San Cristóbal en el Borde de una exposición al aire libre

Artes Visuales

Annie Vásquez Grupo BORDES Cuando los artistas recorremos la ciudad conseguimos espacios vacíos que quisiéramos llenar con obras de arte, sin medir los efectos; de igual manera vemos espacios llenos y caotizados por elementos que son por demás antiestéticos, producto de una visión mercantilista, refiriéndome a gran parte de la publicidad que abarrota la visual urbana con vallas, avisos, pendones, entre otros. Dentro de los proyectos de urbanismo de espacios públicos (espacios de convivencia o espacios de propiedad pública) para usos sociales característicos de la vida urbana (transporte, actividades de esparcimiento y/o culturales) que son de administración pública o del

Annie Vásquez

Grupo BORDES

Cuando los artistas recorremos la ciudad conseguimos espacios vacíos que quisiéramos llenar con obras de arte, sin medir los efectos; de igual manera vemos espacios llenos y caotizados por elementos que son por demás antiestéticos, producto de una visión mercantilista, refiriéndome a gran parte de la publicidad que abarrota la visual urbana con vallas, avisos, pendones, entre otros. Dentro de los proyectos de urbanismo de espacios públicos (espacios de convivencia o espacios de propiedad pública) para usos sociales característicos de la vida urbana (transporte, actividades de esparcimiento y/o culturales) que son de administración pública o del estado con el fin de garantizar a todos los ciudadanos su utilización bajo ciertas condiciones; donde se incluyen desde pavimentación, alumbrado, mobiliario, jardinería, deberían integrarse también obras de arte estableciendo una relación amable con el paisaje y con sus habitantes; pero la realidad es otra, el paisaje que vemos, olemos, escuchamos, saboreamos y palpamos es otro, corre el riesgo de convertirse en un lugar inhóspito, carente de poesía. El arte podría ser una solución para esta ciudad, pero ¿cómo curar al enfermo cuando la enfermedad está tan avanzada? Desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX es cuando en los proyectos de urbanismo Venezolanos se incluye la escultura “monumento” como parte importante del ornato de la ciudad, hablamos de los inicios de la modernidad en Venezuela,  el estado vio en ello una oportunidad para mostrar a los personajes históricos que con sus hazañas contribuyeron a conformar el país, esto con una intención nacionalista, otorgándoles un carácter casi sagrado, entre los espacios más reconocidos destinados a estas figuras a nivel nacional están Parque Carabobo y el Paseo Los Próceres en Caracas que albergan la estatuaria de la gesta  independentista: Bolívar, Sucre, Urdaneta, Mariño, Miranda, Páez, Piar, Ribas y Arismendi entre otros. Los espacios públicos con estatuaria de San Cristóbal no se quedaron atrás ejemplo de ello son sus plazas: Bolívar, Juan Maldonado, Rafael Urdaneta, Antonio José de Sucre, entre las más representativas, estas estatuas tienen un nivel estético a la par de las que mencionamos en la ciudad capital. En nuestra ciudad hace poco aparecieron una gran cantidad de obras escultóricas figurativas que están en la misma línea de los monumentos de personajes históricos pero sin la factura de sus predecesoras, eso no deja de ser una suerte de anacronismo. Paralelo al tema de las figuras independentistas también se desarrolló el tema mítico e indigenista, los casos más representativos son la Maria Lionza de Alejandro Colina, Las Toninas de Narváez en El Silencio y otras como el Guaicaipuro de Mujica. Luego comenzaron las manifestaciones propias de las vanguardias artísticas en ese sentido el gran icono del país es la Ciudad Universitaria de Caracas con obras escultóricas de Jean Arp, Henri Laurens, Baltasar Lobo y Francisco Narváez; en San Cristóbal encontramos las dos esculturas a la entrada del Palacio de Justicia y El Ángel de la Iglesia Santo Domingo de Guzmán que evocan al estilo deco en correspondencia a esa modernidad de estéticas vanguardistas. Todas estas figuras se convierten en referentes urbanos, es decir que la obra de arte escultórica es capaz de trascender su forma o atractivo visual para insertarse en la memoria colectiva de la ciudad. De unas décadas para acá los supuestos planes de urbanismo en San Cristóbal han tenido la mala racha de arrancar sin proyectos que integren al artista con ingenieros, arquitectos, economistas, sociólogos, psicólogos, antropólogos, geógrafos, historiadores y una larga lista de profesionales que se podrían vincular en el diseño de espacios para la convivencia. Cuando se decide llamar al artista para involucrarlo en estos proyectos urbanísticos es con la única finalidad de “empotrar” una de sus obras en un sitio que se ha escogido sin estudio por los que llevan a cabo las políticas urbanas, cuando el urbanismo está en avanzado estado de ejecución o cuando se requiere quedar bien ante la opinión pública, la cual casi nunca es consultada previamente a la aprobación del proyecto; entonces cuando se corre con la “buena estrella” de incluir a dos o más artistas se logra hacer una exposición al aire libre con una colección por demás ecléctica, donde esa construcción de nuevos símbolos de identidad colectiva quizá no puedan ser posibles. En el 2014 en Caracas empezó a desarrollarse el proyecto Viarte con piezas escultóricas de estética actual de artistas nacionales como Sydia Reyes, Daniel Suarez,  Luben Damianoff, Rafael Martínez, Carlos Medina, Alberto Cavalieri, entre otros, un proyecto con gran presupuesto para una ciudad que ya posee esculturas lo cual reafirma la importancia del arte al aire libre; en una versión mucho mas modesta se dio inició en diciembre de 2014 en San Cristóbal a un proyecto parecido, que traigo a colación por el más reciente caso de replanteamiento del elevado de Puente Real en la avenida Marginal del Torbes, en cuyo afán por organizar el espacio, pensando en destramar el caos vehicular de la zona, logró incluir, a último momento, el trabajo de 4 tachirenses: Erlen Zerpa, Iván Romero, Juan Carlos Ojeda y Oscuraldo, es aquí donde hago referencia a la función comunicativa de la obra de arte, asumiendo significados inherentes a su contexto sociocultural para crear esos nuevos símbolos de identidad colectiva, y es que el trabajo artístico actualmente se puede engranar con el contexto, ya sea por referentes históricos, del paisaje, de la actividad urbana; para que no resulte un elemento arbitrario que siga siendo un elemento entorpecedor del diálogo urbano tanto en sus aspectos estéticos formales o estructurales funcionales. La obra “Machirí en equilibrio” cuyo autor es Oscuraldo (Osvaldo Barreto) es una oportunidad para esa construcción de nuevos símbolos de nuestra identidad, la pieza está “empotrada” en la redoma de Puente Real, pero no por esto se convierte solo en una propuesta estética “visualmente atractiva” de carácter abstracto geométrico, sino que conceptualmente se erige junto al paisaje que rodea a cada habitante de la ciudad de San Cristóbal, y participa de esa memoria colectiva, es el río que corre paralelo a nuestras calles, son las piedras bases de nuestras casas, cimientos de una economía propia (es ese recuerdo que de niña me acompaña, cuando pasaba en las mañanas por la vía de la Machirí y veía muchos obreros con una pala en la mano esperando el camión que los llevaría a sacar piedras del río), su color, su grito hiriente como esa punta que corona el conjunto que nos pone a pensar como nos hemos apropiado irresponsablemente de ese paisaje que debió seguir su curso en perfecto equilibrio como cada cubo dispuesto en el horizonte que conforma esta obra de arte que configura nuestra ciudad, monumento no a un héroe sino a una víctima de la relación nuestra con nuestro ambiente.  
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