El manzano azul (Reseña)

Cine, Publicación

Por Jhonn Benítez Colmenares En diversas ocasiones el arte, en diferentes manifestaciones, ha puesto sobre la tela el conflicto civil-salvaje como eje central o paralelo del elemento artístico. Akira Kurosawa lo hizo con Dersu Uzala; Daniel Defoe con Robinson Crusoe; Rómulo Gallegos con Doña Bárbara y Olegario Barrera nos presenta de nuevo el ya tratado choque en su largometraje El manzano azul (2012). Para este director, nacido en Canarias, España, pero residente en Venezuela desde los 9 años, el contraste civil-salvaje se evidencia en nuestra geografía con más evidencia de la que cualquiera pudiese creer, pues los convencionalismos sociales impulsan la

Por Jhonn Benítez Colmenares

En diversas ocasiones el arte, en diferentes manifestaciones, ha puesto sobre la tela el conflicto civil-salvaje como eje central o paralelo del elemento artístico. Akira Kurosawa lo hizo con Dersu Uzala; Daniel Defoe con Robinson Crusoe; Rómulo Gallegos con Doña Bárbara y Olegario Barrera nos presenta de nuevo el ya tratado choque en su largometraje El manzano azul (2012). Para este director, nacido en Canarias, España, pero residente en Venezuela desde los 9 años, el contraste civil-salvaje se evidencia en nuestra geografía con más evidencia de la que cualquiera pudiese creer, pues los convencionalismos sociales impulsan la permanente distancia, a veces ideológica, del hombre de ciudad con el hombre de campo. Además del exitoso filme El manzano azul, Olegario Barrera ha sido director de otras producciones de marcada presencia en las butacas del cine nacional, entre ellas destacan Una abuela virgen, Fin de round, Un domingo feliz y Pequeña Revancha. Pero ha sido El manzano la que le ha dado mayor proyección como protagonista detrás de cámaras de la pantalla grande. En las actuaciones de Miguel Ángel Landa, como el abuelo Francisco Padrón, y de Gabriel Mantilla, como el pequeño Diego, se evidencia el ya mencionado conflicto civil-salvaje, inevitable entre el nieto que llega de la capital del país al estado Mérida a visitar a su abuelo, con quien vivirá por tres meses debido a un viaje de negocios de la madre. Allí el pequeño padecerá al principio por la falta de electricidad y de sus dependencias electrónicas pero progresivamente irá adaptándose al entorno paternal del abuelo que le enseña las bondades del campo que ama, aquel que añoraba más que nada cuando viajaba por el mundo en sus años mozos y vivaces. El antihéroe del film lo representa un político –aquí la personificación de la matriz del poder corrupto- quien atenta contra la propiedad de las tierras del abuelo Francisco para la construcción de un complejo turístico por encima de la vida del abuelo arraigado en sus tierras. Pero el triunfo de esta empresa se verá entorpecido por la unión de los vecinos de las siembras, de los campesinos merideños, quienes se unen y se anteponen a la excavadora que se propone destruir la finca del abuelo, logrando así, a través de la unión contra la tiranía, frustrar los proyectos del abusivo político y recuperando de esta manera las tierras del abuelo Francisco Padrón. Es interesante como el filme se desarrolla a modo de recuerdo, ya que a medida que progresa la historia se presenta al pequeño Diego, ya adulto, tomando nota al hacer memoria de las vivencias de aquellos tres meses con su abuelo en los campos merideños. El abuelo ya no está pero aparece como una especie de sombra que guía la escritura de Diego, haciendo énfasis en elementos quizá olvidados por el joven pero de marcada importancia para el fiel plasmo de las vivencias de abuelo y nieto. El nombre de la película lo da un manzano plantado por el abuelo cerca de la casa y que, según el propio Francisco, “decidió ser azul”, pues plantó un manzano común y corriente que de pronto cambió su tono de color tornándose azulado. Es este manzano una de las cosas que impresionan por primera vez al pequeño Diego en los campos de su abuelo y por la presencia del mismo se desarrolla el primer acercamiento de palabra fraternal entre ambos personajes, pues anteriormente el pequeño Diego se mantenía retraído y obstinado. El largometraje invita no solo a reflexionar acerca de la igualdad del hombre de ciudad con el hombre laborioso e incansable del campo, sino que además muestra que el de ciudad, desde niño, se puede ablandar como una fruta madura y aprender de la sabiduría del campo; además la unión del campesinado, las bondades de las tierras altas del país y la sencillez del habitante andino muestran un cariz sencillo que da vida al filme y que incita a conocer más sobre este tipo de hombres que mueven el país tanto como el oficinista de la gran ciudad.
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