Antolines Castro y el paisaje desnaturalizado

Artes Visuales, Publicación

Reflexiones a propósito de la exposición Paisaje, color y memoria Desde lo profundo de la periferia, lejos de los centros hegemónicos del arte, allá en la lejana provincia, internado en el municipio Ayacucho, un maestro del arte versado en diferentes técnicas y cuya maestría pasa por haber dominado la figuración, decide construir un discurso abstracto de un tema universal y al mismo tiempo crucial para el andino como lo es el paisaje. Antolines Castro nos propone un ejercicio de deconstrucción del paisaje. En su propuesta difícilmente reconoceremos elementos que hagan alusión directa al referente. Esta visión de paisaje se basa

Reflexiones a propósito de la exposición Paisaje, color y memoria

Desde lo profundo de la periferia, lejos de los centros hegemónicos del arte, allá en la lejana provincia, internado en el municipio Ayacucho, un maestro del arte versado en diferentes técnicas y cuya maestría pasa por haber dominado la figuración, decide construir un discurso abstracto de un tema universal y al mismo tiempo crucial para el andino como lo es el paisaje.

Antolines Castro nos propone un ejercicio de deconstrucción del paisaje. En su propuesta difícilmente reconoceremos elementos que hagan alusión directa al referente. Esta visión de paisaje se basa en el choque gestual de las fuerzas racionales que disponen líneas verticales y horizontales como quien garabatea ciudades y formas geométricas que parecen desgeometrizarse; esta racionalidad hecha estructura es vulnerada, atacada y de manera sublime forzada a comulgar con el brochazo que desdibuja y la mancha caótica, en lo que podríamos llamar un ejercicio de armonizar los opuestos, lo cual nos conduce a la esencia misma de la armonía, a ese momento crítico donde la paz inasible y fugaz suele florecer, son momentos trepidantes que ahogan el suspiro y parecen imponer la calma, pero nada hay tan desnaturalizado como esa calma, es por eso que los paisajes abstractos de Antolines nos hablan de desnaturalización, porque el referente ha perdido su forma, no son montañas, ni mares, ni llanos, ni ciudades, son todos a la vez, transmutando sin cesar en ese movimiento perpetuo que es la vida, allí es donde radica la belleza de este nuevo paisajismo, en que no busca representar lo que tenemos frente a nuestros ojos sino aquello que se desploma y se transforma sin que nos demos cuenta.

Otra categoría evocada por Antolines en esta obra es la memoria, pero muy probablemente se trate de la memoria colectiva, del recuerdo lejano de las fuerzas titánicas que originaron el mundo, esa memoria que habita de igual manera en el ADN, en las rocas, en el viento o en el cantar de los pájaros. Los paisajistas de la escuela costumbrista quisieron captar aquellas fuerzas originarias de la tierra, del mar y del cielo mediante fidedignas representaciones gestadas mediante un despliegue técnico sinónimo de minuciosidad, pero Antolines sin desechar la destreza técnica apela al proceso contrario, su propuesta consiste en desmantelar las formas, hacer caso omiso del detalle preciso, y abrazar el gesto, porque ese gesto es corporalidad y en cada gesto cuya estela es registrada se conserva de manera inefable la memoria del mundo.

Osvaldo Barreto Pérez
Grupo de investigación Bordes
San Cristóbal, julio de 2019
 
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