Carta 6 / Adela

Mujeres en Correspondencia, Publicación

8 de mayo, 2020 Fania y amigas mías, Quiero contarles de mi mirada atónita sobre las cabezas de tres almas que veo ir y venir a diario. Tres seres que vienen a pernoctar y pasar el día en el callejón trasero del edificio que por estos días habito de paso. Las veo desde el balcón de un decimoquinto piso, en un pequeño apartamento que me ha acogido en esta cuarentena. Estamos, mi hija y yo, en un cubículo más, de tantos que hay en las alturas de la avenida México de Caracas. Esas tres almas errantes son un hombre joven,

Sin título, Caracas, 1993. Fotografía de Ramón Paolini. ©ArchivoFotografíaUrbana.

8 de mayo, 2020

Fania y amigas mías,


Quiero contarles de mi mirada atónita sobre las cabezas de tres almas que veo ir y venir a diario. Tres seres que vienen a pernoctar y pasar el día en el callejón trasero del edificio que por estos días habito de paso. Las veo desde el balcón de un decimoquinto piso, en un pequeño apartamento que me ha acogido en esta cuarentena. Estamos, mi hija y yo, en un cubículo más, de tantos que hay en las alturas de la avenida México de Caracas.


Esas tres almas errantes son un hombre joven, su mujer y su pequeña niña. Van y vienen con sus bolsos de ropa a cuestas. Los veo armar su escueta estancia, bajo el sol intenso de estos días. Con calma y orden, disponen sus pocas pertenencias -ropa, básicamente- en el suelo; también las cuelgan del ventanal de una fábrica que colinda con este edificio.
Un gran reflector los ilumina en la noche, y el sol los tuesta de día. Mientras transcurren las horas, mi hija y yo nos asomamos de rato en rato, y aventuramos posibles causas de su desventura. «Son migrantes, mamá, que llegaron con todos los demás, y se quedaron varados allí, por la cuarentena», dice mi nena. ¿Irán al oriente del país?, pienso yo. Me preocupa la suerte de esa niña.


La ruina que los acosa no ha logrado amargar el carácter del hombre, ni el temple de la mujer. Con frecuencia veo que él se acurruca en los brazos de ella, y luego se va a organizar las cosas. Ella se tiende sobre los cartones que les sirven de cama, y juega con la niña, quien la abraza, se levanta, va y viene con cosas, juguetes, ropa, que lleva en sus manitas, y así transcurren las horas de estos seres que en las tardes desaparecen y dejan el lugar donde duermen sin rastro de su presencia.
Mi hija está segura de que no son indigentes, cree que sus hábitos indican que tuvieron un hogar, que lo revelan sus rutinas, sus ropas, su calma, sus gestos de cariño y ternura de él hacia ella, de ella hacia su hija, de la protección de él hacia ellas…
Su realidad cruda nos saca de a ratos de nuestra rutina de oficios domésticos y largas horas de internet, para verle la cara a la vida de verdad.
Ahora mismo están allí abajo, durmiendo al sereno de esta noche, en un solitario callejón de la caótica Caracas. Y yo me pregunto, ¿Si no estuvieras en este apartamento ajeno, si estuvieras en tu casa, tendrías excusas, Adela, para no invitarlos, para no darles albergue?


Es media noche, Voy a dormir. Con mi mal ejemplo, mi hija nunca irá temprano a la cama.


Adela

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