Antonio Estévez Aponte, niño de música

Música, Publicación

Mayo 2016.- (Por Luis Cardozo Romero) Hace poco el director de la Orquesta Juvenil e Infantil Antonio Estévez, de Calabozo, me pide entre otras cosas, que escriba una biografía de Antonio Estévez, para ser leída al público en sus presentaciones. Es que algo se me agolpa en el sueño y no me deja. Siempre escuché el corrío de Florentino y el diablo, cantado por El Carrao de Palmarito y Joseíto Romero, hace décadas, vivía en Calabozo donde conocí el propio monte, el trabajo con el ganado, el arreo, conocí de viva voz el canto del puntero y de los peones.

Mayo 2016.- (Por Luis Cardozo Romero) Hace poco el director de la Orquesta Juvenil e Infantil Antonio Estévez, de Calabozo, me pide entre otras cosas, que escriba una biografía de Antonio Estévez, para ser leída al público en sus presentaciones.

Es que algo se me agolpa en el sueño y no me deja.

Siempre escuché el corrío de Florentino y el diablo, cantado por El Carrao de Palmarito y Joseíto Romero, hace décadas, vivía en Calabozo donde conocí el propio monte, el trabajo con el ganado, el arreo, conocí de viva voz el canto del puntero y de los peones. El porqué le tienen un nombre a cada vaca, el porqué de ese nombre, cada nombre tiene su razón, y cómo la vaca obedece cuando la llaman y como quienes ordeñan amasan los nombres cantándoles improvisadamente, una por una. Tuve la suerte de conocer y aprender a amar el llano, en toda su extensión.

Pues un día de esos me entero que en Caracas se presentaba La Cantata Criolla, que la leyenda la habían compuesto para voz de tenor y un gran coro.

—¿Qué jodía es esta?— me pregunté. Y, sin siquiera ser aficionado a la música académica, decidí ir a ver cómo era aquello. Sin un centavo. Iba sin un centavo, caminé hasta el Tapón de la represa, extendí mi brazo, empuñé mi mano y estiré mi dedo gordo pidiendo cola pa’ Caracas. Atrás dejaba a mi familia contrariada argumentando que si esto, que si aquello, que qué necesidad y que necedad… Total es que estaba loco. No recuerdo cuanto estuve esperando colita hasta que un señor mayor me llevó, en un camioncito como de la edad del conductor.

Iba contando chistes, que en eso era muy bueno, contaba chistes como una manera de garantizar que el conductor no se adormeciera, ni yo tampoco,  y como una manera de agradecer.

Llegando, al bajar del camión a través de la ventana pregunté: —¿Cómo puedo devolverle el favor?— y sin mirar respondió —Usted no va devolver el favor ni a mi, ni a mis hijos —y con ojos aguarapados continuó —usted va a devolver el favor a mis nietos —y se fue. Entendería mucho después.

No recuerdo si fue en el teatro Municipal, o en el Aula Magna. Llegaba la gente bien vestida, muchísima gente. Me paré a un lado de la taquilla, no me quedó otro remedio que comenzar a pedir plata, a martillar pues: —Por favor me da para completar una entrada —decía, desvergonzadamente, al píblico en la cola, aceptaban casi gustosamente, puesto que tenían el dinero en la mano, y casi todos iban bien acompañados. Rápidamente recolecté el costo de mi entrada. Hasta entonces no me interesaban detalles, ni cual era la orquesta, ni quien era el director, ni el escritor, ni los solistas, nada, solo me interesaba la leyenda…

No hice sino llorar, llorar y llorar, asombrarme, llorar, regustarme, llorar, ubicarme, llorar, entender, llorar, imaginar y llorar.

Tiempo después, me encuentro estudiando en Mérida, año 87 u 88, se arma un bululú porque el coro de la ULA junto a otros coros universitarios, iban a presentar La Cantata…, no recuerdo muy bien si fue en el Teresa Carreño o en la UCV, lo que recuerdo es que perdí el bus de la universidad que llevaba al bojote de compañeros y compañeras. Otra vez a pedir cola. Ojo: era estudiante, menos dinero en el bolsillo. Y parándome en La Vuelta de Lola, logré llegar a Caracas para apreciar, ahora si, mi Cantata Criolla.

Recién hoy estoy comenzando a entender no sé qué significados, no sé qué sincronía.

Antonio_Estévez_1950

Y aquí la biografía: Antonio Estévez Aponte, niño de música

Siendo muchachito, luego de la escuela pregonaba como vendedor de chupetas en Calabozo, su cuna desde el 3 de enero de 1916.

Su papá Mariano, bordoneando el cuatro, y mamá Carmen, floreando la mandolina, lo amamantaron de sonoridades, tejiendo sonajeros en su chinchorrito. Antonio hace de la música su universo y comienza con el oboe en la banda del estado. Ya más grande, en Caracas, agarra el clarinete en la Banda Marcial.

Muy joven toca y dirige la Orquesta Sinfónica Venezuela. Escribe Mediodía en el Llano, un poema polifónico salpicado de transparencias en las que plasma la atmósfera de su llanura amada. Flor Roffé es su compañera de vida, también hecha de música. Y… nace Vicky, como tonada a cuatro manos.

Es becado a Estados Unidos, Londres y París. Nostálgico de lejanía se refugiaba en los libros, sobre todo de autores venezolanos. Allí descubre la leyenda en la que Florentino contrapunteó con El Diablo. El maestro crea La Cantata Criolla –obra nacionalista de carácter universal– convirtiendo nuestra patria en música, creando imágenes y sensaciones. Uno puede llenarse del sol de los venados, abrumarse de horizonte, la polvareda inflamada de viento lluvioso, encandilarse con pinceladas de arpegios, ser cómplice del aguaitacamino; sentir truenos o espanto. La Cantata… lo consagra infinitamente en toda nuestra geografía.

Siempre niño. Se nutría de poesía y de su terruño, Venezuela. Las 17 piezas infantiles para piano –homenajes que desbordan el pensamiento– son de inmenso valor para el repertorio venezolano. De ellas, una está dedicada al baile del trompo, otra a la zaranda, otra al cuento del Gallo Pelón. Ofrendó una melodía a una muñeca rebelde para dormir, puso música al juego de la candelita, pintó a un angelito negro.

Dedicó su genio a nuestros ancestros, inspirándose en el tatarabuelo indígena; en nuestro bisabuelo negro africano; y el abuelo blanco europeo. Imaginó a Florentino becerrero, alegró La huerta de Doña Ana. Con una toccatina da libertad a un pajarito enjaulado; hace una canción a Platero, el burrito “peludo y suave” de la literatura que, trotando, “entra en el arroyo, pisa la luna y la hace pedazos”.

Dio clases en escuelas. Padre creador del Orfeón de la Universidad Central de

Venezuela. Sus composiciones corales como La Canción de la Molinera y El Jazminero Estrellado son de altísima calidad. Llevó la batuta con rigor y fulgor. De inmaculada calidez su Concierto para orquesta. Experimentó con electroacústica y, para ello, fundó el Instituto de Fonología Musical, que reúne artistas de esta nueva dimensión.

A los 72 años, en 1988, el tiempo y el arte esparcieron su vida de ejemplar amor a la humanidad. Arrollador, irreverente, magnético, festivo, a veces subido de tono, otras tierno, pero siempre hecho música.

Share this

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *