ruego me perdones si lo que he dicho te parece tedioso, pero no pude hacer más. No me siento inspirada. Siento mucho hacerte perder tu tiempo, sin embargo, espero lo hayas disfrutado, aunque sea sólo un poco. Como siempre aprovecho mis cartas para enviarte un beso y un abrazo mi más entrañable amigo y reitero mi interés por saber qué opinas respecto a estas líneas.

Afectuosamente tuya

Beatriz

PD: Te llamé todo el día y no contestaste. Seguro que estás ocupado o furioso por demorar mis reflexiones acerca de lo bello. Llámame en cuanto puedas.

 

 

Norelsy Lima (ULA – Mérida)

Camilo Mora Vizcaya (ULA – Táchira / Grupo Bordes)

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