Antología de nóveles escritores (Raimon Colmenares: Prosa)

Literatura

    Raimon Colmenares (Ciudad Guayana, 14 de noviembre de 1989): Licenciado en Comunicación Social egresado de la ULA Táchira. Participó como voluntario en la Fundación Cultural Bordes desde abril 2011 al 2014. Sus primeros pasos en la escritura fueron dados con el “Taller Iconoclasta de Poesía” donde fue miembro activo participando en numerosos eventos. Ha publicado en “Pocetica de Cristal” (marzo de 2012); “Unos Tipos de Frontera” (noviembre 2012). Ha residido en Ciudad Guayana, San Cristóbal y actualmente en Arequipa Perú. Según el mismo considera, a través de su condición de “perezoso” surgen sus “divagaciones caóticas elementales” Es amante

    Raimon Colmenares (Ciudad Guayana, 14 de noviembre de 1989): Licenciado en Comunicación Social egresado de la ULA Táchira. Participó como voluntario en la Fundación Cultural Bordes desde abril 2011 al 2014. Sus primeros pasos en la escritura fueron dados con el “Taller Iconoclasta de Poesía” donde fue miembro activo participando en numerosos eventos. Ha publicado en “Pocetica de Cristal” (marzo de 2012); “Unos Tipos de Frontera” (noviembre 2012). Ha residido en Ciudad Guayana, San Cristóbal y actualmente en Arequipa Perú. Según el mismo considera, a través de su condición de “perezoso” surgen sus “divagaciones caóticas elementales” Es amante del Rock progresivo. Recuerda con felicidad su estadía en San Cristóbal “todos esos maravillosos personajes que se mueven por las calles de aquella ciudad andina que se vuelve mágica gracias a ellos”   Gracias   Saliendo de una de las tantas oficinas de guisos y robos civiles, caminaba por el bulevar madreputeando el sadismo de las burocracias: ¡Por un miserable e insignificante papel, que ni siquiera estaba en la lista de requisitos, no podía recibir su documento! ¡Después de cinco insufribles horas de espera! “A eso hemos llegado en este sistema repleto de colas, escasez, patrioterismo, y antológica incompetencia: toca dejarse aplastar ante cualquier capricho de unos personajillos intocables solo por esa pequeña cuota de poder que les han cedido desde El Partido por lamerle sus botas militares”, pensaba. Su cabeza se llenaba de humo por dentro mientras se acercaba a Nirvana Café, y veía a través del gran vidrio a algunas parejas y hombres de negocios charlando animadamente en las mesas adentro ¡Y tenía tanta hambre! En ese momento giró su cabeza hacia la izquierda, frente a Nirvana Café, e inmediatamente deseó no haberlo hecho nunca, haber seguido derecho a mayor velocidad y llegado a su casa a terminar de quemar su ira, como siempre pasaba luego de estas diligencias.   ¡Si el tiempo pudiera retrocederse!   Pero no, aunque su cerebro automáticamente quiso hacerse el desentendido en el primer vistazo, no pudo evitar reducir la velocidad a causa del pesado escalofrío que retumbó en su espalda, y echar una segunda mirada: efectivamente eran dos enormes armas de fuego lo que los encapuchados traían en sus manos y levantaban apuntando en su dirección. Ya no había tiempo. Justo antes de  escuchar el estallido de las ametralladoras se lanzó al suelo ¿O fue justo después? Ay. No estaba seguro.   Todo el vidrio en la fachada de Nirvana Café atravesó los aires y unos cuantos trozos cayeron sobre su espalda. Los gritos adentro duraron muy poco. Las alarmas de varios autos continuaron ensordeciendo el ambiente luego de que callara el rugido de quince dilatadísimos segundos desatado por las ametralladoras, desapareciendo éstas inmediatamente junto a los encapuchados dentro de una camioneta gris.   Algunos segundos de shock. Empezó a sentirse empapado. Supo que debía hacer algo. Por alguna razón, tal vez por la impresión, no podía forzar sus piernas del todo; tuvo que arrastrarse unos siete metros hacia donde veía unas mesas al aire libre en otro local: el par de personas que aún quedaban escondidas bajo las mesas decidieron por fin salir corriendo del sitio, perdiéndose de vista en la esquina, sin reparar en el sujeto arrastrándose. Éste empezaba a notar que el piso le resultaba realmente cómodo.   Ya no había mucho por hacer. Salvo una cosa: temblando sacó el celular de su bolsillo, buscó en el listado de contactos por la “M” y marcó. Al tercer repique contestaron: -“Aló” -“Hola, qué tal ¿cómo están por allá?”, responde de la manera más natural y animada posible -“Bien, aquí almorzando en la casa, todo bien ¿y ese milagro?” -“Nada, todo muy bien… sólo llamaba para saludar y agradecer” -“¿Agradecer?” -“Sí, muchas gracias, la pasé muy, muy bien en verdad… -“¿De qué cosa me hablas? -“Me tengo que ir… un abrazote a todos allá en la casa… ¡que estén muy bien!… ¡saludos!”   Su madre, a cientos de kilómetros de distancia, se extrañó al cortarse la conversación; no le había entendido bien qué había querido decirle, él sonaba alegre, y algo apurado; supuso que estaba ocupado con algo eventualmente más importante, y tuvo que cortar en ese instante; seguro llamaría de nuevo al rato.   Estaba listo. Al menos el micro-discurso preparado desde hace unos cuantos años logró salirle muy bien, pensó. Y pudo colgar justo antes de arruinarlo todo. Ya se sentía bastante empapado. Quiso girarse completamente hacia arriba, aun sabiendo que eso aceleraría el proceso. Un vistazo al cielo antes de morir, por última vez. Le resultó imposible no recordar a Robert Jordan: aquel gran personaje de Hemingway, cuyo fin le hizo derramar gruesas lágrimas hace varios años… ¿Siete? ¿Nueve? Ya ni recordaba; pero sí recordaba bien que ese final lo había entristecido tanto como si hubiese perdido un pedazo suyo, como si ya hubiese llorado su propia muerte. En aquella ocasión, recordó, había pensado que su muerte seguramente sería algo similar, que le gustaría que fuera así, efectivamente, con un último tiempito para pensar algunas cosas, consciente del fin.   Inevitablemente le vino la idea de Dios a la mente. Sabía que iba a venir, y la apartó con un manotazo mental. No quería perturbaciones o estorbos en ese momento tan importante. Quería que todo cerrase en su justo lugar. No le pasó su vida entera por delante. Eso estaba muy bien, pensó; al fin y al cabo, no sería sino una cifra más, perdida entre decenas de miles de cifras sin resolver… Empezó a recordar que hace unos minutos tenía mucha hambre, sin saber a dónde se había ido ésta. Allá arriba, el cielo estaba de un gris tenue realmente hermoso. Desde el Este venían acercándose otras nubes de lluvia bastante oscuras…  también le pareció escuchar unos gemidos, y un llanto acercándose… pero todo siempre muy, muy borroso…
Share this

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *